Por Santiago Palomino Ochoa
El Tapón del Darién, la selva que funciona como frontera entre Colombia y Panamá, y que es considerada como una de las más peligrosas del mundo, se ha vuelto un corredor migratorio por el que cientos de personas arriesgan sus vidas para seguir su viaje hacia los Estados Unidos. Federico Ríos, fotógrafo de The New York Times, ha registrado, en varias ocasiones, las diferentes situaciones que viven las personas y el negocio que se ha creado en torno a la migración en Necoclí, Antioquia.
A mí me ha interesado el tema migratorio desde hace muchos años. Desde 2017, empecé a fotografiar las migraciones en América Latina. Eran mayoritariamente venezolanos en ese momento; venezolanos que salían de su país y que, la mayoría, se dirigían a Colombia. Caminaban desde San Antonio del Táchira, en la frontera entre Colombia y Venezuela, usaban a Cúcuta; y luego, caminaban atravesando el páramo de Berlín hasta Bucaramanga. De ahí, se repartían por el resto del país. Unos se iban para Bogotá, otros para Medellín y otros para Cali. Entonces, desde ese momento, empecé a documentar los movimientos migratorios.
Después, en 2018, estuve documentando la migración de indígenas venezolanos desde la desembocadura del río Orinoco, atravesando Venezuela, hacia el sur, tirando por Brasil, a un sitio que se llama Pacaraima, en la frontera norte de Brasil con Venezuela. Posteriormente, estuve documentando la contra ola, que fue cuando empezó el COVID. Los venezolanos que vivían en Colombia fueron de los primeros en perder sus empleos; trabajaban en una estación de gasolina, en una floristería, en una tienda, en un almacén. Con el recorte económico del COVID, fueron de las primeras personas en perder sus trabajos.
Más adelante, cuando pasó el Covid, hubo una tercera ola de migrantes venezolanos que empezaron a regresar a Colombia y a otros países en América Latina. Después del 2021, yo estaba en Haití fotografiando las consecuencias que tenía el país luego de que había sido asesinado Jovenel Moïseel, presidente de Haití; todo el país estaba en una crisis de violencia y de inestabilidad social. Mientras sucedía esta crisis, muchos haitianos que habían salido del país desde hacía cinco, siete, diez años, y vivían sobre todo en Brasil y en Chile, decidieron irse al Darién. Yo no sé cómo se enteraron, pero al final del 2021, el pico era impresionante. Eran miles y miles de haitianos atravesando la selva.
Salí de Haití y me fui al Tapón (del Darién) a encontrarme de nuevo con otros haitianos, pero con haitianos que estaban migrando. Haitianos que llevaban, insisto, más de cinco años viviendo fuera de Haití, pero que en ese momento estaban atravesando la selva.
Es muy importante explicar que el Tapón del Darién, entre el 2010 y el 2020, fue un corredor migrante. Eso no es nuevo; tiene décadas siendo un corredor migrante, pero nunca la cifra, entre 2010 y 2020, superó los 10.000 migrantes al año. Esto significa que eran menos de 1.000 migrantes al mes, entonces uno ahí empieza a entender el panorama.
En este momento, en 2023, se han reportado picos de 4.000 migrantes en un solo día. Ahí es donde se nota un incremento dramático de la situación. De 2010 a 2020 que eran aproximadamente 10.000 migrantes al año; en 2021 sube de 10.000 a 150.000 con los haitianos; y en 2022, se dispara el pico de venezolanos que pasa de 150.000 a 250.000. En 2023, en este momento la cifra oficial que tenemos para principios de octubre eran 440.000. Y, el estimado de las autoridades y de los organismos de monitoreo de migrantes, es que vamos a cerrar el año rondando los 500.000 migrantes en el 2023.
La gran mayoría siguen siendo venezolanos. Sin embargo, encontramos en las diferentes rutas de migración personas de otras nacionalidades. Los latinoamericanos dominan en números, pero hay 97 nacionalidades atravesando la selva. Eso es impresionante; personas de la China, de la India, de Bangladesh, de Mali, de Somalia. Entonces tenemos muchos africanos, asiáticos, de Medio Oriente, de América Latina. Es muy importante entender que no hay un común denominador en la migración; en la motivación de la migración no hay un común denominador. Uno habla con los chinos y no hay una única historia. Hay una generalidad en la incomodidad, en el sueño y en la esperanza. Entonces los chinos, por la situación de opresión política, religiosa y económica, tienen como generalidad la migración, pero cada individuo tiene su propia historia.
Historias detrás de los migrantes
Con los afganos hay una situación muy específica. Nosotros hicimos un artículo completo solo sobre ellos porque la situación es muy específica. En 2020, el gobierno de los Estados Unidos, bajo el mandato de Donald Trump, decide negociar con los líderes talibanes la presencia de tropas americanas en territorio de Afganistán. Llegan a un acuerdo que plantea una ruta democrática para la salida de las tropas de Estados Unidos de Afganistán. Donald Trump y el gobierno norteamericano, retiran sus tropas y, tras la retirada de las tropas de Afganistán, lo que se desata es una persecución, una masacre étnica y religiosa contra las tribus Hazaras, de afganos; y en contra de cualquiera afgano que, independiente de su origen étnico, haya contribuido con el gobierno americano o los gobiernos internacionales presentes en Afganistán.
