“Ningún vencido tiene justicia si lo ha de juzgar su vencedor”
Francisco de Quevedo
“El 31 de marzo del año 2000, Elkin Carmona Montoya, secretario del fiscal del municipio de Amalfi, desapareció de su vivienda sin dejar rastro alguno. Lo único claro para su familia era que había sido un objetivo militar para un grupo que pertenecía a las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc), una federación de grupos paramilitares de toda Colombia.
Su cuerpo fue hallado 8 años después en una finca llamada La Viborita, ubicada en ese mismo municipio del Nordeste antioqueño, donde lo sacaron de una fosa común junto a otras once personas.
Su esposa y dos hijas lo recuerdan con amor, como un hombre resiliente y correcto, siempre dispuesto a hacer las cosas de manera justa, una de las razones por las que terminó asesinado.
Su familia aún conserva aquel volante que su esposa pegó en los postes del pueblo y tiró por debajo de casi todas las casas en su búsqueda. Tiene una fotografía en blanco y negro de él y un mensaje que dice: “Elkin, te estamos esperando. Tu familia, amigos, compañeros y muchos más ansiamos tu regreso”.
Ese pequeño papel, un poco arrugado y con algunas manchas, revive aquella historia oscura por la que pasó su familia, manchada de injusticia y de dolor.
La tierra de los Castaño
Amalfi es un municipio cuyo nombre está incrustado en la historia paramilitar como uno de los más azotados por la criminalidad contrainsurgente, según un artículo periodístico de Verdadabierta.
Este pequeño pueblo, de aproximadamente 22 mil habitantes, siempre ha sido considerado tierra de “los Castaño”, por ser donde nacieron Carlos, Fidel y Vicente Castaño, gestores del paramilitarismo en Antioquia, Córdoba y Urabá.
A ellos se les atribuye haber creado y liderado las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), como respuesta al secuestro y asesinato de su padre, Jesús Alberto Castaño, al parecer por el Frente 4 de las Farc en 1981.
Se habla de cientos de desaparecidos y de varias fosas comunes en las que reposan los cuerpos de personas asesinadas en esa localidad.
Para 1997, este grupo se unió con otras organizaciones similares para conformar las Autodefensas Unidas de Colombia (Auc). Las Auc fueron una estructura paramilitar, terrorista y narcotraficante que participó en el conflicto desde 1997 hasta 2006 cuando se desmovilizaron.
El conflicto armado dejó 450.666 muertos entre 1986 y 2016, según la Comisión de la Verdad. El Centro de Memoria Histórica de Colombia afirma que 94.754 muertes son atribuidas a paramilitares.
El pueblo del “camión al cielo”
Según Verdadabierta, la fundación de Amalfi estuvo ligada a la actividad minera. La historia cuenta que los primeros colonos llegaron a estas tierras en 1836 procedentes del Oriente antioqueño y en años sucesivos los mineros se convirtieron en hombres influyentes social y económicamente.
Pero la riqueza de la zona también era atractiva para los grupos insurgentes, entre ellos el Ejército de Liberación Nacional (Eln), que tenían presencia en esa subregión desde finales de los años 80, lo que propició la llegada de las Accu.
En el año 2000 había mucha violencia en el pueblo, era una época donde tenían presencia muchos paramilitares. Se dice que, incluso, comenzaron a construir casas allí y que se movían por el pueblo como cualquier otro ciudadano.
En una entrevista de Verdadabierta a uno de los comandantes de las autodefensas en este territorio en esa época, este mencionó: “Entre el año 1995 y el 2000 pudimos haber asesinado por lo menos a 200 personas, aunque no llevábamos una contabilidad de los difuntos. Muchos de ellos están enterrados en unas fosas que están en un cerro a la entrada del pueblo y en la mina La Viborita”.
En esa época había una fuerte disputa entre paramilitares y guerrilleros en el territorio, lo que fomentó decenas de masacres.
Según Ana María Carmona, hija menor de Elkin, en el pueblo los paramilitares solían transportarse en unas camionetas que la población denominaba “camión al cielo” porque al que montaban ahí, no volvía.
Sin salida
Elkin Carmona Montoya era funcionario de la Fiscalía y trabajaba en Amalfi como secretario del fiscal. Su familia se conformaba por su esposa Luz Aleida Patiño y sus dos hijas, Luisa Fernanda, de 2 años, y Ana María, de 17 meses.
Elkin nació en Vegachí, un pequeño municipio vecino a Amalfi, donde vivían su esposa e hijas, pero por cuestiones de trabajo tuvo que mudarse solo a Amalfi.
Su familia lo visitaba cada 8 días y, a pesar de que en ese momento no estaban involucradas con el conflicto directamente, también lo vivían, pues ellas viajaban en chiveros que eran detenidos por paramilitares en la vía para requisar y hacer preguntas.
