“Hay algo tan necesario como el pan de cada día, y es la paz de cada día; la paz sin la cual el mismo pan es amargo”

Amado Nervo

 

“Ella se bajó de bailar de la tarima, de hacer un show de striptease vestida de diabla. Es muy paradójico estar vestida de diabla y llamarse Lucy Fernanda ‘Lucifer’, pero yo la conocía como Carolay. Ese día estábamos en un lugar y yo estaba con un tipo, ella estaba con otro tipo, pues no tan buenos. Yo no sabía, pero le dieron una paliza y quedó tirada en una fuente de un lugar que hoy en día es muy turístico, pero nadie sabe que están parados donde estuvo Carolay. Ahí durmiendo y tapándose con su capa de diabla roja y negra, y con las medias, y con las botas”.

Quien esto recuerda es Mary Luz López Henao o Malú, como todos la conocen.

Ella recuerda a su gran amiga Carolay, quien un día desapareció y nunca volvió. Dejó atrás sus papeles, ropa y recuerdos en casa de Malú, entre ellos una cadena plateada y dorada.

La cadena es pesada, tanto que no es posible imaginarla colgada alrededor de un cuello delicado como el de su dueña. Su peso representa la carga de vida de Carolay, en donde años de valentía y fuerza se esconden en aquel objeto dorado y plateado.

Cuando se intenta abrir, se enreda entre los dedos de quien la sostiene en sus manos. Es complicada, difícil de decifrar. Así como lo es la triste historia de la desaparición de Carolay, sin entender y sin resolverse.

Este objeto simboliza, para Mary Luz López, la lucha por dignificar a las mujeres en situación de prostitución. “Yo no creo que esté viva, por eso la recuerdo, porque me la desaparecieron y nunca supe qué pasó con ella”.

 

 

Una noche de encuentros en un lugar oscuro

Se conocieron una noche, hace muchos años, en Barrancabermeja en un night club. Carolay hacía su show mientras que Malú los observaba. En aquel lugar existía lo que llamaban “lluvia de mujeres”: cuando empezaba la noche salían todas las mujeres que iban a bailar a dar una pequeña muestra de lo que harían más tarde.

En una de esas noches, Malú conoció a Carolay, la misma noche en la que se volvieron amigas. “Recuerdo que ella se movía como una garza, como un ave en la barra y siempre admiré eso de ella”.

Mary Luz siempre quiso hacer shows, pero sus inseguridades no se lo permitían. Sobre todo, no se lo permitía el recuerdo de cuando una vez en el Magdalena Medio, a ella y a una compañera que le decían La Bruja, las llevaron a una finca y la obligaron a estar con otra mujer. A ella nunca le han gustado, pero a punta de pistola no podía decir que no.

A las 2 de la mañana, salieron a vomitar al baño, luego de ser obligadas a bailar desnudas y a estar juntas. Para terminar la noche, las metieron en un tanque hasta las 4 de la mañana de donde salieron con los dedos derrocados.

“Estábamos en brasier y en calzones. Nos tiraron la ropa afuera y en medio de la nada salimos buscando la autopista. Porque trabajabamos en la autopista Medellín-Bogotá en un negocio que llamaba El Chispero”. Siempre admiró los shows, pero el haber tenido que bailar a las malas no le permitía subir a los escenarios de aquellos night clubs.

 

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Img. 1 Carolay y Malú. Imagen de archivo de Mary Luz López

Una infancia de abusos e injusticias

Antes de estar en la prostitución, Mary Luz tuvo una infancia dura. Nacida en Nariño (Antioquia) en 1977, y llevada a Medellín por su mamá de tan solo 2 años, Malú se convirtió en una niña de ciudad. Luego de que su papá abandonara a su mamá, empezaron a rodar y su madre comenzó a trabajar en hogares de familia.

Malú suspende el relato para darle otro mordisco a su hamburguesa y recordar entre risas el primer momento en que probó una comida de esas.

“Mi mamá me llevaba a las casas donde trabajaba haciendo aseo y había quedado comida del día anterior. Yo nunca había probado las hamburguesas y las veía como en propagandas porque no estaba tan de moda la comida chatarra y pues había un sobrado y yo me puse a lavar los trastes y me comí el sobrado frío”, cuenta entre risas.

Pero las risas se esfuman cuando comienza a relatar un suceso de su pasado. A sus 12 años, pusieron un explosivo en su casa. Estaban buscando a uno de los amantes de su mamá que tenía líos con personas peligrosas. Dejaron un petardo para matarlo, aún sabiendo que había niños en la casa.

El mismo hombre encargado amenazó a su mamá y le dijo: “Si usted sapea, mona, le matamos a sus hijos”. Eso la obligó a llevarse a sus hijos al campo, a una vereda en el Oriente Antioqueño.

 

De la ciudad al campo

Don Berto, el nuevo novio de su madre en una zona rural, los obligaba a levantarse a las 6 de la mañana. Pero Malú no era del campo, nunca había arado la tierra, ni cosechado papas, ni ordeñado vacas. Ella decía que iba a ordeñar la vacas, pero en realidad se iba a tomar la leche que, aunque no era rica, con hambre se la tomaba.

