Mi lamento

Nuestras fuentes hídricas aún hablan, a pesar de que no las escuchen. Esta es la historia de una familia agotada y enfermiza, comenzando por las palabras del padre, el río Medellín. 

Cuenta la leyenda que los ríos se originaron por el paso de una gran serpiente. Bueno, al menos ese cuento se lo escuché a uno de mis hermanos mayores, el río Amazonas, pero yo no sé si sea verdad. He oído sobre dioses que habitan las aguas, leyendas de ninfas y demonios engañosos que rondan la corriente, indígenas que veneraban el agua siglos y siglos atrás. Tal vez fui adorado como un dios alguna vez, pero ya no me acuerdo de esa época. Solo sé que he estado aquí por mucho tiempo, y que la ciudad ha crecido a mi alrededor como un caparazón de asfalto y metal. He conocido a tus padres, a tus abuelos y a los abuelos de tus abuelos. Casi que debería ser un miembro más de tu familia y, sin embargo, estoy amarrado como un perro, embriagado con químicos y toxinas, envejecido y enfermo.  

Mi historia ha sido escrita una y otra vez: desde tu asiento en el metro me ves moribundo, pintado de pies a cabeza en rojo, escupiendo basura y cadáveres ocasionales. Puedo sentir cómo evades mirarme, ni un saludo me dedicas. La única vez que me visitas es cuando llega diciembre y me llenan de alumbrados. Esto es peor para mí, termino yo todavía más lleno de deshechos y ni las luces de colores me ayudan a disimular. Entonces suenan los truenos y grito iracundo, me escapo de estos muros de cemento, desesperado y cansado de tanto luchar. Lo que no sabes es que mis aguas no son las únicas que ves desbordadas en un aguacero: también están las de mis hijas. 

¡Me duele tanto el alma por mis pobres hijitas quebradas! Su Madre Tierra me las manda desde lo alto de la montaña, todavía sanas y fuertes, y llegan a mis brazos tan aporreadas. Debo agradecer que aún puedo abrazar a las pocas que me quedan, pues muchas han desaparecido: las maltratan, las entierran vivas, las secan hasta que solo queden polvo y piedras entre sus lechos abandonados. 

Ahora, te presentaré a dos de mis queridas hijas: La Presidenta, tan necia y tan sola, y La Hueso, soñadora y un poco ingenua. Hoy te hablarán mis niñas andariegas, volubles y desorientadas, que tantas veces han olvidado su camino. Préstales atención a mis hijas, hazme ese favor…

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Me duele tanto el alma por mis pobres hijitas quebradas…

Soy La Hueso y no me sacan los restos

A veces, cuando no está cayendo un aguacero, tengo tiempo para pensar. Lo , suena raro, pero cuando tienes tantos años como yo y haces un recorrido tan largo cada día, tienes mucho tiempo para hacerlo.

” 

La Presidenta, tan necia y tan sola, y La Hueso, soñadora y un poco ingenua. 

Soy una Presidenta con voz y sin voto

Solo me siento viva los viernes en la noche. Qué tan raro que mi cuerpo sea de agua, la máxima expresión de vida, y con todo y eso, me sienta tan muerta la mayoría del tiempo.

” 

Préstales atención a mis hijas, hazme ese favor…

Las quebradas son testigos del cambio, la evolución y de las  historias: acércate a una de ellas, un romance que moviliza, informa y educa frente al cuidado del agua.