Todos estamos condenados al polvo y al olvido […]. Sobrevivimos por unos frágiles años, todavía, después de muertos, en la memoria de otros, pero también esa memoria personal, con cada instante que pasa, está siempre más cerca de desaparecer.
Héctor Abad Faciolince en El olvido que seremos
El único muerto ese 11 de abril de 1988 fue Jorge Morales Cardona. Ese día se encontraba en una cafetería aledaña a la Facultad de Odontología de la Universidad de Antioquia donde era profesor. Estaba sentado con dos compañeros tomándose un café. En medio de su conversación fueron sorprendidos por dos sicarios que les dispararon.
Recibió un disparo en la escápula que se desvió hacía su corazón; un corazón tan enorme que lo había llevado a cambiar muchas vidas y que, ese día, a ese hombre delgado, de pequeña estatura y barbado se lo habían arrebatado.
El único objeto suyo que guarda su familia es un suéter amarillo opaco. Este, con un pequeño bolsillo delantero y un par de hilos descolgados, tiene más de 50 años. Las prendas que usó en esa época terminaron extraviadas. Él no era muy apegado a objetos materiales.
Este suéter era una de las pocas prendas que conservó desde el momento en que su esposa se lo obsequió. Un objeto que, aunque no tenía un valor material para él, sentimentalmente tenía un toque especial.
Una prenda algo desteñida, como esa opacidad de la vida en un abrir y cerrar de ojos; una vida como la de Jorge que ha quedado perdida en la historia de la justicia y la sociedad colombiana.
Con el tiempo, algunos sucesos se olvidan, pero para su familia este suéter ha sido un objeto significativo para seguir recordando a ese amor que perdieron y a ese padre incondicional.
Infancia y estudios universitarios
Su vida desde muy pequeño fue complicada. Quedó huérfano a los 12 años y se fue a vivir con su hermana mayor a San Carlos, un municipio ubicado en la subregión Oriente de Antioquia. En San Carlos pasó su niñez, conoció a su esposa e hizo un trabajo social que posiblemente fue el detonante de su muerte.
En esta localidad, que limita al norte con San Rafael, San Roque y Caracolí, por el oriente con Puerto Nare, por el sur con Puerto Nare y San Luis, y por el occidente con Granada y Guatapé, encontró al amor de su vida y esposa, Celina Botero, a la que amaba sin límite alguno.
Cuando terminó sus estudios de secundaria en San Carlos se fue a Medellín a estudiar Medicina en la Universidad de Antioquia, carrera donde hizo seis semestres debido a que su hermana enfermó de cáncer y no quería estar con más nadie sino con él.
Luego de la muerte de su hermana, se decepcionó de la Medicina y entró a estudiar Biología, donde cursó ocho semestres, pero al final la dejó. No estaba muy animado por seguir sus estudios, pero su esposa Celina lo impulsó a estudiar Odontología y ahí fue donde se graduó el 31 de octubre de 1979, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia.
En diciembre de ese año, Jorge ya estaba haciendo su año rural, precisamente en San Carlos, donde era aclamado y respetado por muchos. Era visto como un hombre amable y extrovertido del que nadie tenía ni una sola queja.
Sus semestres de Medicina lo ayudaron para intervenir en algunos casos del municipio porque los médicos no daban abasto. Su año de rural no solo fue aprendizaje en la Odontología, sino en muchos otros ámbitos.
El caos de las hidroeléctricas
San Carlos y sus alrededores se convirtieron pronto en el epicentro de producción de energía del país y eso trajo muchos problemas.
Entre las décadas de 1960 y 1980 se construyeron las hidroeléctricas Calderas, entre San Carlos y Granada; San Carlos, en el corregimiento El Jordán, la más importante del país por su capacidad de generar energía; y los embalses de San Carlos, Punchiná, Playas y Calderas.
Estas construcciones trajeron consigo varias consecuencias. Por un lado, comenzaron a llegar muchos obreros de otros lugares y esto generó una pérdida de identidad cultural y, por el otro, no se realizaron estudios de los impactos ambiental, social o económico que estas traerían.
En medio de esta situación, y las alzas de los costos de los servicios públicos, muchas personas decidieron huir del pueblo buscando un lugar para vivir en forma tranquila. Para otros fue un motivo para alzar su voz, por lo que se creó el Movimiento Cívico del Oriente, formado en 1980, y del que Jorge haría parte.
