Por María Victoria Avendaño
Un reconocimiento a la pequeña Sara y a los menores que, sin entenderlo bien, dejaron sus escuelas para cruzar el Tapón del Darién. A las mamás embarazadas que con valor entraron a la selva en busca de un luminoso mañana. Y a los cuerpos inertes de los niños que se ven por el camino.
Los que no lo lograron
Tapón del Darién: frontera entre Colombia y Panamá. Selva-cementerio que alberga abortados y recién nacidos, embarazadas y niñitos, violados, amenazados y hasta suicidados.
Cuando Dailimar Orazma llegó de Venezuela a Necoclí, arrastrando zapato por tanto caminar y deseando que algún conductor no la pillara cuando se subía al techo de una tractomula, debió sentir que pronto pisaría una tierra de gloria y goce, de renombre y triunfo, de placer y de encanto.
No iba sola, a su lado estaba José Francisco, un moreno bajito con quién había recorrido bajo sol y lluvia más de 1.200 kilómetros, y con quien compartía la idea de tener una vida tranquila, un trabajo estable y un sinfín de posibilidades que ofrecer a la personita que apenas se formaba en su vientre. Dailimar con 21 años y Francisco con 22 emprendieron su viaje a Estados Unidos desde Venezuela, su país de origen, atravesando Perú y pasando por Medellín y Capurganá hasta llegar a la selva.
Joel Páez, un migrante que viajaba en grupo con la pareja embarazada, nos escribió el 15 de octubre de 2022, dos semanas después de haber iniciado la travesía por el Darién, para contarnos su alegría al poder cruzar y la desgracia de sus dos compañeros al no lograrlo.
-¿Y Dailimar y su esposo? -preguntamos.
-Ellos se murieron en la selva, no lograron cruzar, se los llevó el río -dijo Páez.
A Dailimar le tomó tiempo decidir salir de su país, le tomó mucho más llegar hasta el Tapón, pero no le tomó nada al río envolverla en su caudal y llevarla a conocer otros muertos más.
Es difícil saber si la familia de Dailimar y Francisco los sigue imaginando camino a gringolandia o si por fortuna se enteraron de la mala nueva. Sus cuerpos debieron quedar en alguna orilla varados esperando ser cubiertos por algún caminante o arruinados por algún animal.
Cementerio El Darién
Para Dailimar llegar hasta Necoclí fue una lucha. Aguantó hambre por días, soportó rechazos, humillaciones y hasta intentos de robo, pero seguía teniendo una “ventaja” que otras no: era joven, gozaba de salud y aunque estaba embarazada, no debía tener ni seis semanas.
Levis Viloria es un auxiliar de enfermería en Necoclí, llevaba desde antes de la pandemia tratando a los cientos de migrantes varados en las playas y a los que se acercan por ayuda al hospital. Cuando nos contaba sobre su trabajo, mencionaba lo difícil y doloroso que es ver cómo los niños son curados en el centro médico para luego ser llevados al Darién y estar expuestos a enfermedades complejas de tratar.
-¿Qué pasa con los niños que mueren en la selva? ¿Hay algún equipo que vaya a sacar los cuerpos o cómo funciona?
-Nada, las mamás los votan, simplemente se dejan ahí -contestó.
En un artículo publicado por la BBC, un especialista en medicina tropical que atiende a los migrantes luego de salir del Tapón por Panamá, contó la historia de una mujer que regaló los hijos a un extraño al no tener más fuerzas al caminar, y también la de un hombre que se arrojó con sus pequeños al vacío luego de ver a su esposa morir.
¿Qué tan agonizante deber ser la situación de una madre para pedirle a un extraño que se encargue de sus hijos? ¿Qué tan grande será la desesperación en la selva que hace un padre se suicide con sus niños? ¿Qué debe hacer una persona para tener el coraje de dejar el cuerpo de otra y seguir el camino sin más?
Los que todavía pueden
María Ortiz cumplió el 2 de octubre de 2022, 15 días de estar acampando en las playas de Necoclí con sus tres hijas -Evelin, Gabriela y Génesis- y sus diez nietos. Improvisaron un fogón con trapos y palos para cocinar cuando pudieran, siendo una numerosa familia la comida se volvía más difícil de conseguir.
Durante el día tienen que “llevar sol como unos desgraciados” ofreciendo los dulces -que a veces no se venden- para comprarle algo de comer a los niños, y guardar para pagar los $160.000 pesos colombianos que les cuesta la lancha a cada uno para poder llegar al Darién, sin mencionar las botas, agua y demás cosas que deben conseguir antes de aventurarse a la selva.
Eran las 10 de la mañana cuando conversé con la abuela Ortiz, no demoré mucho, un par de preguntas y me dirigí a hablar con sus hijas. Antes de irme María me llamó y me llevó hacia un lado donde no nos pudieran escuchar.
-Qué pena es que yo quería pedirte un favor -dijo nerviosa.
Asentí con la cabeza.
-¿Será que tú me puedes regalar algún billetico que tengas? Es que hoy en todo el día no hemos comido -me decía mientras se rascaba la cabeza y reía con nervios.
-Ay sí -contesté sin vacilar y saqué la cartera.
A Sarita la conocí el 30 de septiembre de 2022 en un campamento improvisado a la orilla de la carretera Medellín-Necoclí, cerca del kilómetro 88. Estaba sentada en el piso jugando con la hierba cuando me le acerqué, me agaché a su altura -ignorando la basura que nos rodeaba- y le sonreí. Me dedicó un “hola” y fijó la mirada en la libreta que llevaba en mis manos.
-¿Qué escribes ahí? -preguntó tratando de descifrar los garabatos de mi libreta.
-Las cosas que me parecen interesantes.
-Mmm yo soy interesante, pregúntame a mí.
Y así supe su nombre, que tiene nueve años, aunque no está del todo segura, que viene de Perú y va para la USA con sus papás y sus dos hermanos, que la acompañan otros migrantes que se encontraron y que fueron tan suertudos que les regalaron un mercado.
Ay Sarita, ¿qué será de ti? ¿lograste llegar a Necoclí o mejor aún, a Panamá? ¿cómo te habrá ido por la selva? ¿sigues sonriendo o el Darién se llevó eso de ti? y si no has llegado hasta allá, ¿no te emociona llegar? Porque sé que lo harás, estoy segura de que cruzarás, no te vas a quedar, lo vas a lograr.
¿Justas razones?
Tomar la decisión de emprender el camino hacia la selva no debe ser fácil, pero tal vez sea mucho más sencillo que resignarse a permanecer en un país que no tiene la capacidad para brindar la calidad de vida necesaria, o por lo menos lo básico para vivir dignamente.
Las mamás que se abren paso por el Darién con sus hijos mayores y/o bebés no son necias o crueles, son valientes y determinadas porque si bien alcanzan a dimensionar la magnitud del riesgo y la baja probabilidad de lograrlo en un solo intento sin tener percances, están centradas en cambiar la suerte de los suyos, de conseguirles lo que no han tenido, de darles la tranquilidad y estabilidad de la que tanto carecen.
Puede que muchos consideren que es más seguro seguir en donde estaban, que es mejor continuar buscando trabajo en vez de exponerse a una muerte buscada, mas solo quiénes han conocido la hambruna, el dolor y la desesperación por no saber cómo vivir en un lugar sin oportunidades serían capaz de entender los pensamientos de quienes ven al Tapón del Darién la ruta hacia la felicidad.