Cositería El Emigrante

Por Carlos Mario Correa Soto

Los migrantes que llegan a Necoclí dispuestos a aventurarse por la selva del Darién se dedican a comprar y rebuscar entre 25 y 30 objetos “indispensables para ayudarles a salir con vida de su recorrido por el infierno del Darién porque al que no esté preparado esa selva se lo come vivo”.

Joaquín Vélez Gómez, de 60 años, llegó a Necoclí a mediados del 2022 y, guiado por su olfato de comerciante minorista y mayorista, lanzó sus redes en el mar atiborrado de migrantes, ansiosos por cruzar sus aguas para internarse en la selva del Darién, seguir por los caminos de Centroamérica hacia el norte y tratar de ingresar a Estados Unidos y Canadá.

Abrió un local en la Calle del Muelle y sin pensarlo mucho le puso el nombre: “Cositería el emigrante”; y luego, como hoy sábado primero de octubre en la mañana, se paró en la entrada con las manos abiertas en forma de cruz, mostrando el abdomen abultado, los cachetes encarnados, la sonrisa cordial, la camiseta ligera, las bermudas y los tenis de tela, para hacerse notar de sus clientes. 

—A la orden caballero; venga le vendo la creolina para que espante las culebras y las alimañas por la selva del Tapón del Darién.

—¿Cuánto cobra por los chalecos flotadores para los niños?, —le preguntó un venezolano que se presenta como Jonathan Seco.

—Mírelos, amigo, se los tengo de varios colores, muy bonitos y baratos, a 25 mil pesos, —le explicó Joaquín.

—Ah, no, padrecito; allá al frente los tienen a 20 mil pesos.

—Venga, amigo, lléveselos a 20 mil; ¿cuántos?, —le dijo Joaquín, y levantó la mano derecha para descolgar uno de los chalecos salvavidas de color fucsia.

En la Calle del Muelle, Joaquín tiene la competencia de otros ocho negocios como el suyo y a lo largo y ancho del pueblo de otros noventa o cien, donde les ofrecen a los migrantes, barajando sus precios —en pesos colombianos y en dólares—, entre 25 y 30 tipos de enseres y quincallas; según él “indispensables para ayudarles a salir con vida de su recorrido por el infierno del Darién; porque el que no esté preparado esa selva se lo come vivo”.

Carta de precios de la Cositería del Emigrante

—Vea, amigo; yo vendo barato y aconsejo con honradez a todos los emigrantes que pasan por aquí; no tengo necesidad de hacerme rico, —aseguró Joaquín.

Entre los migrantes que de forma masiva han transitado por Necoclí en los últimos dos años —en su mayoría venezolanos, haitianos, cubanos y africanos— se observan mujeres jóvenes embarazadas y otras con sus bebés en brazos, en compañía de hombres que buscan llegar por mar hasta el  corregimiento de Capurganá (Chocó), para adentrarse en el denominado Tapón del Darién; un corredor selvático de aire denso, húmedo y caminos pantanosos y empinados, de 266 kilómetros entre Colombia y Panamá; son 575.000 hectáreas bajo el dominio de grupos criminales, ríos caudalosos y 200 especies animales salvajes. 

Productos exhibidos en la Cositería del Emigrante

En la primera semana de octubre de 2022, el Defensor del Pueblo, Carlos Camargo Assis les hizo un llamado a las entidades del Estado colombiano, de manera especial al ICBF, para atender la situación de vulnerabilidad de los niños, dado que el 15 % de los migrantes son menores de edad.

El funcionario estimó un represamiento de 9.000 migrantes en Necoclí, quienes tenían que esperar hasta cuatro días para conseguir un tiquete de lancha. 

“Este año, la crisis migratoria es mucho más grave que la registrada el año pasado porque la cantidad de personas en movilidad humana que ha pasado hacia Panamá supera los 150.000 en comparación con los 134.000 migrantes en todo el 2021″, explicó durante una visita a los municipios de Necoclí (Antioquia) y Acandí (Chocó), en la región del Urabá-Darién.

