Por Valeria Jaramillo Giraldo
La travesía de un migrante suele convertirse en una historia que gira en círculos sin un final aparente. Los pequeños triunfos y las grandes derrotas lo acechan a cada paso; y son solo sus sueños los que lo mantienen en pie.
Desde que se internaron en la selva, el primero de octubre, transcurrieron dos semanas sin que tuviera noticias sobre Joel y su familia. Fueron días de incertidumbre, en los que esperaba impaciente alguna comunicación en la que confirmaran que habían cruzado a salvo. El sábado 15 de octubre de 2022, recibí unos mensajes vía WhatsApp y posteriormente llamada, de parte de Joel.
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Joel
No fue nada fácil pasar por el Darién. Atravesamos todos, menos la muchacha (Dailimar) y el esposo (Francisco). Se los llevó el río. Yo duré hasta el otro día esperándolos, a ver si salían, pero nunca salieron. Ese río es fuerte. Nosotros cruzamos el río agarrados entre todos, sin cuerda, porque no teníamos dinero para pagarle al guía. Eso fue algo terrible. Ellos eran amigos como familia.
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Joel también confirmó que Dailimar estaba embarazada. Es probable que el río sepultara con su corriente la vida de unos padres y el bebé que esperaban.
Son cientos los casos de muertes de migrantes que suceden atravesando el Tapón del Darién. Es desgarrador recordar nuestras charlas, y revivir el entusiasmo de ellos al hablar de la travesía. Pienso en especial en los padres de ambos, y en el niño que dejaron en Venezuela.
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Joel
Duramos ocho días para atravesar el Darién, nos demoramos más porque nos perdíamos de a raticos. En la selva había muchos animales. Una noche nos apareció el chupacabras. Aguantamos hambre. Un día nos salió un cocodrilo grandísimo. Entre toda la gente lo tuvimos que matar y nos lo comimos. Los guías por ayudarnos nos cobraban hasta 30 dólares, pero nosotros de dónde plata. La verdad es que mucha gente no pasó.
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Joel, su primo Daniel y su tío William habían logrado pasar el Tapón del Darién, pese a las adversidades presentadas en el camino, incluyendo la desaparición de sus amigos. Sin embargo, estando en los albergues de la ONU en Panamá, se dispersaron.
Joel y Daniel se mantuvieron juntos, pero no encontraron a su tío. Resignados, optaron por continuar sin él.
El miércoles 12 de octubre de 2022, el gobierno de Estados Unidos implementó nuevas medidas restrictivas que modificaron las condiciones de asilo para los venezolanos. Entre los requisitos se encontraban:
- Debían llegar en avión.
- Contar con un patrocinador con estatus legal en el país que les proporcionara respaldo económico.
- No haber entrado de manera ilegal a Panamá o México.
- No tener residencia permanente o una nacionalidad de un país diferente a Venezuela.
- Tampoco podrían acceder al beneficio, los venezolanos que hubieran sido deportados de los Estados Unidos en los últimos cinco años. Quienes intentaran cruzar la frontera ilegalmente, serían devueltos a México.
Era una mala jugada del destino. En menos de dos días, Joel y Daniel ya tenían conocimiento sobre las medidas implementadas. La preocupación no se hizo esperar. Lejos de casa, agotados, sin dinero, sin tres de sus acompañantes y con la posibilidad de que todo lo sufrido hasta el momento fuera en vano.
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Estaban más cerca que nunca del sueño americano. Apenas unos cuantos kilómetros los separaban del país con el que habían fantaseado durante meses. Ahora, debían asegurar su entrada. Con los últimos dólares que les quedaban en los bolsillos y la fuerza de voluntad inquebrantable que los acompañaba desde el primer día, consiguieron el empujón decisivo: pasarían la frontera con la ayuda de los coyotes.
28 de octubre de 2022
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Joel y Daniel habían entrado. Finalmente, pisaban la tierra que les daría la gloria. Cualquier lamento, cansancio o dolor del camino, sucumbía ante la emoción de haber aterrizado con éxito la burbuja de los sueños. Los recuerdos amargos de los últimos tiempos se disolvían como una mala pesadilla que era reemplazada por la bienaventuranza del presente.
Para ese momento se encontraban en Lula, un pueblo del condado de Hall, en Georgia. Carecían de algún familiar o amigo que los recibiera. Únicamente se tenían a ambos, pero nada los desanimaba después de estar adentro.
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Pero las malas noticias llegaron el 17 de noviembre. Joel y Daniel, junto a un grupo de colombianos, fueron deportados de Estados Unidos y enviados de regreso a México. La vieja película de sus pesadillas parecía regresar. Otra vez flotaban las ilusiones en los aires. Con una orden aniquilaron de repente la alegría que tanto les había costado saborear. Devastados, llegaron a Acapulco con el propósito de volver a intentarlo. Después de haberlo logrado una vez, para ellos eran casi nulas las probabilidades de fracasar.
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En los siguientes trece días hicieron tres intentos para entrar a Estados Unidos. El plan era el mismo en cada ocasión: embarcarse ocultos en un tren con otros migrantes y llegar hasta la frontera en Texas. Pese a los esfuerzos, al final siempre había algo que estropeaba su objetivo.
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Joel
La primera vez pasamos por Acapulco. Pensamos que sería fácil, pero no fue así. La segunda, fue más fuerte porque nos agarró un cartel de narcos. Nos dijeron que teníamos que pagar un dinero para quedarnos en México. Nos dieron 24 horas para salir del país. De todas maneras lo incumplimos. Volvimos a intentar, y pudimos entrar hasta Estados Unidos en el tren de la muerte. Los guardias estadounidenses nos detuvieron en Laredo, Texas. Nosotros les dijimos que éramos de Venezuela y que queríamos estar allá. Cuando nos soltaron, nos montaron en un avión. Pensé que nos iban a enviar para New York o Miami, pero no fue así.
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El primero de diciembre los planes cambiaron radicalmente. Se trataba de regresar los pasos, de volver con las manos vacías a donde todo comenzó. Su travesía se convirtió en una historia que giraba en círculos sin un final aparente. Una búsqueda que había cedido a las derrotas del camino. Más allá de las aspiraciones personales, estaban las familiares. Joel sentía que le había fallado a sus padres, a sus hermanos, a sus hijas y a su esposa, quienes desde la distancia le enviaban las ganas que necesitaba para seguir en su conquista.
Llorar con el alma fue su desahogo. Así como tuvo momentos fugaces de dicha, donde se embriagaba en el onirismo de sus deseos cumplidos, en los que imaginarse con su familia en una vida de lujos lo mantenía en pie; a la par se permitía quebrarse en las lágrimas por cada derrota. Libraba una batalla interior, que solo él conocía y sentía más que nadie. Lejos del sueño americano que había probado en sus manos, debía idear un plan para volver a Chile.
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Cuando lo detuvieron en la frontera se separó de Daniel. Desde entonces perdieron el contacto, porque Daniel no tenía celular, debido al robo que sufrió en Medellín, Colombia. Joel llegó a Nicaragua con otro grupo de migrantes que había conocido en sus idas y venidas en México.
El mismo día que decidió tomar el vuelo humanitario, el avión había hecho su último viaje del año. Cuando Joel llegó a Panamá, el 3 de diciembre, le informaron que el siguiente vuelo con rumbo a Venezuela partía el 20 de enero del 2023. No le quedaba más opción que instalarse en Panamá el mes y medio que faltaba para su retorno, y subsistir de la misma forma a la que se había acostumbrado desde hace un tiempo: con el rebusque y la venta de dulces.