“La justicia se defiende con la razón y no con las armas. No se pierde nada con la paz y puede perderse todo con la guerra”

Papa Juan XXIII

—Alo, mamá, ¿qué le pasó? Hábleme bien, que no le entiendo nada ­ —dijo José Alexander, asustado al sentir a su madre tan desesperada.

—¡Mijo, me lo mataron, me lo mataron! —afirmó entre sollozos la madre de José Alexánder, María Esperanza Castro Martínez.

—¿Cómo así?, ¿a quién mataron? —respondió José, un poco confundido. Pero, a la vez, sabía perfectamente qué le diría ella.

—Los mataron a su hermano y a su tío —contó ella con la voz entrecortada, casi ni se le entendía.

José Alexander sintió que las piernas le dejaban de responder, escuchaba la voz de su madre como un sonido inaudible y lejano. Se le hizo un nudo en la garganta por casi 5 minutos, hasta que logró soltar unas cuántas lágrimas. Y solo pudo decir: “¡Estos hijueputas!”

Un par de tenis de acabados, un reloj desbaratado y algunas fotografías son lo único que tiene José Alexander de su hermanito, Humberto León Pulgarín Castro, el cual fue asesinado por el Ejército Nacional.

 

Fotografías guardadas como recuerdos del hermano y tío de José Alexánder. / Foto Mariana Ossa Gómez

Estos objetos le permiten hacer un recorrido por los recuerdos de un pasado que, después de tanto dolor, ya parece inexistente y fantasioso. Sin embargo, son aquellas pertenencias viejas, usadas, rotas y desteñidas las que le facilitan ver a su ser querido una vez más.

Los zapatos que conserva de su hermano son o se suponen que eran azules. Ya están casi grises. La ausencia de su verdadero dueño se siente por la falta de cordones. Están un poco aplastados.

José Alexánder siempre los lleva con él. Por lo tanto, los empaca donde podía y eso explicaría que ya no tengan horma. A los lados, tienen rayas rojas; unas se notan más que otras. Son talla 40-41. Unos simples tenis, pero que, con solo verlos, se evidencia el dolor y las ilusiones inocentes de otro joven colombiano marcado por las balas en el país.

Tenis de Humberto León Pulgarín. / Foto Mariana Ossa Gómez

El reloj es negro, digital. Ya no da la hora. Su dueño, hace algún tiempo, dejó de pedírsela. Está un poco manchado por la suciedad. Tiene desgastes cafés en las correas. A José Alexander, hermano de la víctima, siempre le surge la pregunta, cuando sostiene el artefacto: ¿Qué hora habrá marcado en el último aliento de mi hermanito?

José Alexánder Castro tiene 46 años y cada que cuenta su historia familiar se le vienen las lágrimas. Lágrimas de lucha, dolor, defensa y resiliencia.

Actualmente, vive en la vereda El Granizal del municipio de Bello. Le gusta el trabajo social y reunirse con sus vecinos, de vez en cuando, para disfrutar de un buen sancocho porque cree que son esos momentos los que se vuelven imborrables y eternos en la mente y el corazón.

Reloj de Humberto León Pulgarín, hermano de José Alexander. / Foto Mariana Ossa Gómez

Un poco de la niñez de José Alexander

Nació en Medellín, el 16 de mayo de 1979. Es hijo de María Esperanza Castro. No conoce a su padre. Desde pequeño luchó por sobrevivir. Trabajó desde los 4 años. Empezó a vender cigarrillos, periódicos, dulces y reciclaba. Estudiaba en la mañana y en la tarde trabajaba para ayudar a su mamá con los gastos de la casa y de sus hermanos.

Pasó una temporada de su niñez en el Bajo Cauca, en el corregimiento Piamonte, municipio de Cáceres, Antioquia. Dice que fueron los mejores años de su vida: “Vivía descalzo, jugaba fútbol, transportaba mercados en las canoas, sacaba oro”, comenta José Alexander mientras se le iluminan los ojos por los gratos recuerdos.