“Hicimos varias recomendaciones a las entidades del Estado, de manera especial solicitamos una presencia más activa del ICBF dado que en los últimos 15 días han pasado cerca de 4.290 menores de edad”, indicó Camargo Assis.

Las autoridades navales en Necoclí, entre el 24 y el 30 de septiembre, reportaron 14.000 salidas de migrantes, lo que refleja un incremento del 12 % en comparación con la semana anterior, en la que fueron 12.000 personas. El registro muestra que a septiembre del 2022 migraron 151.582 personas, de las cuales 21.570 son menores de edad.

Tendero de nacimiento

Joaquín contó que nació en una tienda de abarrotes de su papá en el municipio de Apartadó y trabajó con él por varios años durante su niñez y juventud, pero luego se independizó y ha tenido varios negocios propios y también ha sido vendedor viajero y distribuidor por las poblaciones del Urabá antioqueño, de víveres enviados por empresas establecidas en Bogotá, Medellín y Montería. 

—Yo tengo mucha capacidad para hablar suelto y por eso quería ser comunicador y periodista; pero a los 22 años me llegó el primer hijo y no pude cambiar de oficio. 

Pero este año, ya con sus tres hijos mayores de edad y con trabajos que les permiten sostenerse por su propia cuenta, Joaquín se aburrió como abarrotero y vio la ocasión de venirse de Turbo, donde estaba viviendo, para Necoclí —según dijo— para “venderle de todo al migrante; sin engañarlo y dándole precios baratos y bregando a no romperle el bolsillo”.

Consideró que ha sido lo más agradable que le ha pasado en la vida porque como tendero siempre veía a las mismas personas, en particular a señoras y niños, todos los días; mientras que ahora en su negocio de productos para los migrantes —el cual mantiene abierto de lunes a lunes entre las 5:00 de la mañana y las 9:00 de la noche—, minuto a minuto, comparte con muchas personas distintas, y gracias a su “don de gentes” y a su vocación de comunicador se entera de sus historias, de sus angustias y de sus ilusiones.

Joaquín explicó que a él le toca hacer de psicólogo, pues los migrantes le confiesan sus penas y sus penurias; le describen con detalles el miedo que tienen para enfrentarse con sus hijos a lo desconocido en el Darién; a los monstruos, a las aberraciones y a los peligros con los que ellos y sus hijos tienen pesadillas de día y de noche; pesadillas que sus familiares y conocidos, que ya están en el camino o que ya atravesaron la selva, les han contado y mostrado como realidades a través de llamadas y videos por teléfonos celulares.  

Botas para los migrantes

—Se ponen a llorar a chorros y hay momentos en los que a uno se le hace añicos el corazón; yo me pongo a escucharlos y trato de que se les merme la tensión y el estrés; me pongo a hablarles y les doy consejos para que mantengan la armonía con los miembros de su familia y para que sigan a sus líderes; también les voy haciendo rebajas en lo que me van comprando y a los niños los voy calmando con dulces, —comentó Joaquín.

Por estos días en los que las ventas de su negocio se incrementaron por la llegada incesante de migrantes a Necoclí, en un 90 por ciento venezolanos que van en buses o caminando desde Medellín y Montería, Joaquín le dio trabajo como ayudante a Eduardo, un amigo del municipio de Cereté, Córdoba, de quien dice, sonriendo, que ya “le ha cogido el golpe a todo”; pues les entiende mucho a los migrantes “porque habla cuatro idiomas: el costeño, el venezolano, el cubano y el haitiano”.

—Así es; cuando me escuchan el tono de voz me dicen que soy cubano; yo les digo que estuve preso tres años en Guantánamo; nos reímos y nos divertimos mucho con ellos, —dijo Eduardo.

—Es que no solo queremos venderles cosas a los migrantes; sino humanizar la migración, —señaló Joaquín.

Joaquín y Eduardo coinciden en sus observaciones sobre los modos de ser y de parecer de los migrantes que atienden día a día y en las situaciones que más los han conmovido.

