Si el virus se va de puente, me voy con él
Daniel Acevedo Osorio
A nadie se le ocurriría que Twitter se convertiría en el nuevo Puente de Boyacá, lugar de confrontaciones, amores y odios, mientras se politiza un virus que cada día nos hace más seres vivos y menos humanos.
En Colombia, todo lo que no esté vinculado con Estados Unidos o no pertenezca al pensamiento de derecha suena a socialismo: la propuesta de Daniel Quintero para traer médicos de Cuba para que lucharan contra el coronavirus en Medellín, un tuit de gobernantes como Gustavo Bolívar o Roy Barreras cuando se opusieron a la reforma tributaria por ser inequitativa para el pueblo, pero ventajosa para quienes tienen el poder y, por supuesto, la llegada de una vacuna rusa para regresar el mundo a la normalidad y continuar con la vida cotidiana.
Hay quienes se oponen porque la vacuna rusa simboliza una entrada al diabólico régimen socialista que puede acabar con Colombia, como si no lo estuvieran haciendo ya desde hace mucho tiempo. Hay quienes tenemos esperanza en el desarrollo de dicha vacuna, pues la humanidad enfrenta una crisis mundial de salud mientras busca salvarse a sí misma y no anda en un bazar con ofertas y clientes como algunos personajes de la cómica y problemática política nos han hecho pensar.
En un país tan polarizado y polémico como lo es la bananera y aguacatera Colombia, lo único que tenemos en común es la indisciplina, pues el panorama no es algo favorable y nosotros felices de un lado para el otro.
Mientras más avanza la alarmante situación con el virus, menos se le teme y hay una mayor flexibilidad en cuanto a ciertos cuidados. En Medellín, según MEData, para el 25 de octubre había 3.589 casos activos y una ocupación en UCI del 71.5%, sin embargo, como buenos paisas, no hay forma de decirles no a los amigos ante una invitación a tomar una cerveza en un bar, eso sí, con reserva de varios días antes, porque de lo contrario no encontrarán una mesa, debido al aumento de personas con el mismo plan, ya que nadie se quiere quedar encerrado en su casas como unos meses atrás.
Desde que se levantó la cuarentena estricta, las familias se reúnen para celebrar un aniversario, ver el partido de la selección, festejar un cumpleaños, compartir un brindis y comer de la torta que él o la cumpleañera soplan para apagar las velas, un acto de toda la vida; no obstante, en época de coronavirus resulta ser un panorama completamente surrealista.
Parece que la COVID-19 se hubiera ido con dicha medida, hay una felicidad colectiva desde la reactivación de diversos sectores, aunque contrastando con la realidad y lo que proyecta el mismo Ministerio de Salud no es alentador, ni mucho menos feliz.
Según Fernando Ruiz Gómez, ministro de salud “en el caso del covid-19 hay cuatro tipos de vacunas que se han venido desarrollando entre los más de 100 proyectos vigentes que responden a diferentes tipos”.
Esos tipos son:
- Vacunas con virus vivo atenuado, que no puede usarse en todas las poblaciones.
- Vacunas inactivadas, similar a la de la influenza.
- Vacunas de proteínas virales, catalogadas como más seguras, por ejemplo, la de la Hepatitis B.
- Vacunas de vectores virales, que son las de desarrollo más innovador y reciente, como la del Ébola y dengue.
La esperanza en la vacuna eficaz lista para distribuirse se encuentra bastante lejos mientras estamos cada vez más cerca el uno del otro, como si nada pasara. La humanidad está a la espera de una cura milagrosa, sea de Oxford, de Johnson & Johnson, de Rusia o alguno de los 172 países que se encuentran en conversaciones para participar en dicho desarrollo. Lo realmente pertinente en este momento es encontrar esa salvación, luego en los libros de historia se definirán quiénes fueron los buenos y los malos en un momento de la humanidad con Internet y conexión global, aunque con pensamiento medieval por parte de muchos dirigentes políticos y, evidentemente, de las personas del común, como aquellos que señalaron que la vacuna tendría un microchip.
¿Esa dosis intradérmica realmente nos va a salvar pronto?
La verdad es que no y mucho menos en nuestro país. Se comenzaron pruebas de la vacuna de Johnson & Johnson con voluntarios y fueron interrumpidas cuando uno de ellos se enfermó. Se sabe que la vacuna de Rusia, según el Fondo de Inversiones Directas de Rusia (FIDR), será exportada a Colombia, aunque en esta tierra parece que no supieran que la Unión Soviética tuvo su disolución hace ya 29 años y todo lo relacionado con comunismo y socialismo, así se trate de ciencia, resulta ser algo completamente maligno en las mentes más “patrióticas”.
Le sobrarán opositores a dicha vacuna, especialmente de aquellos cercanos a la Casa de Nariño que usan Twitter como si se tratara del Puente de Boyacá, todo un campo de confrontación y no precisamente en busca de la libertad, o tal vez sí, solo para unos cuantos, los de siempre.
Por otro lado, el ministro de Salud afirmó que “la eficacia de las vacunas del covid-19 aún no se conoce, pero lo que se esperaría como mínimo es que tengamos al menos un 50% de eficacia, con un límite inferior de intervalo de confianza del 30%”.
Nada nos asegura que Colombia, a pesar de ser uno de los países con mayor tiempo confinado, se vuelva el lugar favorito de la COVID-19 y tiña nuestro amarillo, azul y rojo con el negro profundo de la muerte; no es para nada seguro que una vacuna llegue milagrosamente a regresarnos esa anhelada tranquilidad de caminar sin tapabocas, vivir sin un gel anti-bacterial o un recipiente con alcohol en el bolsillo, estar a dos metros de distancia de las personas y preocuparnos excesivamente cuando alguien tosa o estornude cerca de nosotros. Estamos a la expectativa de nada mientras vemos como el mundo se sumerge en consecuencias sociales, económicas y psicológicas parecidas a un escenario postguerra o incluso peor.
La ciencia ha combatido el VIH durante más de tres décadas y no han podido llegar a una solución definitiva, entonces ¿qué es lo que realmente estamos esperando con tantas ansias?
Valdría la pena que, con la hipotética llegada de una vacuna segura, nos llegara también la iluminación para que por fin actuáramos efectivamente contra el cambio climático y la explotación miserable de nuestros recursos naturales, disminuyéramos las brechas sociales que dividen al país y no permiten que progresemos, y que el gobierno dejara de hacer programas de televisión que solo alimentan el hambre de poder y el narcicismo del presidente, para que evalúe sus prioridades y centre su atención en la cruda realidad del país, que pudiera concentrar los esfuerzos necesarios para apoyar a aquellos más necesitados y afectados por el coronavirus y no entregarse de rodillas para salvar a una compañía como Avianca, pero si no hiciéramos todo esto, ¿para qué queremos volver a la normalidad?
La incertidumbre dentro de una Colombia desigual, vendida y corrupta hace que tengamos más miedo del poder que del mismo virus. Mientras tanto necesitamos ser realistas, no podemos anhelar a que llegue el 2021, porque el virus no desaparecerá milagrosamente el 31 de diciembre de este año, tenemos que ser cuidadosos, el virus sigue al acecho y no podemos relajarnos. De la misma forma que nos sorprendieron con una reforma laboral ilegítima en medio de la noche, el coronavirus puede llegar a nosotros sin enterarnos. Hay que estar pendientes de qué tocamos, a dónde vamos y a quién dejamos que nos represente.