“En Amalfi, la Fiscalía tenía una seccional, un lugar realmente pequeño con oficinas reducidas”, recuerda su hija menor.
El trabajo de Elkin como secretario fiscal era complejo, pues manejaba documentación importante de casos en los que la Fiscalía hacía seguimiento en relación con los paramilitares, por lo que comenzó a recibir amenazas por parte de este grupo para que les cediera información de los casos y los borrara de las investigaciones. La mayoría de estos documentos tenían que ver con secuestros, amenazas y asesinatos.
Elkin, al recibir este tipo de presiones, alertó a la Fiscalía de lo que sucedía, pero no recibió ningún tipo de ayuda. Incluso, en esa época esta institución había comenzado a hacer traslados de algunos funcionarios hacia Medellín debido a la fuerte violencia en el lugar, pero Elkin nunca recibió uno.
La sentencia de muerte
Un día, él se encontraba en un parque junto con su familia y recibió una llamada de un amigo cercano comentándole que había visto a un hombre sin una oreja y sin dedos huyendo de una de las casas apropiadas por este grupo paramilitar. Elkin lo auxilió, lo llevó al hospital y le ayudó a poner la denuncia. Este acto fue crucial para que los paramilitares lo tuvieran entre ojos.
En esos días, a él lo citó la Fiscalía a Medellín para una reunión y le ofrecieron un transporte para llevarlo. Sin embargo, por inconvenientes no pudo acceder a irse enseguida, sino que viajó a Medellín al día siguiente por cuenta propia.
Al llegar le dijeron que él no había sido citado. En ese momento Elkin comenzó a preocuparse porque seguramente la llamada había sido por parte de los paramilitares para secuestrarlo.
Al sentirse acorralado y presionado, decidió ir a la estación de Policía en Amalfi para contar lo que estaba sucediendo, tratando de que le hicieran acompañamiento, pero eso no fue lo que recibió. Por el contrario, dice la hija, la Policía vendió esa información a los paramilitares y esa misma noche fueron por él a su casa.
El hecho sucedió muy tarde en la noche. Entraron a la casa de Elkin, donde se encontraba solo con su perro, lo sacan en una moto con la cara tapada y se lo llevaron. Esa misma noche fue asesinado “con aproximadamente seis tiros”, recuerda su hija.
Luz Aleida recibió una llamada muy temprano, según relatos de su hija Ana María: “Unos vecinos la llamaron a decirle que les había parecido raro que la puerta de la casa de él estuviera abierta tan temprano y que el perro estuviera aullando tanto en la madrugada. Entonces ella empezó a llamarlo y él, que siempre contestaba, no contesto, así que ella nos agarró a las dos y nos dijo ‘vamos para Amalfi que algo está pasando’.”
Llegó el día
Al llegar estaban muchos amigos de Elkin llorando y nadie quería comentar nada. Luz Aleida entró a la casa y estaba todo revuelto. Ella ya sospechaba de los paramilitares, por conversaciones que había tenido con Elkin, así que fue a la Fiscalía a preguntar si alguien sabía algo. Solo recibió un gran silencio como respuesta.
En ese tiempo era muy común que los paramilitares torturaran a sus víctimas y las enterraran en fosas. Incluso, que cremaran sus cuerpos para que nadie los encontrara, lo que hacía aún más difícil la búsqueda.
“En ese proceso que lo enterraron, ellos tuvieron que pedir una pala y una pica porque ellos eran así: entraban a una casa y a esa persona le tocaba prestar lo que fuera y abrirles, o si ellos se querían acostar también dejarlos”, comentó Ana María.
Y continuó relatando: “Entonces, la señora a la que le prestaron la pala, en medio de su miedo y angustia de querer buscar a la familia de ese hombre, buscó a mi mamá muchas veces y no la encontraba, hasta que dio con una amiga y pudo contarle que ella había prestado la pica y la pala y que mi papá estaba muerto, que lo habían asesinado, que había que buscarlo pero que realmente ya estaba muerto”, recordó con nostalgia Ana María. Sin embargo, ellas tenían la esperanza de que Elkin aún estuviera vivo.
Luz Aleida, en su desespero por encontrar a su esposo, comenzó a imprimir y a pegar muchos volantes con ayuda de Olga Mafla, una amiga muy cercana de Jorge que siempre estuvo atenta a ayudarlas. Salían día y noche, con lluvia o sol, a repartir los papeles. Buscó emisoras, fotografías y todo lo que pudiera ayudar con la búsqueda.
Olga le ayudaba cuidando a las niñas porque para Luz Aleida fue un momento muy duro. Olga nunca la desamparó y le decía: “Si nos matan, nos matan a las dos. No estás sola, no vamos a dejar de pegar ni una sola foto de Elkin”.
De la rabia y las ganas por encontrar a su esposo, Luz Aleida se olvidó de la palabra miedo. Llegó a un punto en el que ella ya sabía quiénes eran paramilitares en el pueblo y no temía encontrárselos y preguntarles por su esposo y qué habían hecho con él.
