“La guerra contra el narcotráfico lo que hace es activar la guerra, con el agravante de que lo convierte en un mejor negocio, le da mayores ganancias”
Padre Francisco de Roux
Entre los objetos que recuerdan momentos de mi vida, mantengo dos que fueron de Pablo Escobar Gaviria: una carta suya original, firmada con su puño y letra, y una moneda de 10 pesos que hallé al pie de su cama en la vivienda de Medellín donde fue descubierto y abatido cuando trataba de huir corriendo por un tejado.
No son tesoros especiales ni nada por el estilo, aunque seguramente más de un turista que viene a Medellín ávido de historias y de asuntos referidos al oscuro mundo del capo de capos –il capo di tutti capi– daría unos cuantos dólares por la carta, al menos.
De hecho, casi nadie –hasta ahora– sabe que los tengo. No hay nada qué presumir con eso, siempre han estado guardados junto a otros papeles y recuerdos míos que tienen solo un valor sentimental y creo que por eso pasaron años sin ver la luz.
Al tenerlos en la mano, esos objetos se ven demasiado sencillos, pero podrían decir mucho no solo de ese personaje que transformó la vida colombiana a punta de dinero sucio, pistola y dinamita, sino de lo que ha representado el narcotráfico en este país que ha sufrido como pocos por ese tipo de plata mal habida.
La moneda, en particular, es como una metáfora de lo único que queda para quienes empiezan a recorrer, deslumbrados, ese pasadizo sin retorno del tráfico de drogas.
La noticia que algún día pasaría
Hasta el mediodía, el jueves 2 de diciembre de 1993 no tenía nada de especial, salvo la alegría con la que iniciaba ese festivo mes.
Por eso, la emisora principal de la cadena radial Caracol, que marcaba la parada a nivel nacional en dar noticias exclusivas sobre la violencia y el bajo mundo de Medellín, se dedicaba en su programa de la tarde a hablar de buñuelos y de las mejores recetas para hacerlos por aquellos días previos a la Navidad.
La tarde estaba tranquila, con un sol no muy fuerte, demasiado suave en una ciudad que sabía desde hacía años que los días así podían terminar con algo grande de qué hablar.
De repente, su competencia, RCN Radio, soltó una “chiva” al aire, la más grande que hubiera tenido emisora alguna por años: el jefe del Cartel de Medellín, Pablo Emilio Escobar Gaviria, acababa de ser abatido por el Bloque de Búsqueda de la Policía Nacional en el occidente de Medellín.
De esa forma terminaban 27 meses de una intensa persecución desde que él y varios de sus lugartenientes de la cúpula más violenta del Cartel de Medellín se habían fugado de la cárcel La Catedral, lo que desató una feroz persecución de las autoridades colombianas, apoyadas por Estados Unidos y por el autodenominado grupo Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes), para hallarlo y luego capturarlo o matarlo.
El último escondite
Sin que me correspondiera ir a cubrir esa noticia, porque desde hacía meses había sido relevado de responder por la información judicial, por la página roja del periódico El Colombiano, se metí en el carro en el que iban los periodistas y fotógrafos encargados de esa información.
Toda la tarde hubo movimiento de periodistas y de curiosos. La gente, como muchos policías, llegaba al lugar a ver el sitio donde había caído el narco mayor. La romería fue permanente aquella agitada tarde, pero con la llegada de la noche y una lluvia no muy fuerte pero molesta, la calle quedó casi vacía.
Al pie de la vivienda donde había sido el operativo policial nos manteníamos unos cuatro o cinco periodistas, parados bajo un pequeño alero esperando que nos autorizaran entrar y ver con nuestros propios ojos el lugar.
Cuando un oficial de la Policía por fin dio la orden de permitirnos pasar, ya eran más de las diez de la noche y la lluvia había amainado.
La casa por dentro
La vivienda no tenía lujos. A decir verdad, tenía muy poco mobiliario, parecía la residencia de alguien que apenas estaba empezando a ganar un sueldo modesto y no la casa donde pasaba sus días alejado del mundo uno de los hombres que llegó a ser considerado de los más ricos del planeta.
En el segundo piso, a la derecha de unas escalas blancas, estaba la habitación de Escobar. La cama y un escaparate de madera eran sorprendentemente sencillos, parcos, sin gracia.
La cama tenía una cabecera redonda, con una decoración que parecía el timón de un barco antiguo. El escaparate se destacaba por tener en sus cinco puertas y dos cajones unos rombos de muy regular gusto hechos en madera.
