La parábola de Joel y su “familia” I Vamos a la suerte de nosotros

Por Valeria Jaramillo Giraldo

La travesía de un migrante es una historia que nunca para de narrarse: con giros inciertos que ponen a prueba la resistencia y la voluntad humana, una y otra vez; incluso, con el roce de la misma muerte, en el que cada final es apenas un comienzo.

De izquierda a derecha: Joel, William y Daniel.

Nos conocimos la noche del 31 de septiembre de 2022. Hacían parte de una familia venezolana conformada por William (47 años), tío de los primos Joel (27) y Daniel (21); viajaban junto a sus amigos Francisco (22) y su esposa Dailimar (21). 

Conversamos alrededor de una mesa, en la playa El Pescador, de Necoclí, Antioquia. Francisco y Joel me compartieron anécdotas de su recorrido como migrantes hasta ese momento. Contaban la manera en cómo se preparaban para afrontar su paso por el Tapón del Darién, y los motivos que los llevaron a salir de Venezuela para emprender el rumbo hacia el sueño americano. 

Se turnaban para hablar, aunque solían interrumpirse. Tenían tanto por decir, que las palabras, en ocasiones mezcladas con el llanto, se escapaban sin anunciarlo.

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Francisco

Llevamos un mes en el camino por el sueño americano. Mi esposa y yo salimos directamente de Venezuela. Cuando llegamos a Cúcuta nos trataron muy mal, y a mí me robaron la cédula. Hemos pasado todo el trayecto caminando. La terminal de nosotros los migrantes son los peajes y los semáforos. Los camiones paran y aprovechamos para subirnos a escondidas. También están quienes nos dan colita (un aventón).

Para llegar a Necoclí, caminábamos en un día entre 50 a 60 kilómetros. A veces se daban las 2:00 o 3:00 de la mañana y nosotros todavía estábamos en la orilla de la vía. Recuerdo que una vez caminamos desde las 4:00 de la mañana hasta las 2:00 de la tarde, sin tomarnos siquiera un vaso de agua.

En Medellín nos encontramos con Joel y su familia, y nos instalamos con nuestras carpas en el Parque Berrío. Allá nos robaron unos paisanos. Cuando estábamos durmiendo, a mi esposa la agarraron y la amenazaron con cortarle el vientre con un pedazo de botella. Se llevaron todas las cosas, hasta los zapatos. Yo no sé para qué les va a servir esos zapatos pecuecudos. Nos robaron los celulares y los dólares que tenía para el pasaje en lancha de Necoclí a Capurganá, que al cambio daban unos 150 mil pesos.

Joel

Gracias a Dios yo tenía mi celular cargando en una panadería cercana, sino también se lo hubieran llevado. Acá todos nos comunicamos con mi teléfono. Nos golpearon, mi primo Daniel todavía tiene moretones. También me robaron los zapatos. En el camino me regalaron un par, pero me quedan pequeños. Tenemos los pies muy hinchados de tanto andar. Ahora no tenemos ni siquiera carpa, ni botas, ni machete. Ya hemos averiguado acá en Necoclí y solo las botas cuestan 40 mil pesos. Todo está caro.

Una carpa nos la querían vender en 80 mil pesos. Lo que compré fue un estuche para que el celular no se mojara con el agua, en cinco mil.

Francisco

Para llevarnos hasta Capurganá, donde empezaremos a atravesar el Darién, la embarcación nos cobra 160 mil pesos por persona. Además, para desembarcar nos piden tres mil 600 adicionales, de lo contrario nos devuelven. Todos los días salen de aquí barcos llenos de migrantes, desde la mañana hasta la tarde.

Para poder comer, llevamos una ollita. Hacemos un fogón y cocinamos en la calle. Si tenemos hambre fritamos, así sea unos huevitos. Yo prefiero eso a estar pidiéndole siempre a la gente o a robarnos un pedazo de comida, para que después nos vayan a joder. Nadie nos apoya para bañarnos, el alquiler de un baño acá cuesta dos mil pesos.