“El hambre es tremenda –afirma–. Cuando hay siembra de papa, queda una papa chiquita, congolitos, que le dicen guache. Y nosotros con mucha hambre íbamos y pedíamos el guache que quedara porque eso se lo echan a las vacas para la comida”.

En aquella finca donde vivía, unos hombres iban y le compraban gallinas. Esa fue la primera vez que Malú conoció a un grupo armado, a la guerrilla.

En el año 1991, este grupo comenzó a ir de casa en casa preguntándole a la gente si querían unirse a la causa. Un día fueron a su colegio, donde estudiaba con Rubiela, una de sus amigas de infancia, a quien asesinaron en 1998 junto a su esposo y frente a sus hijos.

Aquel día domingo en el colegio, Mary venía del pueblo, bajó las escaleras y se encontró con un grupo de jóvenes, algunos lindos, convocando a las personas a una reunión.

El discurso de estos hombres le gustó mucho a Malú, le gustó lo que proponían, por lo que decidió ir a una segunda reunión en otra vereda. Lo que ella no sabía era que a los dos días, un martes de ese año 91 y con tan solo 14 años, la reclutarían y se la llevarían para la selva.

Cuando su mamá se enteró, bajó por ella, pero ya era muy tarde. Se arrodilló ante los hombres armados y suplicó que dejaran ir a su hija para que pudiera volver a casa. Mary Luz le dijo que se fuera porque temía que la lastimaran o algo peor. En su interior solo estaba el pensamiento de que nunca más la volvería a ver.

Malú con sus dos hermanos y su madre. Imagen de archivo de Mary Luz López

En medio de la selva

Una niña de ciudad, con machete en mano y cambiando sus tenis por botas, se adentró en una selva frondosa, dejó atrás su nombre y se convirtió en Jazmín. Porque en la guerra una niña puede portar un arma, pero no su verdadero nombre.

Mientras marchaban, dormían en hamacas o en casas. Pero cuando se quedaban en un lugar dormían en una especie de cambuche o de carpas. Y uno de sus recuerdos más felices era el dulce que encontraban en las pepas del cacao. Ese era su dulce, su premio. Aún recuerda el sabor del cacao que cogía mientras marchaba.

En uno de esos días de marcha, un comandante de escuadra abusó de la niña de ciudad. En aquel entonces, para ella no era un abuso, era normal: “Yo ya me sentía como una puta desde la guerra y por eso digo que la guerra me volvió puta”.

En el campo están el 92 % de las víctimas de abuso sexuales dentro del conflicto armado. Las más afectadas han sido las mujeres y niñas, recuerda la Comisión de la Verdad en su informe final publicado en 2022.

Malú, o en ese entonces Jazmín, pasó de hombre en hombre. Uno de ellos, Guillermo. Él era tierno, le daba piña, caña y le cargaba las cosas. Pero otros, solo la trataban como a un objeto.

La Comisión de la Verdad argumenta que las violencias sexuales en estas situaciones de reclutamiento son la forma de los hombres de expresar poder sobre la vida y el cuerpo de las mujeres: “Ellas son marcadas por la posesión y el sometimiento de sus cuerpos y mentes”. Un hecho que deshumaniza completamente el ser mujer.

Uno de estos hombres, Harry, se aprovechó de Malú más de una vez. Cuando iban por leña, cuando iban a la autopista, cuando se bañaban en el río. Hasta que un día Harry le dijo: “Vea, tenga 5 mil”. Y la dejó irse. En su mente, ella creía que la iban a matar.

“Harry no me dejó ir gratis, todas las veces que me tocó acostarme con él –dice con algo de rabia– para llegar a la libertad me tocó abrirle las patas”.

Empezó a caminar por la selva y solo pensaba que le iban a disparar por detrás. Pero logró llegar a una carretera y cogió una tractomula. El hombre de la mula la invitó a desayunar en un estadero.

Luego de unos largos 4 meses en la selva, Malú llegó nuevamente a su hogar. A donde una madre que la confundió por un fantasma, pues unos días atrás había soñado que la mataban. Entre lágrimas y abrazos, la mamá de Mary Luz recibió a su hija con un gran alivio en su corazón.

 

Nuevos desplazamientos

Unos meses después, a Malú le tocó irse de su casa nuevamente. Había llegado otro grupo armado a la vereda y si se daban cuenta que conocía el monte y las armas, se la llevaban y no la soltaban. En ese momento, la niña de ciudad regresó a Medellín.

Al llegar a la Comuna 13 se quedó en una casa en donde le dieron hospedaje. Allí vivía quien sería el papá de sus dos hijos.

Antes de continuar contando su historia, Malú tomó un suspiro y con tristeza recordó la historia de su amiga Marta, a quien le gustaba mucho el rock. En la Comuna había un hombre al que le decían Teo. Mujer que le gustaba a Teo, era una mujer violada y asesianada en un morro. Marta usaba minifalda y se juntaba con los enemigos de este hombre, por lo que él la echó del barrio.