La fecha de la primera tragedia

El 30 de enero de 1993 hubo una incursión paramilitar. Cuenta que a las 3:45 p.m. reunieron a toda la gente del pueblo en el puerto. Era un sábado. Algunas personas salían de misa de 3:00 p.m. Otros aprovechaban el fin de semana para tomarse una cerveza con los amigos o la novia. Algunos niños corrían de un lado a otro, mientras jugaban con un balón. No esperaban lo que pasaría.

Los paramilitares llegaron en camionetas, vestidos de negro. Dispararon al aire unas cuantas veces. Todos los que estaban afuera se tiraron al piso. Unos con más suerte alcanzaron a escaparse por los potreros. Los paramilitares decían: “El que se mueva, lo picamos”, “Al piso guerrilleros, malparidos”.

A la fuerza, sacaron a su tía de la casa y a otro señor; a ambos se los llevaron.

Los grupos paramilitares que llegaron ese sábado 30 de enero al pueblo donde residía José Alexander, surgen en Colombia en la década de los años 90, como un mecanismo de defensa privada de la propiedad frente a las guerrillas de extrema izquierda.

Los encargados de la fuerza pública colombiana adiestraron y dotaron de armamento a civiles en áreas de conflicto con la finalidad de que la ciudadanía ayudara a derrotar a los grupos insurgentes.

Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, entre 1975 y 2015, los Grupos Paramilitares y Los Grupos Armados de Pos Desmovilización (GAPD) fueron responsables del 47,09% de las muertes ocurridas durante el conflicto (21.044 víctimas). Un total de 2.518 de esos asesinatos fueron perpetrados por los GAPD durante su período de desmovilización entre 2006 y 2015.

Empezar de nuevo

En el caso de la familia de José Alexander, les robaron plata, mercado y la canoa de su abuela. Una canoa que aún tiene presente con amor. Era de color café con un poco de verde porque ya estaba vieja, podrida y desgastada. No puede evitar recordar aquel pedazo de madera cada que ve algún objeto hecho del mismo material. La canoa es el símbolo de la vida feliz con la que fantaseó y fantasea.

Aquella tarde fue la última vez que vio a su tía con vida. “La acostaron, le pusieron una cobija encima y la desaparecieron. Tiempo después, encontraron su cuerpo, desmembrado en el río Cauca”, relata José Alexánder.

Su mamá, a raíz de toda la situación, le pidió a José Alexánder que se fuera para Medellín. Ella sentía un miedo profundo a que le asesinaran a su hijo.

José Alexander con determinación y un poco de inocencia, impulsado por el sufrimiento de su familia, emprendió su viaje desde Caucasia a Medellín con solo 2.000 pesos en el bolsillo.

Llegó a la terminal de buses y llamó a algunos familiares, pero ninguno le ayudó; le dieron la espalda. Empezó a dormir en las calles. “Fueron momentos muy difíciles porque el Cartel de Medellín tenía azotada a la ciudad, por donde mirara u oyera eran balas de aquí para allá”.

Le dieron posada en diferentes casas, en ninguna se sentía bien. Un día, por fin se encontró con una señora que lo trató como un hijo. “Me lavaba la ropa, me daba de comer y, además, me dio un trabajo digno”.

Después de tanto sufrimiento, no podía creer que existían corazones nobles y humildes que le ayudaran a las personas sin ningún tipo de interés.

Hasta ese momento, en su vida solo existía la humillación, el dolor, hambre y desasosiego. Ese recuerdo del niño que caminaba descalzo por la orilla del río Cauca, con las mejillas rosadas y una sonrisa de oreja a oreja, desapareció por completo.