Por ejemplo, ver cómo las mujeres y los hombres suelen llegar a Necoclí con los pies muy hinchados y ellos como vendedores “sufren” porque las botas de caucho —conocidas como “botas pantaneras”— y los botines de lona que les enseñan, las cuales tienen tallas entre 28 y 48, “no les entran”.

—Lo que yo he visto es que los más patones son los ecuatorianos; pero un día llegó un señor venezolano con un pie largo y delgado buscado una bota de talla 51; y a otro venezolano le tuve que vender dos pares distintos de botas; porque necesitaba una de talla 40 para el pie derecho y una de talla 42 para el pie izquierdo, —indicó Eduardo.

Joaquín destacó que los migrantes que más regatean precios son los asiáticos y los ecuatorianos; mientras que los haitianos son muy desconfiados para comprar. Pero observó que si se les vende bien se adquiere fidelidad con ellos; y les gusta mucho comprar las estufas de gas portátiles para hacer de comer en el camino. 

—A los migrantes venezolanos, por cábala, no les gusta comprar nada de color rojo porque les recuerda al presidente Hugo Chávez; y veo que ellos aquí vienen y andan todos mezclados, mujeres y hombres profesionales, estudiados en la universidad, con obreros; y todos por igual con muchos hijos chiquitos, —anotó Joaquín. 

El sábado, primero de octubre, al mediodía, Joaquín hizo una venta en enseres de 150 mil pesos a un grupo de diez migrantes venezolanos, entre quienes estaban Jonathan Seco, de 28 años, y Kati Polanco, de 27; y sus hijos Tiago, de 5 años, nacido en el Parque nacional Morrocoy, en el estado Falcón, en su país de origen; Derek, de 3 años, nacido en Bogotá, Colombia; e Itan, de 8 meses, nacido en Guayaquil, Ecuador.

Los chalecos flotantes para los tres niños, de colores amarillo, fucsia y azul, Joaquín se los vendió a Jonathan en 35 mil pesos; y le regaló dos libras de arroz para que hiciera el almuerzo con su familia en la playa mientras se conseguía, pidiéndole dinero a los turistas, los 200 mil pesos que todavía le hacían falta para comprar los pasajes para embarcarse con su esposa y sus hijos.

Kati Polanco se dirigió a Joaquín y le dijo:

—Mi padrecito, muchas gracias por su colaboración; los niños están muy nerviosos y Tiago, que es el mayorcito, tiene pesadillas con culebras de dos cabezas y me dice que también soñó que se hundía en un río con muchas culebras y dinosaurios. Por eso compramos los chalequitos salvavidas; yo tengo mucho miedo y no quiero que mis hijos se me mueran ahogados en esos ríos de la selva del Darién. 

Kati tiene motivos reales para tener ese miedo porque según un informe del periódico El Pitazo de su país, con datos actualizados hasta comienzos de octubre de 2022, al menos 20 migrantes venezolanos han muerto en la selva del Darién, por caídas, infartos, paros cardíacos, mordeduras de serpiente y por ahogamiento en quebradas y ríos, como son los casos registrados de Marine Carolina Castellano Suárez, de 26 años; Luis Asleidys Steile Argulles y su hija Lusied Antonella Chirinos Steile, quien era menor de edad; Víctor Rincón, un joven; Ricardo Ocando Nava, de 21 años; mientras que el 8 de agosto Migración Panamá informó que al ser arrastrados por la corriente del río Armila murieron tres migrantes, dos venezolanos y un colombiano; y el 19 de agosto el cuerpo de una niña de 10 años fue recuperado de las aguas del río Tacartí.   

—A la orden, dama; caballero, a la orden, qué busca; le tengo todas las cositas que necesita para que se “arme bien” en el viaje por la selva del Darién…Arrímese, le vendo barato… Se escucha la voz enfática de Joaquín mientras va pescando a los migrantes que pasan, solos o en grupos, por el frente de su cositería de la Calle del Muelle, en Necoclí.

Joaquín Vélez Gómez y Carlos Mario Correa Soto