Un 8 de diciembre, día de las velitas, Marta regresó al barrio a una primera comunión. Al otro día la encontraron desnuda, la habían quemado con ácido y la Policía le tapó la vagina con su mismo zapato. Malú y ella tenían solamente 16 años.

Teo la mató. Asesinó, violó y tiró a Marta en el morro. “Uno normaliza eso”, dice Malú. “¡Ayyy, mataron a una vieja, está en el morro!”, pero la muerte de Marta, sí le dolió.

Cuando arrestaron al padre de sus hijos, Malú decidió irse sola con ellos y se fue a trabajar a una quebrada dentro de un programa de la Alcaldía de Medellín que se llamaba Parce, del Instituto Mi Río.

En el año 2002, Mary Luz, junto con sus compañeros, estaban trabajando al borde de una quebrada en la Comuna 13. En una de las mangas vieron a unas personas que no eran del grupo recogiendo boñiga.

“En ese entonces, en la comuna todos eran sospechosos”. Es por esto que Malú y sus compañeros de trabajo fueron confundidos con los recogedores de boñiga quienes en realidad eran, como relata Malú, a quienes llamaban “los sapos del pesebre”.

Los cogieron y se los llevaron secuestrados a una cueva en donde estuvieron todo un día arrodillados. Llegaban a señalarlos, a juzgarlos, a humillarlos. “Salíamos de uno en uno arrodillados y una persona señalaba este sí, este no, este sí… y los demás volvíamos otra vez pa’ la cueva. Entonces uno decía: ‘ay me salvé, pero sigue mi otro compañero’.”

El mundo oscuro

“De ese secuestro yo llegué a la prostitución. Yo no tenía para dónde ir y estar en el barrio era estar en riesgo. Me tocó desplazarme, dejé a mi familia, me olvidé de Dios y perdí mi identidad: ya no me llamaba Mary Luz sino Yayita”.

“Una amiga mía me dice: ‘Vamos para allí´ y así llegué al mundo oscuro. Porque hay unas pístolas símbolicas que hacen que uno llegue allá. No necesariamente fue el fusil de uno de esos manes que me llevó hasta la putería, pero sí fue un fusil simbólico”.

En este mundo conoció a Carolay, su gran amiga, a quien aún recuerda con mucha nostalgia.

Carolay era una mujer cartagenera llena de vida. Esta mujer tenía una cadena que portaba con mucha elegancia y orgullo. Se la compró y se la ponía cada vez que podía.

Carolay era como una hermana para Malú. Recuerda cómo un día Carolay fue a su casa y su hija Mariana se moría de ganas de ir al concierto de Wisin y Yandel, pero Malú no tenía la plata para regalarle las boletas. Entonces Mariana participó en el colegio para una rifa, pero no se las ganó.

Por esto, Carolay decidió comprarle las boletas a la niña. Fueron a un restaurante de sánduches cubanos y le metió las boletas en medio de los dos panes. Cuando Mariana abrió el sánduche y encontró las boletas no podía creerlo. Por este tipo de recuerdos es que Malú piensa en su Caro con tanto amor.

Vehículos de memoria

Un día, Carolay dejó una maleta en la casa de Malú, pues al otro día la recogería. Pero desde ese momento no se volvió a saber nada de Carolay, lo único que quedó fue una maleta en donde se encontraba su cadena. Una maleta llena de recuerdos y esa cadena que guarda memoria.

Para Malú este objeto “habla por todas esas mujeres víctimas que estuvieron ejerciendo prostitución y que nadie habla de ellas, que no hay memoria. Entonces ahora es muy fuerte que la gente sepa que muchas fueron mamás como Carolay y que fueron hijas, hermanas y que salieron un día de sus casas y nunca regresaron”.

Por Carolay, por las injusticias y por el dolor, Malú empezó a escribir, a sanar por medio de un lápiz y un papel y fue así como logró salir del mundo oscuro.

“La escritura tiene un impacto grande, la escritura me da un lugar en el mundo porque la escritura me sacó de ese mundo oscuro al mundo de las palabras y ahora estoy aquí”.

Ahora, Malú está luchando por todas esas mujeres que viven lo que ella vivió años atrás.

Superación en páginas de papel

“Ya no vendo besos, ahora los regalo”. El beso en el papel, de un color rosa pálido como los labios de Malú, reflejaba la liberación de un camino largo de ataduras. Las ganas y la felicidad con las que impregnaba el beso como firma sobre su libro Alzo mi voz, muestra en ella superación, libertad y, sobre todo, paz entre una vida pasada y presente.

A raíz de lo que pasó con Carolay y con otras mujeres víctimas, escribió un poema llamado Te busco. Este termina así:

Te busco porque tu ausencia marchita mis días, y mi conciencia me insiste en que no hice nada, por mi culpa, por mi maldita culpa.

Te busco porque encontrarte será encontrarme, será encontrar paz.

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