La cama estaba sin sábana y sobre ella, igual que en el piso, había bolsas plásticas, un pedazo de icopor de una caja donde venía algo delicado y varias prendas de vestir. Se veía que todo había sido revolcado por la Policía.
En el piso, esparcidas como si hubieran caído de golpe, estaban varias monedas: las últimas de la inmensa fortuna que llegó a tener el gran jefe del narcotráfico en Medellín.
Su vínculo con el conflicto armado
Si bien el narcotráfico ha sido considerado básicamente un problema de criminalidad común, la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, considera que ese fenómeno ha tenido una incidencia directa en el conflicto armado colombiano de muchas formas.
En su informe final, entregado en junio de 2022, la Comisión evidenció cuatro aspectos centrales del problema en su relación con la guerra interna del país.
Problema 1: el modelo acumulativo de riqueza
“El narcotráfico promueve un modelo de acumulación de riqueza y poder que se sostiene sobre la violencia y ha permeado tanto a algunas élites como a diferentes sectores de la sociedad, en toda la cadena de producción y comercialización, desde los cultivos de coca y marihuana hasta el lavado de activos y la participación en la demanda agregada de la economía legal.
Este modelo criminal se imbricó con el conflicto armado colombiano y reforzó prácticas criminales y degradadas”. (Textual de la Comisión de la Verdad)
Problema 2: no permite la democracia
“Las dimensiones políticas del narcotráfico y su vínculo con amplios sectores del poder político ha sido un obstáculo para la democratización del país.
El narcotráfico no solo financió la guerra de los grupos armados, sino que ingresó de manera directa a la disputa por el poder político local y nacional, financiando campañas y distorsionando las posibilidades de una verdadera competencia, así como con la captura de instituciones públicas para el beneficio de sus intereses”. (Textual de la Comisión de la Verdad)
Problema 3: una guerra que fracasó
“El actual paradigma de la guerra contra las drogas ha sido un fracaso. No produjo resultados efectivos para desmontar el narcotráfico como sistema político y económico, y no solo su manifestación criminal, y además sumó un número enorme de víctimas en el marco del conflicto armado interno.
El prohibicionismo activó narrativas de criminalización sobre poblaciones y territorios que justificaron operaciones violentas, la aspersión con glifosato generó impactos en la vida de las comunidades y la naturaleza, y las estrategias de sustitución voluntaria, aunque han funcionado de forma mucho más efectiva, no han sido sostenibles en el tiempo porque no se han implementado a la par con procesos de desarrollo rural transformadores”. (Textual de la Comisión de la Verdad)
Problema 4: si no se rompe en forma definitiva, reciclará la violencia
“El narcotráfico es un factor fundamental de la persistencia [del conflicto armado] porque mientras siga siendo ilegalizado proveerá los recursos suficientes para seguir haciendo la guerra, corromper las instituciones encargadas de combatirlo y financiar ejércitos privados para la protección violenta de sus intereses, por lo que, si no se cambia el paradigma y se afronta el problema de manera integral con un enfoque de regulación, seremos testigos de un reciclaje permanente de los conflictos armados. (Textual de la Comisión de la Verdad)
Tanto para tener nada
Cogí una de las monedas del piso, de diez pesos. La observé unos segundos, consciente de que Escobar también la había tenido en sus manos, y la guardé en el bolsillo de la relojera de mi pantalón para evitar que se mezclara con otras que yo tenía.
¿Haber tenido tanta plata para terminar apenas con unas monedas de poco valor encima? Podría decir uno o cualquier persona que conociera de esta situación.
¿Para qué entonces las canecadas de dólares que escondió y que algunos socios le robaron en otro momento de su vida?
¿Para qué ahora las fincas, edificios, el zoológico con animales exóticos y las colecciones de carros antiguos?
¿Valió la pena tanto poder, tanto temor que infundió, si terminó acorralado, apenas con un escolta como compañía, durmiendo en una cama con un colchón barato?
Cada que tengo la moneda en mis manos, guardada en una pequeña bolsa transparente, me parece increíble que semejante poder y capacidad de intimidación que llegó a tener Pablo Escobar se redujera, finalmente, a un puñado de monedas como esa y a terminar muerto, baleado sobre un tejado, cazado como un animal que huía despavorido de quienes lo perseguían.
La moneda, sin hablar, dice que así es la cosa: que tanto dinero que produce el narcotráfico a quienes se meten en ese negocio, finalmente –como sabemos todos– no se puede llevar a la tumba y menos a la otra vida, si es que ella existe.
Y que, de ese dinero, solo queda un reguero de violencia, empezando por la muerte propia.