Joel con el tiquete de la embarcación hacia Capurganá.

Al momento de dormir, nos toca con un ojo cerrado y el otro abierto. Si uno se queda dormido es por el cansancio. Ustedes tienen su camita, su aire y su televisor, pero ¿uno qué tiene? Tierra y frío. Hasta nos ha pasado que nos han orinado encima mientras dormimos.

De izquierda a derecha, Dailimar y su esposo Francisco.

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Mientras Francisco y Joel contaban sus vivencias, Daniel y Dailimar permanecían en silencio o pronunciaban unas cuantas palabras; algo tímidos ante mi presencia y la de mis compañeros reporteros. Asentían con la cabeza una que otra vez, reafirmando lo que sus familiares decían. Dailimar y yo intercambiamos unas sonrisas. 

Por algunas insinuaciones y por el pequeño bulto que comenzaba a sobresalir de su vientre, notamos que Dailimar estaba embarazada. Francisco hizo una pausa en su discurso para mostrarnos las heridas que el sol había producido en la piel de su esposa, que estaba tratando con una crema que él le consiguió. En cierto momento, Daniel se remangó el pantalón para señalarnos las marcas que aún le quedaban tras el robo que sufrieron en Medellín. Tenía en su pierna una hinchazón rojiza, mucho mayor a la de sus pies.

William, el tío, sonreía la mayor parte del tiempo. Era delgado y tenía un aspecto envejecido para su edad, que generaba en él compasión y ternura. También hizo una intervención para decirnos que antes de aventurarse en el viaje hacia Estados Unidos, había estado en Colombia durante seis meses, radicado en Ibagué, Tolima.

Dailimar, Francisco, William, Joel y otra migrante subidos en un camión, parte del viaje hacia Necoclí. Cortesía Joel Gómez.

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Joel

Para recoger el dinero y pagar la lancha, le pedimos a la gente o vendemos caramelos. Necesitamos llevar a la selva linternas, botas, carpas, enlatados y agua. Es una semana de travesía. Pensamos que es un sacrificio muy fuerte, pero muchos paisanos de nosotros ya han pasado y hasta con niños, entonces, ¿uno por qué no lo puede hacer? No tenemos ni para pagar el guía, pero igual vamos a la suerte de nosotros.

Francisco

Los colombianos nos han apoyado mucho, aunque también hay algunos malos. Pero en la selva si uno quiere pedir algo, como agua, no se puede. Allá no hay nada. ¿Qué vamos a comer? No somos iguanas para comer monte. Ya unos amigos me han contado cómo es el viaje. Son ocho días completos caminando, desde las 6:00 de la mañana hasta las 3:00 de la tarde de seguido. En la noche no se puede dormir, por todos los peligros; hay muchos animales exóticos. Me dijeron que hay unos zancudos del tamaño de un brazo que nos pueden llevar volando.

Joel

Tengo de amuleto una pulsera de elefanticos que me dio mi esposa, está rezada para la protección, y una manilla de la bandera venezolana. Con la bendición de mi Dios mañana vamos con toda. Acá rezamos mucho, y leo la biblia que llevo conmigo. Creo en Dios y respeto la decisión de cada persona. Lo más importante en esta vida no son las religiones, sino tener a Dios en nuestros corazones. Mi abuela siempre me ha dicho que mientras tengas buenos pensamientos te irá bien. Si llamas a lo malo, lo malo te va a venir.

Francisco

Yo llevo puesto un escapulario de Cristo que me regalaron en Medellín. Sabemos que pasar el Tapón del Darién será difícil. El sueño americano no es fácil, pero uno quiere lo mejor para su familia. Deseo darle una casa a mi mamá en Venezuela. También ayudar a mi papá, que está enfermo. Mi esposa y yo tenemos un niño en Venezuela, pero fue mejor no traerlo. El niño sufriría mucho, y más en la selva.

