“El instinto me dijo que no me preocupara, que solo debía seguir tomando fotos porque era la única persona con una cámara. Así que seguí”

Guyla Halasz – Brassai

Conocer las coordenadas del lugar donde se encontraban secuestrados el gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria Correa, y su asesor de paz, Gilberto Echeverry Mejía –quien también había sido ministro de Estado–, le costó al periodista Óscar Castaño Valencia perder su libertad y estar detenido en la cárcel de Bellavista durante siete meses.

Fueron más de 500 días que pudieron ser los peores de su vida de no tenerla a ella, a una cámara que mostró luz en un lugar de profunda oscuridad.

No es posible pensar en una fotografía sin cámara, pero tampoco sin fotógrafo. Por eso, Óscar Castaño saca de una caja lo que parece un pequeño lapicero guardado en su estudio, en una hermosa finca en Rionegro, Antioquia, y mientras toma un respiro al mirarla dice: “Sin esta cámara, yo en la cárcel me hubiera suicidado”.

No mide más de diez centímetros de largo y su ancho es tan parecido al de un esfero. Es gris y tiene un metal en la parte trasera que le permite ser enganchada perfectamente en el bolsillo que, comúnmente, tienen las camisas para hombre.

Además, en algunas zonas se nota el desgaste del tiempo, destiñendo ese gris y convirtiéndolo en amarillo. Evidencia que ya han pasado más de 15 años desde su adquisición.

No tiene nombre, pero para Óscar, un periodista con un amplio recorrido y experiencia en el área del conflicto y guerra en Colombia, tiene un valor emocional incalculable.

La “Pen Camera”, como está escrito en el frente de la caja de venta, funcionaba de una forma tan disimulada que permaneció 5 meses en aquella cárcel sin que nadie se diera cuenta.

Óscar se la metía en el bolsillo de sus camisas y con tan solo presionar un botón existente en la parte superior, la cámara registraba lo más oscuro de la vida en el penal.

Mientras terminaba de organizar los elementos del empaque de la “cámara”, hablamos sobre diferentes temas y llegamos a debatir sobre lo difícil que es hacer periodismo de guerra en este país y toda la complejidad del conflicto armado colombiano. Un conflicto que lo llevó a él a conocer el miedo, la rabia y la soledad.

La pequeña cámara lapicero costó, en su momento, 800 mil pesos.

El conflicto nacional y la prensa del país

Sentados uno en diagonal al otro y con una distancia de un metro, nos adentramos en el conflicto de Colombia y en cómo ha permeado diferentes sectores de la sociedad, por no decir que todos. 

¿Por qué hacer periodismo de guerra en Colombia es tan complejo?

“Esa pregunta tiene muchos aspectos, pero hacer periodismo de guerra en Colombia implica relacionarse con todos los frentes del conflicto. En nuestro país, alguien puede pasar de un día para otro de ser del Ejército Nacional a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

A mediados de los noventa, después de vivir el exilio, comencé a darle voz a todos los protagonistas de la guerra y eso incluyó a guerrilleros, narcos y paras. Fue una revolución total en Colombia”.

Óscar es reflexivo y tiene gran conocimiento experiencial sobre la guerra en nuestro país. No titubea un solo segundo al decir que el conflicto colombiano es quizás uno de los más complejos del mundo por todos los frentes que tiene: sociales, políticos, económicos y civiles.

Y es que, de acuerdo con el Informe Final de la Comisión de la Verdad, uno de los derechos que más se ha visto afectado gracias a acciones de los grupos ilegales e incluso del mismo Estado, ha sido la libertad de prensa.

En dicho informe se plasma que tras diferentes reformas políticas desde los años ochenta se han elegido sectores sensibles de la sociedad con el fin de atacar y presionar cuando dichas reformas tocan intereses de los grupos ilegales.

Como es sabido por todos, el trabajo periodístico en Colombia tiene un tinte bastante complejo y más si se trata de guerra. Muchos de los periodistas que han trabajado en este sector han terminado en el exilio o, peor aún, en una tumba.

Aunque el Informe Final de la Comisión menciona las afectaciones a la libertad de prensa, no es concreto en otorgar cifras de las vulneraciones a estos derechos.

Miro a Óscar y le pregunto sobre el conflicto colombiano. Su cara pensativa me hace suponer que está recordando algunas de tantas experiencias que él ha tenido como denunciante activo de muchas irregularidades, pero también como el hombre que le ha dado voz a los actores de la guerra.

“Es que esto acá es tan complicado que tú un día ibas a entrevistar a un soldado y ese mismo soldado mañana era un paraco o un miembro del Ejército de Liberación Nacional (Eln). Así es esto”, respondió Óscar, con su acento paisa característico.

