Por Valeria Jaramillo Giraldo
Dentro de una caja de plástico, más de 40 billetes de diferentes nacionalidades del mundo atesoran las historias de los migrantes que han cruzado por Necoclí, Antioquia, en su camino para llegar al Darién, la selva que promete acercarlos al sueño americano.
En la vitrina principal del negocio “La cositería del emigrante”, se alcanza a ver una pila de billetes de diferentes colores, símbolos, imágenes y tamaños, guardados en un recipiente de plástico. Se trata de la colección de Joaquín Vélez, un comerciante que lleva más de un año en el pueblo de Necoclí, abasteciendo a los migrantes de productos de utilidad para atravesar la selva del Tapón del Darién.
Sin hablar el idioma de muchos que se acercan a comprarle, con gestos y señales logra vender sus artículos: “es como en el fútbol, que el árbitro se comunica sin una sola palabra. Yo para aprender idiomas soy malo. Mi hijo sí, incluso a los haitianos les habla en creole”, dice Joaquín.
El kit de supervivencia incluye botas de caucho, carpas, linternas, repelentes para los mosquitos, creolina para espantar las serpientes, machetes, carpas para acampar, estuches impermeables para el celular, entre otros objetos “indispensables” para cualquiera que esté dispuesto a inmiscuirse en la travesía de cruzar una de las selvas más peligrosas de Latinoamérica.
Memorias en papel
Desde el año 2022 se propuso coleccionar los billetes de los migrantes provenientes de diversos países que pasaban por su tienda. Con señas y sin ofrecer nada cambio, la táctica de Joaquín para obtener este dinero se basa en mostrar su colección y esperar que el migrante le entregue un billete de su país de origen para asegurarlo.
Así es como ya acumula más de 40 billetes de naciones como Etiopía, India, Pakistán, Angola, Irán, China y Corea; y tiene bajo su poder al menos un billete de cada país suramericano.
De todas las nacionalidades que han estado en su negocio, la más sorprendente para él fue Emiratos Árabes Unidos. Se trataba de un grupo de cuatro jóvenes que habían llegado desde Dubái, sin intención alguna de migrar, solo para aventurarse de manera aficionada en la selva. Un contraste insólito en comparación con los miles que, obligados por sus circunstancias, no encuentran más alternativa que someterse a los peligros del Darién.
***
Joaquín conversa mientras enseña su colección. Comparte que últimamente ha notado la numerosa presencia de migrantes originarios de China. Los describe como personas reservadas: “Es muy difícil encontrar un chino que se sonría con usted. De pronto en el momento de la compra cuando piden un descuento, porque son muy buenos pidiendo descuento”.
Ha observado que “los más tímidos y desconfiados son los hindúes”. Pero la situación no es muy distinta con los ecuatorianos o los peruanos, quienes suelen andar a la ligera: “Vienen, compran y se van. No les gusta quedarse socializando”.
Muy diferentes a los venezolanos, quienes son conocidos por su actitud conversadora. Además, Joaquín los cataloga como los mejores compradores: “El venezolano compra de todo, es gastador compulsivo. Le gusta ir bien equipado a la selva y proteger a los niños”. Además, añade que los venezolanos que vienen directamente desde su país suelen traer “su buena platica”, mientras quienes vienen desde Perú o incluso de Colombia lucen más “llevados”.
En cuanto a calidad humana, parece que la nacionalidad que se lleva el premio son los haitianos: “Son una belleza de personas, muy nobles y amables. Además de ser inteligentes, te pueden hablar hasta cinco o seis idiomas. Lo único malo es que los niños son muy necios”, se sincera Joaquín con jocosidad.
El vínculo con la patria vecina
Joaquín Vélez sabe distinguir el origen de cada uno de sus billetes. Su favorito es del año 1879, de cinco soles peruanos. Le parece el más antiguo, el más único, el de la mejor tipografía. Lo particular es que se lo regaló un venezolano que había vivido en aquel país.
El segundo billete que más aprecia es uno de Venezuela. La causa es la nostalgia que le produce. Le recuerda a la Venezuela próspera del pasado, en la que “el dinero valía y el venezolano vivía bien”.
Desde que Joaquín vive en Necoclí, su percepción respecto a los migrantes que llegan de Venezuela es distinta a lo que solía pensar:
“Antes tenía un mal concepto de los venezolanos, pero ya no. Me he puesto analizar y a ellos les pasa lo mismo que a los colombianos cuando vamos al extranjero, que nos ven como narcotraficantes y sicarios. Yo le discutía en estos días a un señor que decía que los venezolanos solo venían a pedir limosna. Y no, eso solo es un pequeño porcentaje”.
Gran parte de los migrantes que transita por el Darién son de Venezuela. Esto, sumado a la sociabilidad de sus compatriotas, ha hecho que Joaquín tenga acercamientos con venezolanos la mayoría del tiempo, despertando conexiones que han trascendido a la amistad.
Uno de los personajes que más recuerda es a un venezolano que tenía problemas en una pierna y sufría de obesidad. Era periodista, había manejado varias emisoras en su país.
Joaquín lo describe como una persona “chévere y locuaz, de una mentalidad muy libre. Vendía navajas y otros utensilios en el pueblo, pero conforme le entraba la plata, se la gastaba. Era descomplicado, dormía en la playa, le daba igual si almorzaba o no, e incluso aprendió a pescar con anzuelo en el mar de Necoclí”.
Hasta que un día cualquiera le avisó de repente a Joaquín: “me voy”. Sin el kit de supervivencia y sin mucha comida, se adentró en el Darién a su suerte, con escasas posibilidades de sobrevivir en medio de sus desafiantes condiciones.