Nuestra meta es llegar a Estados Unidos, aunque no tenemos familia ni nadie que nos reciba. Vamos al azar, a la suerte de que el presidente de allá nos dé un asilo. Ahorita el gobierno de Estados Unidos nos está apoyando, están recibiendo trabajadores. Yo trabajo en todo lo que tenga que ver con construcción. Después quisiera devolverme a mi país, pero con platica.

Joel

Yo me fui hace tres años de Venezuela y llegué a Perú. Nunca pude tener un documento oficial, ni encontrar trabajo. Si no tienes documentos no puedes hacer nada. La cuestión se puso tan fuerte que tuve que salir. 

De Perú me fui a Chile, pero en Chile hay mucha xenofobia, es un país muy egoísta. Ellos creen que nunca van a migrar. Tratan mal a todos, hasta a los colombianos. Venezuela cuando estuvo en las buenas recibió a muchos chilenos, y aun así ese país no es agradecido. 

Mi hija mayor está en Venezuela, y la otra está en Chile con su mamá. Yo me vine solo, y acá en Colombia me encontré con mi tío y mi primo. Prefiero guerrearla yo, este camino es muy duro, por eso no traje a mis hijas.

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Francisco se mostraba optimista y hacía comentarios jocosos, aunque conocía de cerca los riesgos de aventurarse por la selva. Joel también lo estaba, pero le era inevitable no llorar en su relato. Tenía un sentimiento acumulado desde que tuvo que dejar su país por primera vez, hasta el momento en que nos encontrábamos, en una parte de su camino hacia el sueño americano. 

El dolor se traducía en cada padecimiento del trayecto, en estar lejos de casa, en extrañar a su familia, en las tantas veces que no tuvo nada que comer o beber, en las largas caminatas que soportaron y soportarían sus pies, en los golpes, en el rechazo y en las humillaciones recibidas por su nacionalidad venezolana.

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Francisco

Imagínese que usted en Venezuela trabaja una semana y le alcanza apenas para comprarse un kilo de arroz. Entonces, ¿qué se come en esos días?, ¿un granito de arroz por persona? No hay ni para comprarle un pañal al bebé. A uno le entra la desesperación y por eso nos toca salir. Nosotros no queremos perder más tiempo, somos unas personas jóvenes, con una vida por delante y allá no tenemos futuro.

Tengo miedo. Tengo miedo de no volver a ver más a mi mamá. Que ella se quede allá, sufriendo. Yo no quisiera que ustedes los colombianos pasen por una situación de estas. Colombia y Venezuela son hermanas, dos países en uno. Venezuela que es sagrada y Colombia que es querida.

Joel

Lo único que me duele de llegar a Estados Unidos es que son diez años que no podré salir del país. Diez años sin volver a Venezuela ni ver a mi familia. También tengo a mis papás allá. A uno le da miedo de pronto una mala noticia y no poder regresar a verlos.

Es fuerte dejar a tu familia por un sueño. Yo sé que es peligroso, me puede pasar algo en el Darién. No es fácil, pero tampoco imposible, todo sea por llegar a Estados Unidos.

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El primero de octubre de 2022, la familia de Joel se embarcó en una lancha con destino hacia Capurganá, donde comenzaron su tránsito por el Tapón del Darién. La selva que conecta a Colombia con Panamá, es el sitio donde convergen miles de migrantes que aspiran a seguir el recorrido por Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, hasta cruzar la frontera con Estados Unidos.

Antes de despedirnos, Joel nos enseñó las fotografías del viaje que conservaba en su teléfono. En todas posaron alegres, como si se tratara de un paseo familiar. Nos compartió una que otra frase de motivación que solía leer para darse ánimos. Una de ellas decía: “La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Esta no es perfecta, no es coherente, no es fácil, pero a pesar de todo, la vida es bella”. 

También dejó sonar la canción que se ha vuelto un himno para los migrantes: “Me fui”, de la cantante venezolana Reymar Perdomo. Agendé su número de celular y quedamos en mantener el contacto por el resto de su trayecto.  

Continuará…

Joel junto a Daniel, Wiliam, Francisco y Dailimar en la embarcación rumbo a Capurganá.