Este movimiento quería tener participación política y buscar la transparencia en el manejo de los recursos de la zona, incluyendo las negociaciones con las hidroeléctricas, donde encontraron diversas irregularidades.
La gran acogida del movimiento no fue del agrado de los grupos políticos que lideraban en el municipio, en su mayoría conservadores. Esto trajo consigo amenazas hacia los miembros del movimiento municipal y panfletos que exigían que estos líderes salieran del pueblo.
El primero en ser asesinado fue Julián Conrado el 27 de octubre de 1983, quien había llegado a San Carlos desde Cartagena para realizar su año rural y se había quedado a ejercer su profesión y ayudar a la comunidad. Murió a manos de sicarios a pocos metros de su consultorio en la plaza municipal. Esto ocasionó el enfado de la población no solo de San Carlos, sino de los 11 municipios aledaños. El crimen fue atribuido al grupo paramilitar MAS10 que operaba desde el Magdalena Medio.
Momentos de convulsión
En 1984, el movimiento decidió entrar de nuevo a la contienda electoral con una lista para el Concejo Municipal. Gracias a ella fueron elegidos tres miembros, entre ellos Jorge, para representar a la comunidad. Esto significó una victoria y una nueva alternativa para este pueblo que había estado desde hacía mucho bajo el dominio conservador.
La situación de San Carlos era compleja. En esa época, según Claudia Morales, la hija mayor de Jorge, las personas que vivían en la zona comenzaron a hablar de “la chusma”, apodo que le tenían a los grupos guerrilleros.
Con la llegada del Ejército de Liberación Nacional (Eln), que quiso pescar en el río revuelto que produjo el descontento de la población, comenzaron a aparecer rumores de decían que los integrantes del Movimiento Cívico eran cercanos a la insurgencia.
Esa fue la justificación que tuvieron sectores cercanos al paramilitarismo para llegar al lugar. Para eso fueron apoyados por diversos sectores, como ganaderos, terratenientes y políticos, situación que llevó a unas tensiones más profundas.
Esta situación provocó que fueran asesinados Iván Castaño, Jairo Giraldo y Gabriel Velásquez, los tres pertenecientes al movimiento. Entre estas disputas, el conflicto fue aumentando de intensidad, mientras los grupos guerrilleros fueron consolidándose en el pueblo.
De ahí la estigmatización de que una persona no pueda defender sus derechos fundamentales sin ser considerada partidaria de grupos ilegales. En San Carlos, sobre todo entre sus élites locales, existía el pensamiento de que cualquier persona que reclamara o saliera a defender sus derechos era guerrillero y quería todo regalado. Si, por el contrario, había una persona que ayudara a los campesinos y les regalara mercados, como ocurría con el caso de Jorge, también era considerado parte de ese grupo revolucionario.
Tras un año complejo, Jorge terminó su año rural, regresó a Medellín, pero no se olvidó de aquel municipio donde había crecido.
Su don de ayudar lo ataba a ese pequeño pueblo de 702 kilómetros cuadrados, tanto que se trasladaba cada 8 días junto con su esposa y sus cuatro hijos para atender a los campesinos, revisarles los dientes y llevarles ayudas alimenticias. Además, para asistir a las sesiones del Concejo que se hacían los fines de semana.
La advertencia
Tiempo después, Jorge comenzó a ser parte del profesorado de la Universidad de Antioquia. Se destacó tanto que la Universidad le pagó su especialización en Brasil. Comenzó como profesor de cátedra y después abrió su propio consultorio en el municipio de Bello, donde residía. Luego abrió otro en el barrio Laureles de Medellín.
Para 1988 no solo surgían más problemáticas en San Carlos. Según el periódico El Tiempo, Colombia sufría una constante guerra con el narcotráfico y producto de ella fue asesinado, entre otros, el procurador general de la nación, Carlos Mauro Hoyos Jiménez, y secuestrado el candidato a la Alcaldía de Bogotá, Andrés Pastrana, por cuenta de hombres de Pablo Escobar.
El conflicto se presentaba a flor de piel en el país y escapar de él cada vez se hacía más complejo. En el caso de Jorge, seguía con sus labores de ayuda en San Carlos. A pesar de los asesinatos de los líderes del movimiento, él nunca fue amenazado de forma directa.