Tras 14 días y superando cualquier pronóstico fatalista, el venezolano salió con vida del entramado selvático. Y lo más impactante fue lo que le contó a Joaquín sobre su experiencia:
“Él solo habla maravillas de la selva. Dice que mientras cruzaba veía lo bonito: la naturaleza, los animales, la vegetación, el agua. Al principio lo acompañaba un cubano, pero llegó un momento en que su compañero le insistía mucho que avanzara, entonces el venezolano le dijo que siguiera sin él. Así que de esos 14 días que estuvo en la selva, 7 los pasó solo y a oscuras”.
Para Joaquín, quien solo conoce el Darién a través de las historias que escucha de los migrantes, el éxito o el fracaso de aquella travesía recae en la mentalidad de quienes se atreven a pasarlo, como lo ocurrido con el migrante venezolano:
“Es un tipo con una mentalidad ganadora. Ya está en Estados Unidos y desde allá ayuda a mucha gente. A veces mi hijo lo llama y le cuenta que hay alguien necesitado aquí en Necoclí, entonces el señor le manda los 50 o 100 dólares para que esa persona pueda cruzar”.
El confidente de los migrantes
En el año que lleva habitando el municipio de Necoclí, Joaquín ha escuchado cientos de relatos de migrantes que llegan decididos a cruzar el Darién para seguir el camino hacia Estados Unidos: aquel país idílico en el que esperan gozar de una mejor calidad de vida para ellos y sus familias.
Sin embargo, Joaquín difiere mucho de esta idea: “es inaudito que los latinos pasen una selva de esas para llegar a un país donde son tan discriminados. Si en mi propio país a veces me discriminan, cómo será estar en otro. Yo sufriría mis penas en mi país o me iría a uno aquí mismo en Suramérica”.
De varios de los migrantes ha sabido su destino después de la travesía; de otros aún sigue con la incertidumbre al desconocer su suerte tras adentrarse en la selva:
“Yo he hecho amigos migrantes con los que todavía tengo contacto. Muchos están en Estados Unidos, otros se quedan en países diferentes trabajando. Hay unos con los que uno pierde contacto, que me dan el número, pero no vuelven a aparecer”.
Uno de los migrantes del que ha estado esperando señales de vida, es de un profesor venezolano que antes de marcharse le dio su WhatsApp y su Facebook para contactarlo. Pero han pasado los meses y no volvió a contestarle: “Me parece muy raro porque yo reviso y en ninguna red social ha tenido actividad. El señor era ya bastante veterano, eso me tiene preocupado”, revela Joaquín mientras navega en su teléfono, con la esperanza de encontrar rastros del profesor.
Joaquín ha visto pasar por las calles de Necoclí a ciegos, personas en sillas de ruedas, con sobrepeso, sin sus extremidades, ancianos y sobre todo, a niños, todos decididos a emprender el viaje por la selva.
De estos últimos, Joaquín se compadece, aunque reconoce que la inocencia de los infantes hace para ellos más llevadero el camino:
“Al principio me preguntaba cómo hacían para llevar niños a la selva. Pero realmente no sufren, ellos se toman eso como un paseo. Es curioso, también hay adultos que se lo ven así y no les pasa absolutamente nada. Hay otros que sí dicen ‘no le aconsejo a nadie que coja esto’”.
De los hechos más impresionantes que ocurre en medio de estas oleadas de migración masiva, es que los casos de personas con condiciones adversas de salud que están dispuestas a pasar el Darién, son más frecuentes de lo que podría imaginarse, pese a lo peligroso que resulta:
“Hace poquito pasó una señora con un niño de 9 años que tenía una parálisis cerebral. Iba sin un peso. También un anciano de más de 80 años cruzó para no dejar a sus nietos. En estos días pasó un señor con una colostomía, junto a sus dos niñitos. El tipo iba mal, pero se la pasaba cantando. Decía que le bastaba con que pasaran sus dos hijos, así él se muriera en la selva”.
Por particulares que parezcan, son las historias cotidianas que presencia Joaquín en medio de su labor como comerciante. De lo que ha escuchado, conoce tanto de la migración que parece llevar toda la vida habitando en Necoclí. Como si estuviera hablando de sus propias experiencias, recurre a los pasadizos de su memoria para recordar la historia de la migración que ha atravesado al municipio durante décadas:
“Los primeros que pasaron por esa selva fueron los cubanos, hace unos 40 años. Luego siguieron los haitianos. A ellos les dio muy duro. Supe de un haitiano que se suicidó en la selva porque el niño se le murió. De una cubana que el hijo la abandonó en la selva, o de una haitiana que un animal la sacó de la carpa mientras estaba durmiendo.
Después vinieron los venezolanos. Ellos fueron los que dieron a conocer la selva del Darién. Empezaron a mandar videos y fotos a los demás. Uno de ellos me decía que lo que ocurre es que los venezolanos son muy presumidos, que querían llegar a Estados Unidos para publicar en redes sociales que estaban allá.”
***
Joaquín tantea su colección de billetes, ahora expuesta sobre el vidrio del mostrador. Con su mirada verdosa, examina a los migrantes que transitan frente a su negocio con las mochilas sobre los hombros. En ese momento se detiene a comprar una pareja con rasgos asiáticos.
Tal vez sea un día de suerte para Joaquín y consiga otros billetes para su colección. En últimas, solo él podrá saberlo. Es un hombre que sabe detenerse a agudizar los sentidos, con los que parece detectar el alma de los compradores que se le acercan. Aquel instinto le ha permitido ganarse la confianza de sus clientes más allá de una compra, para convertirse en el receptor de las historias de vida de los soñadores que alguna vez pisaron las tierras del Urabá.