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Sí, estoy cambiando

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Sí, estoy cambiando

Alejandra Herrera Pérez

A mí me parece que el miedo es como un cáncer dentro del alma; entre más se expande, más difícil es curarse de él.

Yo no sé vivir sin miedo. Él y yo tenemos una relación de dependencia. No me deja ser libre, sino que me amarra. Por más que intente dejarlo atrás, sigue ahí. Termina consumiéndome. Apaga mis pasiones, mis deseos por conocer nuevas cosas. Es como la arena movediza, que poco a poco te va hundiendo y difícilmente logras escapar.

Es la línea que me divide entre explorar nuevos horizontes o quedarme en lo cotidiano. No hay nada peor que quedarse estancado, incapaz de mirar en otras direcciones. Me ciega. En ocasiones no creo poder mirar más allá de lo que hay frente a mis ojos, y lo peor de todo es que, en cierta manera enfermiza, me brinda comodidad. Es la famosa zona de confort. También tengo una fuerte relación de dependencia hacia ella.

Se podría decir que no soy para nada aventurera ni arriesgada, y eso que mi signo zodiacal es Aries. Según el zodiaco, es uno de los signos más audaces e intrépidos; nuestro elemento es el fuego y, por tanto, nuestro carácter es impetuoso. Pero yo no lo siento así. A veces me pregunto si nací cuando no debía.

Todos los días leo el horóscopo y la mayoría de veces aparece la frase “toma ese riesgo”, y me cuestiono si vale la pena hacerlo; si vale la pena seguir el consejo de un extraño que publica frases motivadoras a través de una cuenta de Instagram; o es que tal vez soy una estúpida por creer en los astros. Resulta inútil, a fin de cuentas, porque la valentía que se supone me caracteriza, decide esconderse y no tomo ningún riesgo. Entonces quedan las cenizas de los sueños que alguna vez tuve; los arrepentimientos; las frustrantes preguntas de: “¿Qué hubiera pasado si…?”, “¿y si hubiera hecho esto…?”. Cómo odio esas preguntas.

A mí me parece que el miedo es como un cáncer dentro del alma; entre más se expande, más difícil es curarse de él. A costa de eso queda la desesperanza y la pérdida. Y lo sé; tengo experiencia de sobra en perder oportunidades maravillosas por esa voz malsonante que me domina y me agota. Es el miedo al fracaso, a sentir dolor, a lastimar al otro. Me cohíbo de mostrar mi potencial para evitar una decepción académica; jalo el freno de mano en mi corazón cuando alguien me ofrece su amor para evitar acabar con el alma rota; me guardo mis pensamientos, ahogándome en ellos, para evitar que el otro se sienta despreciado.

Últimamente he estado meditando esta relación tóxica que mantengo con el miedo. No fue hasta hace poco que me di cuenta de la magnitud de la situación y de todo lo que he echado a perder por no soltarme, por no darme la oportunidad de decirle ‘no’ a esa vocecita en mi mente que me tiene encarcelada. Mi vida es como las alas de los pájaros, pero aún no me sirven para volar. Y yo quiero volar.

Este 2021, como todo el mundo –y como todos los años–, me propuse cambiar; sin embargo, no logré hacerlo en años anteriores, porque aquello que más necesitaba cambiar no me atrevía a aceptarlo. No quería tomar conciencia de que estaba dentro un círculo vicioso que día a día apagaba la luz en mí.

Entonces pasó la pandemia. El distanciamiento social. La cuarentena. Sin dudas es un hecho que ha afectado a millones de personas y por cada una siento una inmensa compasión, pero por alguna extraña razón agradezco que haya sucedido, porque de no ser así, no estaría aquí escribiendo esto; lo más probable es que seguiría sumergida en la neblina de la cotidianidad.

Soy fiel creyente de que las cosas pasan por algo; no hay nada por sentado. Me recuerda a una película un tanto particular que vi hace unas semanas para una clase, Magnolia, de Paul Thomas Anderson, y una frase, que básicamente describe la trama: “Esto no puede ser una de esas cosas que pasan. Ruego que por favor esto no sea meramente eso. Y no sé decir exactamente lo que quiero decir; esto no fue una coincidencia. Estas cosas extrañas ocurren todo el tiempo”. Y mentiras no son.

La voluntad es un arma poderosa, incluso más que el miedo. Y de ella me agarro, porque poco a poco me sacará de las arenas movedizas. Nada cambiaba, porque no lograba extender mi vista hacia otra cosa que no fuese lo cotidiano, lo que ya conocía de pies a cabeza. La comodidad vencía mi voluntad. Pero las casualidades no existen. Es curioso cómo descubrí los errores que cometía, precisamente en el año en el que cumplo mis 20. Y es que las señales de que este es mi momento de brillar están por todas partes. No es nada más que lea mi horóscopo para darme la razón.

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