Según relato de su hija mayor, Claudia, él nunca tuvo miedo de nadie. Incluso, recuerda un día en el que toda su familia viajó de noche a San Carlos, a la finca que tenía su padre. Al llegar, la señora que cuidaba les dijo muy preocupada:
–¡Váyanse ya del pueblo!
–¿Por qué? ¿Qué pasa? –respondió Jorge.
–Hay una gente muy rara preguntando mucho por usted. Incluso, la guerrilla está cubriendo la finca para cuidarlo.
Claudia relata que su familia empezó a mirar por todas partes y entre los matorrales se movían personas de la guerrilla que estaban ahí vigilando. Recuerda muy claro que la única respuesta de su padre fue: “Yo no le debo nada a nadie, yo no me tengo porque ir, yo no he hecho nada malo”.
Días después, el 11 de abril de 1988, fue asesinado en la cafetería de enfrente de la Facultad de Odontología de la Universidad de Antioquia. El suceso en su finca fue la única advertencia que Jorge tuvo, pues nunca recibió una amenaza directa como los otros miembros. Su familia intuye que su asesinato se debió a la mano tenebrosa de dirigente políticos que fueron apoyados por los paramilitares.
Su familia
Para Claudia, la partida de su padre ha sido una de las cosas más difíciles de su vida, no solo por ser su papá, sino porque ella había estado en todo momento acompañándolo. Todas las mañanas se despedía de él antes de ir al colegio, pero justo ese día no pudo hacerlo, algo de lo que se arrepiente profundamente.
“Fue muy difícil, no se imaginan. Ese día salí temprano para el colegio. Mi papá siempre salía antes que yo, me asomé a la habitación de él y lo vi acostado durmiendo. Como nunca dormía hasta tan tarde, no lo quise despertar para despedirme”, comentó Claudia con lágrimas en sus ojos.
Su relato continuó diciendo: “Me fui para el colegio y a eso de las nueve de la mañana fue una prima por mí y yo no entendía por qué apareció ella, si nunca iba por mí. Me dio la noticia y fue muy difícil. Llegué donde mi mamá y ella estaba llevada, mis hermanos gritaban y yo era la única que no podía llorar porque era la que tenía que dar el aliento”.
Su familia quedó desconsolada, era una situación muy difícil. Celina había sido profesora por un tiempo, pero había renunciado para dedicarse a la casa, por lo que sin Jorge todo se complicaba: le tocó enfrentar la vida con cuatro hijos y sin trabajo.
Luego de varios meses, ella aprendió a construir unos aparatos de ortopedia funcional que hacía Jorge para niños, así que habló con algunos amigos de él para venderlos, y desde ese entonces ese ha sido su sustento.
Antes de Jorge morir, ellos se habían mudado al municipio de Envigado Celina decidió pasar el laboratorio allá. De esa manera podía estar más cerca de sus hijos, quienes después de la muerte de su padre también pasaron por situaciones difíciles.
Claudia recuerda que “entre todos empezamos a chocar y eso fue muy duro al principio. Ya después uno se va acostumbrando. Yo digo que acostumbrar porque eso no se olvida”.
No hay verdad
Este hombre de 39 años veía al mundo como un medio donde todos debían tener las mismas oportunidades y donde se debía ser justo.
Su asesinato no tuvo una respuesta clara. La investigación nunca la terminaron. Hubo rumores de que habían amenazado a los jueces y su familia no tuvo razón de nada al respecto, ni por parte del gobierno ni de la Universidad.
Su familia aún sigue esperando una respuesta sobre lo que sucedió con Jorge Morales. En palabras de su hija mayor: “¿Verdad? No hay verdad”.
Uno de los pocos objetos que conserva desde su muerte es esa camisa que su madre le regaló cuando joven y que él amaba colocarse. Aún después de su partida, su hija la conserva, incluso con algunos desgarres e hilos sueltos, para sentirse cerca de él.
Desde hace varias décadas, Colombia ha afrontado diversas luchas por el respeto a los derechos de la población, generando que movimientos sociales independientes denuncien aquellas irregularidades y busquen justicia para la ciudadanía.
Esto le ha causado la muerte a muchos ciudadanos en diferentes sectores, en su mayoría líderes sociales. Según cifras del Centro de Investigación y Educación Popular (Cinep), de enero de 1988 a octubre de 1991, en el Oriente antioqueño fueron asesinados 66 miembros de movimientos sociales.
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