Años más tarde, su mamá, María Esperanza Castro, y su hermana, Nora Pulgarín Castro, se vinieron para Medellín. Al principio, vivían en una casa de palos que José Alexánder hizo. Se ubicaron en los barrios Popular 1 y 2, y en Niquitao. La situación mejoró un poco porque a él lo contrataron en un trabajo y pudo pagarle una vivienda más digna a su familia.

En 2001, lo despidieron. Entonces se fue a comprar pescados a Apartadó para vender en Medellín.

José Alexánder, una de las caras de la supervivencia

“Ese año los paramilitares estaban alborotados y mataron a mi primito de 17 años, Jhonairo Alexánder Vergara”, cuenta José, resignado. Lo bajaron del carro y lo asesinaron. “Creo que lo desmembraron y lo arrojaron al río Cauca. Tuvo exactamente el mismo destino que mi tía”.

Una vez, mientras vivía en Apartadó, iba a hacer una diligencia y sintió una moto. Su reacción fue esconderse en una tienda. Las personas le gritaban: “Alex, váyase, que lo van a matar. Vienen por usted”.

Los paramilitares habían dado la orden de “exterminar” a toda la familia de José Alexánder. Todo aquel que tuviera apellido Martínez debía ser masacrado porque, por alguna insignificante razón, los tacharon de guerrilleros.

Édgar de Jesús Velásquez afirma en el documento Historia del paramilitarismo en Colombia que: “Los militares colombianos cambiaron su modo de estrategia contrainsurgente, delegaron en los paramilitares ´el trabajo sucio´ de eliminar a trabajadores campesinos, maestros, políticos y líderes sindicales de izquierda, por ser, supuestamente, guerrilleros de civil que habían infiltrado las organizaciones sindicales, políticas, la iglesia, los gremios y las mismas instituciones estatales”.

Asesinaron y masacraron a inocentes por mucho tiempo porque, si no pertenecían a su “causa política”, entonces eran enemigos y “guerrilleros” directos.

A las 5 a.m., del día siguiente, José Alexánder decidió irse en bus para Medellín porque sus primos le insistieron bastante. Para él, fue el viaje más largo de su vida pues, para esos años, los paramilitares tenían poder en la carretera por la que viajó y cada que el bus frenaba pensaba que lo bajarían para asesinarlo.

Fue la última vez que pasó por esa vía. Jamás volvió por aquel territorio, como dice él, “ni a deshacer los pasos”.

La verdadera razón de su lucha

En el año 2006 estuvo en Yarumal con su hermano, Humberto León Pulgarín Castro. José Alexánder relata con tristeza y nostalgia que Humberto le dijo: “Hermanito, yo me quiero ir con usted para Medellín”. Él le rechazó la idea. Sin embargo, hoy se arrepiente desde lo más profundo, ya que, un lunes, 23 de octubre, su madre lo llamó a decirle que a su hermanito y a su tío los habían asesinado.

Recibir esa llamada, para él, fue desgarrador. Sintió que cada parte de su cuerpo le dolía. Fue como si le sacaran algo de las entrañas.

Lo primero que hizo, al recibir la noticia, fue llamar a la Cuarta Brigada del Ejército. Le dijeron: “No, señor, con nosotros no es”. Como no encontró respuesta en esta institución, fue a la Procuraduría en busca de otra solución. Tampoco le ayudaron. Optó entonces, por irse a Yarumal para que le entregaran los cuerpos. Allí le tocó rogarle a la Personería para ver el cuerpo de su hermano. Al final, lo logró.

Los enterró a ambos el 26 de octubre, en el Cementerio Universal de Medellín, al frente de la Terminal del Norte. “La cabeza de mi tío estaba destrozada totalmente y mi hermano era irreconocible, su cráneo estaba partido, gigante y negro”. Una imagen que llevará siempre grabada entre los ojos y el alma.

Fue una situación muy compleja porque, aparte de la pérdida de su hermano, lo estaban buscando por “guerrillero”. Había carteles de “Se busca” con su foto y nombre.