Tras esa explicación, el “Profe” me dice que ha vivido la guerra desde todos los puntos posibles: como víctima, reportero, periodista, defensor de derechos humanos y hasta canal de ayuda humanitaria.

Su camino a la cárcel

En los años ochenta fue un ferviente defensor de los derechos humanos y se convirtió en sindicalista. Para esa época, Colombia vivía un escenario de guerra y terrorismo como nunca antes en la historia.

En dicho entorno, todo aquel que se convirtiera en una piedra en el zapato para el Estado o para los grupos al margen de la ley, no salía vivo.

 ¿Por qué sale del país?

“Yo trabajaba para la Universidad de Antioquia y un día, llegando a dar clase, alguien se me acerca y me dice: ‘siga derecho que lo están esperando para matarlo’. Ahí tomé la decisión de salir del país. Me fui para Inglaterra.

Cuando regresé, me senté a hablar con Don Berna y le pregunté si me podía quedar en Colombia y me dijo que sí, pero que no podía seguir en las mismas.

En los años 80 fueron muchos los sindicalistas que mataron y a mí me salvó mi nieto, pues la orden ya estaba dada y el sicario no me mató porque cuando me apuntó con el arma, yo tenía en brazos a mi sobrino”.

Después de estar en el exilio por defender de forma contundente los derechos humanos, Óscar Castaño jamás imaginó lo que vendría para su vida. Decidió dejar de lado su labor sindicalista para proteger a su familia, pero sobre todo a su nieto, a quien ama profundamente y quien le salvó la vida en un episodio que, al recordarlo, le hace quebrar la voz inmediatamente.

Tras tomar esa postura radical, el “Profe” se dedicó a hacer labor periodística de guerra. Para él, visibilizar a todos los actores del conflicto armado en Colombia se convirtió en una pasión o, quizás, también en una obsesión.

Un trabajo que lo llevó a estar en la selva y en muchas partes del país entrevistando a guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes. Algo que, en la década de los 90, no se veía en nuestro país por lo que fue impactante escuchar las voces del otro lado de la guerra.

El 21 de abril del año 2002, una noticia golpeaba fuertemente al país: el gobernador de Antioquia en ese momento, Guillermo Gaviria, y Gilberto Echeverri, su asesor de paz, habían sido secuestrados en el occidente del departamento, más específicamente en el puente Vaho de Anocozca, en el municipio de Caicedo, tras haber emprendido una marcha contra la violencia. Los responsables de esto eran, presuntamente, el Frente 34 de las Farc.

Ese hecho motivaría a Óscar a seguir el rastro de la noticia y, por supuesto, a querer mediar para una posible liberación. En su relato expresa con contundencia que para él es claro que no es labor periodística realizar mediaciones para liberaciones, pero el conflicto en Colombia es tan complejo que muchas veces esa línea delgada se cruza sin darse cuenta.

Al acercarse a los protagonistas de esta noticia, conoció detalles privilegiados del secuestro de Gaviria y Echeverri. Esos detalles lo llevarían a él a estar frente al entonces general del Ejército Mario Montoya, quien hoy tiene pendiente con la justicia delitos y está acusado por los llamados “falsos positivos”.

¿Qué pasó en ese momento? ¿Cómo llega usted ahí?

“A mí me llaman de Bogotá y me dicen que necesitan hablar personalmente conmigo. Yo viajo y me encuentro con el general Montoya, quien me dice fuertemente: ahí le tengo 50 millones, son suyos y nos dice dónde están Gaviria y Echeverry”.

Las condiciones de la guerra en el país no permiten, como en otros lugares, que todos confíen en que el Ejército brindaría las garantías suficientes para dar la información y creer que nada pasaría. Lo anterior llevó a que el periodista Óscar se negara rotundamente a entregar cualquier dato sobre lugares o personas relacionadas con el secuestro.

“El general, después de mi negativa, me dice: ‘Me las vas a pagar y vas a saber de mí’. Meses después me llegó una notificación en la que me informaban de la apertura de un proceso por extorsión en mi contra.

Crearon un montaje y fabricaron pruebas para cobrarme por haber guardado silencio. Después de eso, llego a la cárcel”.

Cementerio de libertades se llamó la serie periodística que publicó en el ya desaparecido diario El Mundo, de Medellín. / Foto Stephanía Montero

La cárcel, la cámara, la injusticia

Llegó a la cárcel del distrito judicial de Medellín, Bellavista, como represalia de su rebeldía y su decisión de decir “no” al Ejército Nacional.

Su vida cambió en ese momento y se siente en su tono de voz cuando comienzo a preguntarle por este tema: 

¿Qué tan difícil es estar en la cárcel?

 “Es muy difícil. Es un lugar oscuro, hostil. Pudo haber sido mucho más duro, de no haber sido por mi cámara y todo lo que ella me permitió”.

