Mi yo menor
Texto por Nicole Rubinstein Ángel
Ilustración por Jossi Barbosa
Mientras crecía, comencé a familiarizarme más con el feminismo y sus términos, y así entendí el origen de este fenómeno: los roles de género tradicionales y los estereotipos.
El año es el 2014 y una niña entra a su salón justo cuando suena la campana de la primera clase del día. El salón está desierto excepto por ella y ese grupito de niñas que le caen tan mal. ¿Por qué las odia? Se maquillan demasiado y solo piensan en fiestas e impresionar a los hombres; o al menos eso cree nuestra protagonista, pues nunca ha hablado con ellas directamente.
El grupito habla con emoción sobre diferentes temas: que Justin Bieber, que los labiales de Kylie Jenner, que si vamos al centro comercial El Tesoro después del colegio. Nuestra protagonista hace una mueca y se encoge aún más entre las páginas de su libro.
Piensa que esas niñas son ridículas, que carecen de ‘profundidad’ y, sin darse cuenta, se siente superior a ellas porque tiene otros hobbies y gustos que supuestamente “se salen del molde”. Con tremenda vergüenza, admito que esa niña fui yo y que a los 13 años caí en el fenómeno de “No Soy Como las Demás” o, como también se le conoce, “Not Like Other Girls”.
Volvamos al presente dónde tengo 19 años y me doy cuenta que la ridícula en realidad era yo: por estereotipar a mis compañeras de esa forma, por creerme superior solo por tener gustos “alternos”, por pensar tan bajo de la imagen de una mujer que acepté el estigma de que todas están obsesionadas por la apariencia y la moda, todas copias de carbón sin pensamientos independientes ni personalidad. ¿Pero yo? Debía ser diferente, debía ser la “rarita” para sentirme especial. ¿A qué horas se me ocurrió que eso estaba bien? ¿Cuándo me dejé meter esa idea de que debía rechazar y odiar apasionadamente todo lo que fuera “femenino” y, en últimas, “normal”?
El fenómeno cultural de “Not Like Other Girls” no es reciente; de hecho, podemos encontrar ejemplos de este movimiento a lo largo de diferentes épocas. En la década de los 50s estaba el estilo de la “chica greaser” que surgió en respuesta al conservatismo de la época y, más adelante en los 80s y 90s, apareció y se popularizó la “chica grunge”. En años más recientes hemos visto a varias influencers que se alejan del antiguo estereotipo de la mujer perfecta. Las plataformas de estas mujeres hacen énfasis en el mínimo esfuerzo y el hecho de ser “relatable”; es decir, que sus seguidoras se puedan ver a sí mismas en la influencer que siguen.
Aunque esta tendencia pueda parecer como un muy necesitado descanso del perfeccionismo que exigen las redes sociales, la verdad es que su mensaje es muy controversial. Mientras crecía, comencé a familiarizarme más con el feminismo y sus términos, y así entendí el origen de este fenómeno: los roles de género tradicionales y los estereotipos. Esto tiene que ver con lo que se cree que debería ser la actitud y el comportamiento de una mujer.
El fenómeno surge más que todo de la idea estereotípica de la feminidad: que una mujer debería ser tierna y dulce, pasiva y elegante, que le debería importar mucho su apariencia y que su aspiración es tener a un hombre a su lado. No querer ser como “las demás” es querer evadir este estereotipo; es decir, querer ser todo lo contrario a esta idea de lo que es la mujer. Así, el fenómeno de “no ser como las demás” encasilla a las niñas que aman el maquillaje, cierto estilo de ropa más “femenino”, y ese tipo de cosas en una categoría de “básicas” y “no interesantes”.
Cuando tenía 13 años no caí en cuenta de lo problemática que es esta forma de pensar, pues estaba demonizando a otras niñas alrededor mío y las estaba juzgando por su apariencia y sus gustos sin ni siquiera conocerlas bien. Aún más preocupante, no me di la oportunidad de explorar sus gustos porque pensaba que los míos eran superiores. De ese modo, no solo las encasillé a ellas, si no que me encasillé a mí misma y no me permití conocer cosas nuevas sino hasta mucho más adelante.
Cuando miro atrás siento rabia hacia mi yo menor, pero no la culpo por sentirse así. Es muy frustrante que todo el mundo te diga como debes ser y que si rompes esas reglas entonces hay algo mal contigo. Por eso se volvió viral la idea de no ser como las demás: porque muchas de nosotras estábamos cansadas de las restricciones. Sin embargo, el mismo movimiento es una restricción en sí, pues planta en nuestras cabezas un odio visceral a lo “femenino”, creando disputas entre nosotras cuando lo que más necesitamos es unirnos y apoyarnos.
Lo que debemos recordar es que “lo femenino” y lo que “no lo es” no son mutuamente excluyentes. No hay nada malo en indagar en ambos lados del espectro, pues eso enriquece aún más nuestras vidas. Decir que una no es “como las demás” es tener una idea equivocada de la feminidad, pues esta es mucho más compleja y multidimensional de lo que parece. Esto aplica tanto para el estereotipo de una mujer como para la aversión a este. Podemos amar el rosado, pero al mismo tiempo podemos preferir no maquillarnos. Podemos usar vestidos y también practicar deporte. No existe una definición fija de lo que una mujer debe ser, pues ella puede ser lo que quiera y sus gustos y hobbies no la hacen menos mujer.