También hay una opresión religiosa muy seria en la que, por ejemplo, las mujeres no pueden ir a la universidad, las mujeres no pueden salir solas de casa, las mujeres no pueden tocar dinero, las mujeres no pueden mirar a los ojos a los hombres, las mujeres deben vestirse de acuerdo a los límites religiosos que plantea el Talibán. Y todo eso impulsa a muchas familias, y sobre todo a familias con mujeres, a salir del país. Entonces, si un padre tiene dos hijas que están en el tránsito hacia el final del colegio, el principio de la universidad, durante 20 años, ese padre y esa familia estuvieron soñando y acariciando la posibilidad de que sus hijas fueran a la universidad. Ahora, bajo el régimen talibán, eso no es posible.
Entonces tienen que salir de ahí. Venden todo lo que tienen, consiguen préstamos, todo lo que pueden, salen de Afganistán y van algunos a Irán, algunos a Turquía. Luego, vuelan, la mayoría, a través de Qatar, y aterrizan en Brasil. ¿Por qué Brasil? porque es de los únicos países en el mundo que ofrece una visa humanitaria para los afganos. No es la visa de Estados Unidos, es una visa humanitaria para estar en Brasil. Ellos llegan ahí, y en el
aeropuerto de Guarulhos, que es el aeropuerto internacional de Sao Paulo, hay un campamento de afganos en el segundo piso y viven ahí meses mientras reúnen el dinero suficiente para continuar su viaje.
Hay un tema complejo y es que, para un afgano con familia, a lo mejor el inglés es un poco más familiar. A pesar de que su lengua nativa puede ser darí o pastún, el inglés es un lenguaje un poco más familiar para ellos que el portugués que queda tan lejos de su semántica, de su fonética. Pero además, cualquier país de América Latina ofrece unos ingresos mínimos muy bajos y unas posibilidades de progreso económico muy limitado, muy reducido. Entonces ellos se quedan ahí un par de meses mientras reúnen con préstamos el dinero para seguir viajando y luego salen de Brasil, viajan hasta Perú, y por tierra atraviesan Perú, Ecuador, Colombia de sur a norte, y llegan al Darién para continuar la travesía.
Existe, por supuesto, la dificultad del idioma, es una complejidad inicial, pero además existe la complejidad de la diferencia cultural. Hablar con una mujer, tocar a una mujer, ayudar a una mujer es muy diferente dentro de su cultura que está estrechamente ligada a su religión. Sin embargo, yo creo que para uno como periodista es muy importante salir del escenario de juicio y entrar en el escenario profesional periodístico.
Entonces eso fue lo que hicimos, entender cuáles eran las fronteras culturales que ellos tenían y ceñirnos a eso para no atropellar más la humanidad de estas personas en esta situación tan difícil. No es un tema de los afganos, sino un tema general. El periodismo hay que hacerlo siempre desde una perspectiva de humanidad frente al entrevistado, del entendimiento, de la diferencia cultural con el entrevistado, y mucho más cuando la persona que está al otro lado de la cámara, del micrófono o de la libreta, es una persona que está en una condición de vulnerabilidad tan dramática como un migrante.
Nosotros hemos atravesado la selva del Darién varias veces, no solo con ellos (afganos), sino con los grupos de los chinos, también con grupos mixtos de venezolanos y otras nacionalidades. El Darién es bella y hostil. La selva afuera es muy linda, la selva adentro son zancudos que no te dejan en paz. Hay dos condiciones climáticas en la selva: te estás cocinando del calor y sudando, o está lloviendo y te estás muriendo del frio. La humedad es sumamente alta y los ríos son implacables.
Uno de los grandes peligros de atravesar el Darién para los migrantes, es que los ríos crecen súbitamente y arrastran a las personas y a las familias. Mueren las personas ahogadas en los ríos, porque las corrientes los arrastran y eso ha sido una generalidad de la selva del Darién. Muchas personas han muerto arrastradas por las crecientes súbitas de los ríos, más en un río que te llega hasta la cintura, y eso crece súbitamente; pierdes pies, pierdes la estabilidad, y el río te lleva y te ahoga. Es muy hostil, cada paso es una incertidumbre porque no sabes dónde vas a dormir, no sabes qué vas a comer. Un ambiente bastante hostil.
Hicimos un artículo sobre una madre y una niña que se separaron en la selva, se perdieron la una de la otra y estuvieron cuatro días perdidas sin saber si la otra estaba viva. La madre se llama Alexandra Cuauro, y su hija, Sara Cuauro. La niña tenía siete años y quedaron separadas. La madre estaba desesperada, enloquecida buscando a su hija todo el día, todos
los días, caminando rápido con la esperanza de que su hija iba más adelante. Y Sara, más adelante, también enloquecida y desesperada, llorando a su madre que no sabía si venía detrás o si había muerto. La selva es implacable.
