El llamado del yagé: una ruta para volver a mí

Soy Juanita Shakti, aprendiz de partera.

Desde el fondo de las entrañas de mi cuerpo se gesta, desde hace meses, la imperiosa necesidad de seguirme tejiendo en el propósito divino de servir a las mujeres. Soy Juanita Shakti, aprendiz de partera. Guardo las tradiciones y la sabiduría de nuestras brujas ancestrales. Soy una guardiana del nacimiento y de la vida.

Por: Maria Alejandra Ramírez

Cuando mi Ser Superior me eligió para encarnar en este mundo, me llamó por el nombre de Juanita y me dotó de una chispa divina. Me hizo capaz de concebir ideas, ilusiones y sueños, y de dar a luz sus intenciones y designios. 

Fueron muchas las preparaciones que debí enfrentar para acercarme al despertar de ese recuerdo sagrado; tomé como apellido el nombre de una diosa que dispuso de toda su creatividad para sembrar en mí el poder de la creación; la divina Shakti, el símbolo de la unidad femenina.

Me equipé también con una mochilita abierta en la que guardaría todos los aprendizajes que no me cupieran en el corazón, y ahí sí me vi preparada para emprender un viaje en espiral hacia mi centro, que me haría padecer una serie de sensaciones que nunca había experimentado.

Me vi en medio de un bosque, acompañada de una maestra espiritual y un grupo de mujeres unidas por un mismo sentir de sororidad y cariño. Bajo el sol, todas dejaríamos que nos iluminara el rayo divino del amor universal. Nos enlazaríamos ante la ceremonia de sanar nuestra ancestralidad y hacernos guardianas del Sagrado Femenino; aquellas cualidades que nos dotan de receptividad, sensibilidad y dulzura.

Elegí como compañera de travesía a María Magdalena, una joven partera que, impulsada por su fe y devoción al dios católico, decidió seguir a un misionero llamado Jesús. Al convertirse ellos dos en llamas gemelas, crearon el sexto rayo universal, el de la veneración, el servicio y la entrega a otros. Esperaba que este me cubriera todo el tiempo en mi viaje por el camino del encuentro.

Nos situamos en un círculo de mujeres, en el que nuestra espiritualidad se encontraba circulando… No estábamos fragmentadas. Estábamos uniendo la sombra con la luz femenina, la pureza con la depravación, la figura de la santa con la de la puta.

Pusimos en nuestros estómagos una mezcla de dos plantas de la selva: una hembra llamada ayahuasca y una macho con el nombre de chacruna. La maestra espiritual nos indicó que ese brebaje traía a dios por dentro.

Lo primero que sentí al cerrar mis ojos fue cómo mi corazón se aceleró y mis manos comenzaron a hormiguear. A mi cabeza llegaron todo tipo de consejos, regaños y saberes de mujeres importantes en mi vida, que se presentaban en diferentes tonos y con distintos volúmenes.

Me hice más atenta a todos los estímulos. Mis sentidos se agudizaron para sentir hasta la parsimonia con la que las aves abren su pico y lo vuelven a cerrar. Un efecto parecido al de la anestesia invadió mi cuerpo y me ordenó caminar de un lado al otro, tambalear y mirar hacia el cielo. Escuché los sonidos propios de la naturaleza; el aleteo de los pájaros, el movimiento del viento sobre las hojas de los árboles y cómo cayeron las gotas de lluvia que se habían albergado allí unas horas antes. Sentí el movimiento de mis órganos y, por primera vez, pude conectar de una manera especial con mi útero.

Las parteras prestan sus manos para ser guardianas de la vida… En la tradición antioqueña, han sido mediadoras y protectoras, y en el agua han encontrado una aliada para ayudar en el arribo de seres a este mundo.

Yo, que no he sido madre de ningún humano, pero sí de animales, plantas, proyectos y sueños, me hice consciente de la existencia de una cavidad que cada cierto tiempo me provee de esa ofrenda de luna, de esa ofrenda menstrual, que le hago a la tierra mientras le agradezco por todo lo que brinda.

Sumida en un sueño en el que recorría los recovecos de mi cuerpo e iba avanzando desde los pies hasta la cabeza, comencé a sentir dolores propios de esa purga que tanto esperan padecer quienes se involucran en estas travesías. Sentí la necesidad de vomitar, llorar, maldecir y sentirme miserable. De dejar ir todas las cargas financieras y emocionales, de abrir mis heridas más internas para que se vaciaran a la par con mi cuerpo.

Quise pedir ayuda para aliviarme rápido, para desaparecer un agobio que, según me habían dicho, tomaría cerca de ocho horas. Me conecté con las mujeres medicina, invoqué a Juana Quevedo, con quien comparto nombre y la vocación de servir a otros, para que fuera una obstetra quien me ayudara a liberarme de tanto dolor.

Mucho se sorprendería ella si se enterara que años después de tanta lucha, las parteras aún son estigmatizadas y sus conocimientos todavía puestos en duda por la “medicina académica”. Este prejuicio ignora cómo ellas reducen los riesgos de cesáreas y la duración del parto, cómo promueven la lactancia y prescinden del uso de epidurales. “Ojalá algún día caminemos sobre un mundo de equilibrios, en el que la medicina tradicional y convencional logren acompañarse y complementarse la una a la otra”, dice Diana Díaz Hernández, médica e historiadora del legado de las mujeres curadoras.  

Si cerraba mis ojos de nuevo, aún sabiendo que no había terminado mi purga, me sentía responsable de muchas culpas que correspondían a mis vidas pasadas. Sentía que debía pedirle perdón a mi cuerpo por años de desprecio, a mi madre y a mi abuela por las heridas emocionales que compartimos y a la tierra por tantos abusos. La tristeza me sumergía en agua que circulaba por todo mi cuerpo, me hacía volver a los ocho años y a la seguridad de que moriría bajo una corriente, pero no fue así.

"Nuestro cuerpo es nuestro templo La tierra es nuestro altar Nuestras palabras son encantos Nuestros pensamientos intenciones Nuestras acciones rituales que crean la realidad Somos sagradas".

Juanita Shakti

Esta vez me enfrentaba a una afluente de pensamientos que solo pudieron ser calmados con la intensa certeza de que estaba acompañada. A mi lado seguía Shakti, María Magdalena, mi maestra espiritual, las mujeres del círculo y ahora la Madre María. Esa que llama a través del dolor a aquellos que ya tienen su corazón preparado para romperse y regenerarse. Esa que me transformaría a partir del sufrimiento y me ayudaría a dar a luz a una nueva yo al final de este camino.

 

Cubierta por el manto de sus protecciones y refugiada por un abrazo que desearía nunca hubiera terminado, me trajeron de nuevo a la tierra y abrí los ojos para verme cara a cara con el designio de mis diosas. 

 

Este viaje, a través del dolor y el desapego, estableció que la ruta para volver a mí sería conducida por la vocación de ser partera. Sería yo quien tomaría la mano de otras durante las horas que dure la odisea de un parto y la aventura de un posparto. Sería elegida por las y los bebés para ser quien los acompañe en su tránsito desde las estrellas hasta la tierra. Integraría los conocimientos ancestrales con los científicos para dar luz a nuevas generaciones desde el amor. Me reencontraría con mi linaje, con mi historia y tendría, por fin, clara mi misión de vida.

 

La partería, ese patrimonio inmaterial de la humanidad, es un espectáculo del origen tanto espiritual como político, que guarda las tradiciones y la sabiduría de nuestras brujas ancestrales, esas que forjaron el sendero que hoy en día caminamos en tribu quienes somos llamadas a ser guardianas del nacimiento y la vida.