José Alexánder admite que le hicieron un favor porque los casos de ejecución se reportan a la justicia penal militar, en donde estaba el caso de su hermano. Para él, fue la única forma de recibir atención de los entes gubernamentales, por lo tanto, sin pensarlo se entregó a la Procuraduría.

El fiscal que llevó el caso lo investigó y se dio cuenta de que José Alexánder no era ni guerrillero ni paramilitar ni delincuente. Solo un ciudadano que buscaba justicia. El fiscal le dio un consejo y le dijo que hiciera un derecho de petición. José Alexander así lo hizo y logró, a través de este mecanismo, que el caso saliera de la justicia penal militar.

La disputa legal

En 2008 tuvo una corazonada porque veía que el pleito por lo ocurrido con su hermano seguía sin resolverse, de modo que se fue para un café internet y buscó: ejecución extrajudicial.

En esa búsqueda, le salió un número de teléfono. Llamó a la coordinación Colombia- Europa-Estados Unidos y les contó que el Ejército le había asesinado a su hermano y tío. Ellos le tomaron algunos datos y le asignaron un abogado.

Pasó mucho tiempo antes de que se resolviera el caso. Llegó a pensar que perderían la demanda. Pero gracias a sus esfuerzos y a los de su abogado, lo ganaron y los indemnizaron. Comprobaron que el responsable del crimen fue el Ejército Nacional.

La Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) investigó a Jaime Humberto Pinzón Amezquita, comandante del Batallón Atanasio Girardot en el año en que fueron asesinados sus familiares. Este militar reconoció 53 ejecuciones extrajudiciales, entre ellas la de su hermano y tío.

Con el dinero de la indemnización, construyeron la casa en la que actualmente viven.

Defender a los demás

Por lo ocurrido con su familia, decidió ser defensor de los derechos humanos. En 2009 ingresó al Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice), hace parte del equipo coordinador. Creó el colectivo Tejiendo Memorias. Lleva más de 5 años pronunciándose contra las ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzosas.

José Alexánder sabe que estos movimientos no le devolverán a su hermano ni a sus familiares, pero, para él, es una manera de hacerle honor a la memoria de sus seres queridos. “Es un dolor que llevo cada día y en cada paso que doy. Nadie me lo va a borrar”, dice con la voz quebrada y con los ojos rojos.

Su más grande anhelo es reencontrarse con todos aquellos seres que la guerra en Colombia le arrebató.

Pero antes de reunirse con ellos quiere dejar una huella de lucha; una lucha por aquellos que les borraron los derechos, por los que no tienen ni tuvieron nada seguro, por esos que el país, hace mucho tiempo, condenó a sufrir.

Una lucha por los pares de tenis, los relojes desgastados y las fotografías olvidadas de toda Colombia.

Según la cadena de noticias CNN, la JEP determinó, en febrero de 2021, que en Colombia al menos 6.402 personas fueron víctimas de los llamados “falsos positivos”, es decir, muertes presentadas ilegítimamente por el Estado como bajas en combate entre 2002 y 2008.

En otras palabras, los “falsos positivos” fueron las ejecuciones de civiles por militares que los presentaban como guerrilleros muertos en combate para obtener así beneficios en su institución.

“Los crímenes no hubieran ocurrido sin la política institucional del Ejército de conteo de cuerpos, sin la política de incentivos y la constante presión que ejercieron los comandantes sobre sus subordinados para obtener muertes en combate”, afirma la JEP.

Humberto León Pulgarín, hermano de José Alexánder, hace parte de las 6.402 personas que fueron asesinadas por el Estado colombiano, un estado que, en vez de velar por sus derechos, se los denigraron por completo. Humberto León Pulgarín es una de las caras que hoy hace parte del pasado histórico y resiliente de Colombia.

Lugar donde actualmente reside José Alexánder con su hermana y mamá. / Foto Mariana Ossa Gómez

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