Por Juan Daniel Arias Mejía
Johny Castillo, un venezolano que ha tenido sus momentos de suerte así como de infortunio, se fue de Ecuador para salvar dos vidas, después de casi perder la suya. Llorando y sin soltar su olla, contó su historia.
El 30 de septiembre de 2022, en el camino a Necoclí, nos encontramos con un grupo de migrantes venezolanos descansando a las orillas del río Chigorodó. Entre ellos había un hombre, ya mayor, con una olla vacía en sus manos.
Había trabajado en cuatro países, sin contar las labores que había hecho durante su travesía por Colombia para llegar al Darién. Su destino, como el de los otros migrantes, era Estados Unidos.
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Yo soy Johny Castillo. Soy de Mariana, estado Carabobo. Mis hijos tienen doce, nueve y siete años. Mi mamá 76. No tengo ahorita manera de hablar con ellos. Mujer no sé si tengo porque tengo seis años que no la veo, entonces ella me puede decir: “No, todavía estoy aquí enterita”. Es puro embole.
En Venezuela manejaba tráiler, manejaba máquinas de marcaciones viales, manejaba de todo. Todo eso que ven en la carretera, lo hacía yo también. Ya aquí, lo que me salga. Si es de jalar monte, yo lo hago, porque a mí el trabajo no me da miedo.
A mí me daría vergüenza es que me vean robando, como si fuera un ladrón, pero a mí cualquier tipo de trabajo que me manden a hacer yo lo hago.
Hace seis años salí solo de Venezuela y duré un mes y 16 días caminando hasta Chile. De broma también no me morí por ahí en el camino. Llegué y me conseguí ahí un señor. Resulta ser que el señor era arquitecto y la esposa también. Lo conseguí así, sentado en una plaza, muriéndome de frío, y me dio trabajo de chofer.
Me devolví de Chile porque hay mucho racismo. Yo con las personas me llevo muy bien. Me tratan bien y no soy ni grosero. Soy una persona que sé dónde está parada. Y la señora me dijo allá que comiera como un animal, que nosotros éramos unos perros, que, así como yo tenía que comer como un animal, así tenían que estar comiendo mis hijos. Y me molesté y no le seguí trabajando más a esa señora.
De ahí me vine para Perú, para San Juan de Lurigacho. El trabajo mío era subir sacos de arena. 307 escaleras subía yo, todo ese cerro. Pasaba así todo el día. Ahí veía a los venezolanos también en problemas y me vine para Ecuador.
Ecuador sí me gustó. Yo vivía en un pueblito que se llama Portovelo, en la provincia de El Oro. Hacía minería ilegal, cerca del pueblo de Zaruma. Ese pueblo se está cayendo en pedazos. Allá me decían que prácticamente yo era el alcalde. Todo el mundo me decía “¡viejo, viejo, viejo!” Me llevaba bien con todo el mundo.
Allá acolité a dos personas: una venezolana y un colombiano. O sea, yo los conseguí a ellos así, como estoy ahora, y les dije: “Vámonos pa´ la casa”. Ya tenían un año viviendo conmigo.
Él tatuaba; yo le conseguí una maquinita de esas que me valió 160 dólares. Él es colombiano y la mandó a comprar aquí en Colombia. Le monté su localcito porque era un muchacho. Es un muchacho, pues.
En la mina yo ya me había botado tres kilos y pico de oro, pero éramos muchos mineros, entonces nos tocó de a 11 000 dólares a cada uno. Yo los tenía guardados.
Un día militarizaron la mina. Éramos como 30 trabajadores, pero ellos escaparon. Dos compañeros se me cayeron de una altura como de 50 metros y yo los recogí. No pude salir. Ahí quedé yo tapado nueve días, con dos muertos al lado, sin comer y sin tomar agua. Ellos eran ecuatorianos. Uno era de, nosotros decimos, Guayllabamba y el otro de Samborondón. Yo intenté salvarlos, pero no pude. Se me murieron ahí.
Y bueno, como decía, es un pueblito pequeño y la voz se corrió, que había tres muertos, que los militares habían trancado todo. Y todos decían “¡el viejo, el viejo, el viejo!” “Que el viejo se quedó”. Unos lograron salir y sabían que otros se habían caído, y decían que uno de los que se había caído era yo. Decían que yo estaba muerto.
Todos decían que yo era el muerto porque estaba viejo. Y este viejo aguanta.
Entonces las personas que yo acolité aprovecharon y vendieron la nevera, todo, todo pues. Se aprovecharon de eso. Ellos pensaron que yo estaba muerto, pero yo cada vez que entraba a la mina les dejaba mi teléfono. Yo les decía: “Mira, a mí cualquier cosa que me pase, ahí tienes el número telefónico de mi familia, se comunican con ellos, y yo tengo ahí mi dinero. Cualquier cosa”.