La pasión no se puede ocultar. Te pueden quitar la libertad física de movimiento, pero jamás tus ideales y tus pasiones y justamente eso pasó en esta historia.

Una “Pen Camera” o cámara lapicero traducido al español, se convertiría en el elemento más valioso para disipar la falta de libertad y para realizar uno de los trabajos más apasionantes que ha emprendido este hombre apasionado por el periodismo.

El valor en ese momento de la cámara en el mercado era de 800 mil pesos, pero faltaba algo más: ingresarla al centro carcelario.

¿Cómo mete la cámara a la cárcel?

“En la cárcel siempre hay una manera, por supuesto ilegal, de ingresar objetos: pagando. Mi pareja en ese entonces me ayudó comprándola y pagó. No recuerdo el valor, pero fue caro, para que los guardianes la metieran y me la entregaran”.

Hace una afirmación que parece mentira: la vida afuera es cara, pero en la cárcel es mucho más. Según él, comer, dormir y tener al menos acceso a baños y a elementos esenciales dependía de lo que usted pudiera pagar por eso.

 

Óscar muestra cómo utilizaba la cámara dentro de la prisión. / Foto Stephanía Montero

¿Qué le permitió mostrar la cámara?

“Como la cámara era un lapicero, yo salía a un patio y mostré que hay gente que no tiene cama. Les decíamos ‘los botados’ porque no pueden pagar por una cama. Dormían en colchones en los patios con su plato y su vaso. Pude documentar en varias fotos lo que es la entrada de las mujeres a la cárcel, pude documentar a los ‘volantes’ que no son más que los guardias buscando cosas ilegales”.

La cámara nunca tuvo nombre, pero sí tuvo muchos guardianes quienes la protegieron de ser destruida o excluida de Bellavista. Gracias a ella se pudieron documentar injusticias y las más inhumanas condiciones dentro de ese centro penitenciario.

Además de la cámara, Óscar logró tener un cuaderno donde escribió lo que sería su vida en la cárcel, pero también lo que era una dura penitencia para muchos quienes estaban viviendo lo mismo que él.

Cada ocho días, como es costumbre en los centros penitenciarios, tenía visita más que conyugal: era una visita de trabajo, pues era justo en ese momento cuando de su cuaderno pasaba todas las columnas y las fotos que posteriormente serían publicadas en el diario El Mundo, de Medellín.

Además, la memoria mini SD que acompañaba la cámara también era sustraída y cambiada por una nueva con el fin de difundir las imágenes.

Todo esto quedaría compilado en Cementerio de Libertades, una serie de informes periodísticos que cada ocho días fue publicada y que, posteriormente, Óscar Castaño reunió en forma de libro.

“Si yo no hubiera escrito, me habría suicidado”, me dijo Óscar con sentimientos encontrados. Fue el primer periodista que estaba escribiendo sobre la cárcel desde el mismo escenario y el periódico El Mundo fue el lugar que le recibió desde la primera columna todo su relato.

¿Qué sentimientos hay cuando ves la cámara?

“Ufff, yo tengo cámaras por todas partes, pero para mí esta es muy importante. Es que es muy tenaz porque me permitió contar, sin intimidar a nadie, la historia del ‘cementerio de libertades’ y de la gente que rodea eso: familiares y demás. Para mí, esta cámara juega un papel muy importante”.

Si la cámara hablara, ¿qué diría de esa estancia en la cárcel?

“Diría que entró a un sitio oscuro para volverlo luz. Ojalá pudiera hablar”. 

¿Qué sentimientos podría tener la cámara al haber estado en la cárcel?

“Tendría sentimientos muy encontrados porque, por un lado, me acompañó, pero por otro mostró la desgracia humana. Sería como cuando tenés una pareja: te gustarían unas cosas y otras no. Fue muy lindo porque fue mi compañera”.

Salió de la cárcel siete meses después, luego de que meses antes lo hubieran trasladado para que dejara de escribir y está seguro que la cámara en el momento que se despidió de la cárcel sintió lo mismo: una sensación de felicidad, libertad y ganas de gritar.

Óscar Castaño recuerda con amor y una pasión que solo él puede entender, lo que significó poder documentar todo lo que se vive dentro de la cárcel. Está seguro que no quisiera volver a pasar por un lugar así nunca en su vida pero, aun así, agradece la oportunidad que le dio la vida de visibilizar lo que él llamó un “cementerio de libertades”.

Como todo lo que deja huella, hoy la cámara no es la misma que cuando ingresó a la cárcel y tampoco su dueño. Tiene algunos defectos y aunque funciona, la calidad de las imágenes es baja. Óscar, por lo pronto, sigue haciendo periodismo y denunciando las irregularidades de los políticos en Antioquia.

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