El gobierno nacional no está presente en la zona. El Darién colombiano es un área peligrosa en el que el gobierno no tiene presencia. Allí no hay ejército, no hay policía, no hay autoridades, nada, allí no existe nada. Ninguna ONG trabaja en el Darién colombiano. Ninguna ONG internacional. Ni UNICEF, ni Sanitas, ni Naciones Unidas, ni ACNUR ni HIAS, ni Cruz Roja Internacional, ni la Federación de la Cruz Roja, ni la Cruz Roja Colombiana, nadie, no hay nadie que trabaje allí. El control del Tapón del Darién, en el Estado colombiano, es un control hegemónico, unilateral y absoluto del Clan del Golfo, de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Ellos tienen el control territorial absoluto del Tapón del Darién. Absoluto. No se mueve un pelo, no se mueve un migrante sin la autorización y la conveniencia de ellos.
El negocio de la migración
El negocio empieza en Necoclí, pero solo si nos referimos al negocio de la migración a través del Tapón del Darién. Porque cuando uno habla del negocio de la migración eso empieza desde mucho antes. Al venezolano, que viene desde Venezuela, el negocio empieza en Venezuela. Y hay coyotes, rutas, lobos, polleros, de todo. Lo mismo pasa con los ecuatorianos, con los bolivianos, con los peruanos, con los afganos, con todos. Esto son mafias enormes, gigantes multimillonarios en dólares que mueven el negocio.
El número de chinos que viene al Darién, tienen su negocio. Vuelan con pasaportes y visados de estudios falsos. Desde allí vuelan a Ecuador porque este país, en medio de sus políticas nacionales, no requiere visado para ciudadanos de la China. Por eso, aterrizan en Ecuador y allí saben a qué hotel tienen que ir, y después del hotel, qué bus tienen que coger. Cogen buses cargados de solo chinos migrantes que los atraviesan desde Ecuador, entrando por Colombia, pasando de sur a norte, desde Ipiales hasta Necoclí. Es una ruta larguísima; es imposible que las autoridades se den cuenta, es imposible.
Son tan poderosas (las mafias) que controlan todo esto que, en Necoclí, hay dos empresas de transporte de personas en el mar y solo dos. Se llaman Caribe y Catamaranes. Esas dos empresas tienen el monopolio del tráfico de personas, de migrantes entre Necoclí, Acandí y Capurganá. Todos tienen que salir desde Necoclí o de Turbo; todos tienen que llegar a Acandí o Capurganá, no hay excepciones. Y estas son dos empresas legalmente constituidas pero que nadie se ha atrevido a tocar, a examinar, a revisar, a regular, a nada. Y estas son las dos empresas que cobran 40 dólares por persona. Solo para hacer un balance de lo que está sucediendo: si uno hace el cálculo de 40 dólares por persona por 500.000 migrantes al año se da cuenta que los tipos de los botes se hicieron multimillonarios en dólares.
En el otro lado, hay unas fundaciones, unas asociaciones, unas agremiaciones que están cobrando la seguridad, la guianza, y esos son costos que varían un poquito menos, alrededor de los 300 dólares. En el último artículo que escribimos para el New York Times sobre el negocio de la ruta del Darién aclaramos ese tipo de cifras.
Ahora, como el Estado no está presente en la ruta del Tapón del Darién, estos tipos hacen las veces de Estado y cobran como una empresa privada. Entonces, por ejemplo, nos tocó ver una madre ecuatoriana, con su hija de 5 años. La niña tuvo un accidente caminando en el río, se cayó, se golpeó en la cara y tenía una cortada muy seria y estaba sangrando severamente encima de su ojo izquierdo, entre el ojo y la ceja. Y estos grupos tienen puestos con médicos y enfermeros pagos por ellos. Entonces, la llevaron a un puesto de enfermería en donde le pusieron anestesia, en donde la recibieron, la trataron y le pusieron ocho puntos de sutura. Eso muy complicado porque hay una atención a los migrantes por parte de los delincuentes.
Hay una atención, pero el Estado no está en la zona. Ahí aparecen muchas preguntas sobre dónde está el Estado, por qué el Estado colombiano permite esta situación y esta regulación. Se queda uno con muchos interrogantes en el aire.
***
El anterior testimonio fue dado por Federico Ríos Escobar y fue grabado el día diez (10) de noviembre del año 2023. Federico, oriundo de Manizales, es fotógrafo freelance para The New York Times. Ha reportado la situación migratoria que sucede en Necoclí y en el Tapón del Darién. Por este último tema, ganó el premio Visa de Oro Humanitaria del CICR. Además, es autor del libro “Verde” que reúne su labor documental del conflicto de las FARC y el gobierno colombiano.