De antes
Ana María Moreno Rojo
Hay conexiones que se dan sin necesidad de ser forzadas. Hay conexiones que no se planean, que llegan inesperadamente, que van tan profundo que las sientes en los huesos. Hay quienes dudan, pero, de verdad, hay conexiones que cuando las entiendes, te das que cuenta de que no son un simple dejá vu.
No recuerdo haber sentido en otro momento tanto sudor y temblor en las manos como el día que por fin lo iba a ver. Las rodillas estaban débiles y tenía una risa imparable, no dejaba de hablar incoherencias, de caminar de un lado a otro. Apenas podía respirar. Me tomé dos tragos de whisky, que fueron más efectivos que el rescate de pastillas homeopáticas para calmar la ansiedad, y salí.
Mientras caminaba, solo podía pensar en que los zapatos que llevaba puestos no eran los adecuados, demasiado altos para alguien torpe y en estado de nerviosismo extremo, además, el terreno no ayudaba. Paré un momento para listar en mi cabeza varias excusas posibles para cancelar el encuentro y devolverme, porque ya el estómago me dolía y el temblor me llegaba hasta los tobillos. Pero me bajé el tapabocas, respiré con ganas, como si fuera el último suspiro de vida y seguí. De verdad anhelaba verlo.
Hace tres meses tuvimos un primer encuentro por cosas de la vida, a través de Instagram, fue una primera conexión de una manera muy casual, nada planeado, nada tenso. A pesar de compartir varios amigos en común, nunca nos habíamos visto. Tal vez no en esta vida. Yo sabía de él, de su existencia, de sus creencias y algunos gustos. Él de mí no sabía nada.
Si algo hizo la pandemia fue darnos la confianza y la valentía de conectarnos con otros a través de las redes sociales. Nos obligó a crear espacios de encuentro para los que buscaban el amor, para los que buscaban compañía y para los que, como yo, no buscábamos nada y lo encontramos todo.
Los primeros días hablábamos durante horas y horas, como si fuéramos amigos de infancia que hace mucho tiempo no se veían y trataban de actualizarse y ponerse al día. Desde hace tres meses no hemos dejado de tener temas para explorar, preguntas por hacer, libros para recomendar, canciones para compartir y besos para guardar. Desde hace tres meses compartimos risas, mensajes de buenas noches y buenos días. Desde hace tres meses contamos historias para intentar salirnos de la pantalla y vernos donde la imaginación nos lleve. Hace tres meses planeábamos ese primer encuentro, ese tan anhelado primer encuentro que nunca fue como el planeado, fue perfecto, fue mejor.
Cuando lo vi dejé de temblar. Nos abrazamos y supe que reconocía esa sensación, ya había estado entre esos brazos antes. Intentaba recordar dónde y cuándo, pero no lo supe. No tuve respuestas para esas preguntas. Ahí, abrazados en silencio, el mundo se detuvo. En mi cabeza estaba Willy, el vocalista de Cultura Profética diciendo con ritmo: “Yo a ti te conozco de antes, tal vez de un tiempo en que mi memoria no alcanza, tal vez de un tiempo en que no habitaba esta masa”. Perfecta banda sonora para un primer encuentro físico.
No sé si esté comprobado, pero me atrevería a decir que en el cerebro de los humanos existe un área que almacena en la memoria los recuerdos que vienen de vidas pasadas. Que solo se activa cuando conectas dos piezas que estaban destinadas a encontrarse. Es como un clic. Y no es tan complicado entenderlo, solo lo sabes, porque no hallas más que un lenguaje propio, tan propio que no está en el diccionario de la RAE ni en la Fundéu. Lo sabes porque lo sientes, porque el cuerpo habla de formas nuevas, y a veces hasta te asustas porque reconoces partes que se activan involuntariamente de la nada.
No fue muy diferente la sensación estando juntos físicamente a estarlo con una pantalla de por medio. Había magia en el ambiente, lo aseguro. Por fin, pudimos romper la distancia que durante meses nos alejaba. Nos regalamos los días, las tardes y las noches que planeamos. Caminé por Bogotá durante horas tomada de la mano, acompañada de una sensación ya conocida. Acompañada de alguien al que sé, conozco de antes.