En medio de su persecución, ellos notaron que ella no les tenía miedo y empezaron a hacerle presión tirándole carros y amenazándola con matarla a ella o a sus hijas. Al sentirse acorralada volvió a Vegachí, pero nunca dejó de ir a Amalfi en cuanto podía.
La fosa
“Lo encontramos 8 años después. Nos marcó muchísimo porque un padre se le acercó a mi madre a decirle que lo perdonara, y mi mamá no entendía. Él le dijo que lo habían llamado y pudo haber encontrado el cuerpo antes”, comentó Ana María con tono de decepción, pues al padre lo contactaron los paramilitares a decirle que él era la única persona que podía ir por el cuerpo de Elkin en ese momento.
En el año 2008 llegó un alcalde al municipio, llamado Wílmar Ríos, quien se encargó de indagar por los sucesos ocurridos durante la década de 2000.
Luz Aleida se enteró por medio de un amigo de las pesquisas que se encontraba haciendo el alcalde y recurrió a él. Wílmar la ayudó y comenzaron a buscar en todas las fincas en las que las Auc iban con frecuencia en esa época.
Una de ellas era La Viborita, un terreno usado por este grupo para realizar todo tipo de actos violentos. Este terreno había pertenecido a unos campesinos que fueron despojados de sus tierras.
Luz Aleida siempre tuvo el presentimiento de que en esa finca había algo, solo que en el año de la desaparición era muy peligroso acercarse a ese territorio. Sin embargo, ya que se encontraba despejado, empezó la búsqueda allí.
Elkin fue encontrado el 25 de agosto de 2008. Ana María relata: “Mi papá estaba enterrado con 12 personas más en la fosa. Incluso había niños, estaba uno vestido con el traje de la primera comunión, fue horrible”.
Para su familia fue muy doloroso tener que revivir 8 años después este acontecimiento, pero le dieron sepultura de manera digna, como Elkin la merecía.
“Nosotras volvimos a creer en la vida”
Fueron épocas muy duras, pero Luz Aleida siempre se caracterizó por ser una mujer resiliente y fuerte. Ella mantuvo a sus dos hijas pequeñas con una pequeña papelería que tenía desde hace mucho tiempo.
Ella es una mujer trabajadora que no se dio por vencida y logró ampliar su negocio, brindarles una vida digna a sus hijas y criarlas en la pequeña casa que su esposo les había dejado.
Tiempo después conocieron a la Corporación Fondo de Solidaridad con los Jueces Colombianos (Fasol) que tiene como fin brindar estrategias de prevención y atención integral a los funcionarios y empleados de la Rama Judicial y la Fiscalía que suelen afrontar graves violaciones a los Derechos Humanos.
“Fasol fue todo para nosotras, fue un acompañamiento jurídico, psicológico y económico, era esa puerta que nosotras estábamos esperando que nos abriera el Estado, que nunca nos abrió”, relata Ana María.
Además, añade: “Nunca recibimos ayuda del Estado, solo una pensión, pero no ha cambiado desde ese año, no ha aumentado en casi nada. Pero ayuda psicológica nunca recibimos. Lo único que recibimos de ellos fue la espalda y ocultarnos la verdad porque ellos sí sabían lo que pasaba”.
La corporación las ayudó a comenzar un proceso jurídico contra la persona que lo había asesinado: un jefe paramilitar que en ese momento estaba en la cárcel. Empezaron con la demanda, pero ha sido un proceso complicado y pausado.
Esta corporación las ayudó a sanar y a superar ese pasado que quedó plasmado en ese pequeño volante un poco arrugado. “Nosotras volvimos a creer en la vida, lo recordamos y hacemos memoria”, cuenta Ana María.
Con todo esto, Luz Aleida empezó algunas inversiones, montó una boutique de ropa y pudo darles estudios universitarios a sus dos hijas.
Funcionario ejemplar
A Elkin Carmona, un hombre de 33 años, con toda una vida por delante y 2 hijas hermosas por compartir, le fue arrebatada su vida por serle fiel a su ética y a su trabajo.
Pasó de ser aquel hombre reconocido y admirado por muchos en Amalfi, a ser ese simple recuerdo pegado en algunos postes del pueblo. Su pasión por leer y su sueño de ir al programa Quién quiere ser millonario, será recordado de por vida por su familia que conserva aquella hoja con su fotografía para recordar esa historia que, aunque haya dolido, fue superada.
En Colombia, según el medio de comunicación Verdadabierta, “se estima que desde 1989 a la fecha, 308 funcionarios fueron asesinados y 608 recibieron amenazas, crímenes que en la mayoría de los casos están asociados con la guerra. El trabajo de estos defensores de la justicia es mucho más delicado en las regiones apartadas de los centros de desarrollo del país”.