Autor: Daniel Botero Vélez
Antes de que partiera a tierras lejanas, Ciudad del río se había convertido para el Valle de Aburrá en un sector muy concurrido. Su ambiente tranquilo, de picnics y skateboarding lo convertían en un lugar ideal para combinar actividades deportivas o de ocio. Un lugar cultural donde reposa el Museo de Arte Moderno de la ciudad y algunas fachadas graffiteadas que adornan su paisaje colorido.
El día que volví a Medellín vi el sector muy desolado, con escasos rostros cubiertos de nariz a mentón y el skatepark completamente vacío. Ahí fue cuando pensé en los food trucks, que durante años trabajaron duro para ubicar a Ciudad del río en un punto de referencia gastronómico de la eterna primavera. ¿Aún permanecen en el sector? ¿Qué habrá pasado con esos negocios? –fueron algunas de las preguntas que me hice en ese momento.
Entonces recordé a las “papitas cochinas” –como le solemos decir los paisas a las papas fritas post rumba–, que llevaban por nombre Potato Mix y solían ser el manjar preferido de las personas al terminar sus noches de fiesta. Allí trabajaba Lesme Samuel Hernández, un venezolano con un poder de convencimiento tan alto, que lograba acercar a propios y extraños a probar las reconocidas papas.
Hoy por hoy y luego de perder su empleo tras el cierre del negocio donde había logrado conseguir una estabilidad económica, su energía característica y sus ávidos deseos de ganarse la vida ya no reposan en el lugar.
“No cuento con un sueldo, ni un trabajo fijo. Trabajaba en la empresa Potato Mix, me iba a bien, pero en estas circunstancias me tocó bandeármela como dicen por la calle, vendiendo caramelo, mazamorra y ahora estoy trabajando en Rappi, que eso no me sirve pa’ mucho si no pa’ subsistir pa’ la comida y pagar algo del arriendo” – dijo Lesme Samuel acerca del viacrucis que atraviesa.
Solo hasta el viaje de regreso a mi ciudad natal vi de cerca la tragedia. Vi como puñados de policías hacían señas en la carretera para detener los carros y revisar papeles que certificaran su permiso de movilidad. Vi como una de las autopistas más transitadas del país permanecía sola, con contadas tractomulas recorriendo los paisajes del Magdalena Medio. Y, además, como si fuera poco, vi a cuatro adultos y dos niños de menos de cinco años empujar descalzos una carroza llena de trastes y baratijas en pleno sol del mediodía, con dirección a Santander.
-Son venezolanos – dijo el conductor con seguridad, mientras el grupo se quedaba atrás por el retrovisor.
Entonces caí en cuenta que durante mi trasegar lejos de casa, iba a encontrar una Medellín muy distinta. Sin sus enloquecidas noches en el Parque Lleras, sin sus tardes llenas de folclor y deporte en el Atanasio Girardot e incluso, por primera vez en décadas, sin un desfile de autos antiguos o de silleteros.
Pensé en mi gente, pensé en mis amigos, y también tuve tiempo para pensar en esos venezolanos que caminaban descalzos seguramente hasta su tierra. Una que iban a encontrar muy diferente, como yo encontré la mía.
Según la Secretaría de Desarrollo Económico de la ciudad son 6.248 establecimientos como bares, restaurantes, cafeterías y locales móviles de comida que están a la espera de su reapertura económica. Este sector representa para Medellín el 8.2% del tejido empresarial.
Dentro de ese porcentaje, Potato Mix y otros emprendimientos que forjaron parte de su éxito en Ciudad del Río aseguran que la disputa con las instituciones gubernamentales viene desde antes de que iniciara la pandemia.
“Hemos tenido una lucha diaria con el Gobierno y con la Alcaldía porque ese lugar, es un lugar que maneja mucha política y maneja mucha gente de plata que no nos quiere tener en el punto. Pero tanto como gente que no nos quiere, tenemos en nuestros clientes gente que nos quiere y nos apoya. Si o si, Ciudad del Río es una parte cultural muy bonita, y una parte cultural gastronómica” – dijo Johnny Yepes, dueño de Potato Mix.
Johnny es fiel muestra de solidaridad y esperanza en medio de la crisis. En este momento la ayuda es mutua entre él y Lesme Samuel, su trabajador, quien le adeuda cinco meses de arriendo por uno de los cuartos de su casa. Allí, el venezolano vive con su esposa y su hija.
“Nosotros no podemos hacer domicilios porque al trabajador no me da para tenerlo toda la noche disponible porque a él no le está dando el sueldo para ayudarme a mí, porque él me paga una pieza en la casa donde vivimos” – dijo Johnny.
Para ambos, la reapertura del sector gastronómico termina siendo fundamental y esperan que pronto la vida también sea solidaria con ellos. Poniéndole fin a las papas calientes y a los tiempos difíciles.