No es un juego de niños

Fotos por Simón Felipe Barrera Cardona y Andrés Mauricio Gómez Loaiza

Escrito por Simón Felipe Barrera y María José Escobar 

Las playas de Necoclí están llenas de familias que sueñan con llegar a Estados Unidos. Gran parte de estos núcleos huyeron de sus países por situaciones políticas, económicas y de violencia. Pasan días enteros caminando entre 30 y 60 kilómetros bajo climas y condiciones extremas y peligrosas. Estos grupos de migrantes caminan por las calles con morrales grandes, chanclas o zapatos viejos y usados. Los niños juegan, se meten al mar y ayudan a sus padres a vender dulces y artesanías para poder ahorrar dinero. Los pequeños siempre tienen una sonrisa en sus rostros.

La venezolana Rosneidy carga a sus dos hijas en el trayecto a pie entre Medellín y Necoclí. “Yo quiero una estabilidad para mis niñas, ellas son primordiales para mi. No cargamos dinero, debemos ir de pueblo en pueblo a pedir para pagar la lancha en Necoclí. No llevamos comida, no llevamos casi nada. Uno aguanta hambre, pero a ellas no; a las niñas no las dejo aguantar hambre. Yo quiero salir adelante más que todo por ellas”.

Dereck de 3 años y Thiago de 5 años son dos de los tres hijos de Katy Polanco y Jonathan Seco. Ellos y sus padres tuvieron que permanecer 15 días a la intemperie en las playas de Necoclí, mientras conseguían el dinero, vendiendo dulces y artesanías, para pagar los pasajes y cruzar el mar a Capurganá.

 

Carlos Martínez, ex militar y migrante venezolano hace un alto en la carretera entre Medellín y Necoclí y comenta: “yo creo que eso es lo que nos hace fuertes; los hijos, y trabajar duro como un burro para comprarles su casa; que tengan su casa ahí y ya no jodan a nadie. Por eso vamos todos pa´ allá pa´ Estados Unidos , pa´ conseguir lo que nos hace falta”.

En el 2022, entre enero y octubre, 32.488 niños migrantes, la mitad de ellos menores de 5 años, cruzaron la selva del Darién.


Los niños migrantes llegan a Necoclí aferrados a sus mascotas; quieren seguir con ellas, pero la empresa transportadora de lanchas les pide entre 40.000 y 80.000 pesos para embarcarlas; entonces muchos de ellos se ven obligados a abandonarlas en las calles del pueblo.

Mientras se prolongan los días y las noches esperando a que sus padres reúnan el dinero que necesitan para embarcarse a Capurganá, los niños tratan de salir del aburrimiento y del cansancio haciendo “vida social” en las playas con su muñecas y muñecos.

Niños migrantes venezolanos varados en las playas de Necoclí le ponen una cara amable a su situación.

Nota: las fotografías de estos niños fueron tomadas con el permiso de sus padres