Y nunca lo hicieron. Esa es la rabia que a mí me da porque, o sea, si decían que yo estaba muerto, llamen a mi familia y envíen ese dinero y ellos verán a ver qué es lo que hacen, pero no, no. Nunca la hicieron.
Para no tener problemas y que no le fueran a hacer nada a esas personas decidí venirme, pues, porque yo no soy quién para mandar a que le quiten la vida a alguien, mandar a golpear a alguien. Allá se trabaja con mucha mafia. Por lo menos están los Lobos, los Choneros, los Latin Kings. Es una mina ilegal en la que hay bastante oro.
Entonces pasó eso. Como a mí me tenían mucho cariño allá y los que me llevaron el dinero son de ellos mismos, la gente sabía que los iban a embromar. Estaban esperando que yo me aparezca por ahí.
Mira, yo no tengo mucho tiempo. Yo decidí venirme antes de que les fueran a hacer algo. Yo creo que mi mente no está ahí. Yo nunca le he hecho daño a nadie y llevar una muerte en mi conciencia yo creo que no sería justo para mí. Yo no soy quién para quitarle la vida a nadie. Que de todo se encargue Dios. Uno no puede hacer nada ahí.
Vine sin decirle a nadie. Me vine así porque sabía que si me quedaba les iban a hacer eso. Y ellos tenían un niño pequeño. Una niña. Tiene como cinco meses que nació la niña. No me gustaría eso.
Vine caminando. Tengo como cuatro días que no me baño y no me cambio. Y aquí, bueno, donde diosito quiera, y si estoy así es porque no tengo nada que cambiarme, porque hasta me robaron de nuevo. Fue en Medellín, un mismo venezolano, un señor al que yo le brindé un apoyo y me robó la plata, la cartera, el teléfono. Me dijeron que la lancha valía 160 000 pesos. Yo tenía 300 000 para pagarla.
La verdad es que no sé para dónde irá la lancha. Si te digo una cosa te voy a mentir porque es primera vez que voy. Uno lo que escucha es lo que dice la gente. Como no sé nada, yo simplemente voy y voy.
Hay muchas personas que inventan demasiadas cosas. Mucha blasfemia. Que allí que dizque sale un muerto, pero yo hasta que no vea nada, no creo en nada. Yo tengo que ver primero con mis propios ojos o, si no, no creo en nada.
Yo creo que la selva no es tan dura para el trabajo que estábamos pasando nosotros en Venezuela. Yo creo que eso no es duro. Lo que es duro es el trabajo que están pasando los hijos de nosotros allá en Venezuela. Eso sí es duro. Pero para mí la selva no es dura.
Mira, de llegar, llego. Adónde llegaría, solamente Dios lo sabrá. Solamente Dios sabrá dónde voy a llegar. Pero de que llego, llego. Adonde me boten, cualquier cosa es buena. De todas formas, yo cuando migré, yo me fui hacia Chile, no sabía dónde iba a llegar. Donde llegue, con tal y que haiga trabajo, lo demás es bueno para mí. Lo demás son bendiciones que me va a poner Dios. No importa adónde llegue.
Dios provee en el camino. Cuando uno tiene fe, a uno nada se le es imposible. Cuando tú llevas tu fe por delante, ni que te pongan un muro ahí, se te hace imposible. Yo no tengo nada, pero yo tengo mi fe por delante.
Yo quisiera estar nada más unos cuatro meses allá. Hacer mi plata y devolverme. No pido años ni nada, sino un poquito de tiempo y plata y devolverme. Si es posible, yo creo que, si llego a pasar en estos días y antes de diciembre me puedo devolver, me devuelvo. Con tal y que haga aunque sea unos 9 000 dólares trabajando día y noche, me devuelvo.
Yo como te digo, al trabajo no le tengo miedo, para nada. Y me sé defender con muchas cosas. Yo opero máquinas de marcaciones viales, manejo, hago de todo. Lo único que no he sido en esta vida es marica, pero trabajo lo que sea. A mí me gusta es trabajar. Y yo ando y yo no pido. A mí no me gusta pedir; me da vergüenza. Si me dan un poquito de comida, la recibo, y si los puedo ayudar haciendo algo, los ayudo.
Yo pensaba ir, buscar a mis hijos, porque yo estaba cómodo allá en Ecuador pues. Y ya de ahí traérmelos, hacer un dinerito y viajar a Estados Unidos con ellos, o irme de ahí a Venezuela con ellos. No se me dio la cosa. Solamente Dios sabe por qué no se dieron las cosas. Yo no sé qué voy a hacer para llegar allá, pero Dios me va a proveer a mí.