La Presidenta sin protagonismo

Muchos de ellos buscan la salvación, y todavía no saben que la tienen garantizada si me salvan a mí primero.

"Muy marihuanera y todo, pero definitivamente mi peor versión no sale a relucir en esos viajecitos, sino más bien cuando el agua llega".

¿Te soy sincera? Solo me siento viva los viernes en la noche. Qué tan raro que mi cuerpo sea de agua, la máxima expresión de vida, y con todo y eso me sienta tan muerta la mayoría del tiempo. Pero te lo juro: mi cauce solo se alegra cuándo llega el viernes y las luces de Provenza se encienden para recibir la noche. Las discotecas abren sus puertas y suenan las voces de la Bichota, el Ferxxo y Benito, todos juntos, sin sintonía, pero con ritmo. Me encanta ver a las viejas todas maquilladas y los manes que las buscan para echarles los perros y todas las luces de colores que pintan mi cuerpo. Muy lindo y todo, hasta que se alborotan las riñas callejeras y termino yo llena de cerveza, guaro y cuanta basura se tiran los unos a los otros. Eso sí no me gusta, pero al menos puedo pretender que, por unos momentos, mi corriente es un arcoíris y no este sucio negro que se nota más cuando sale el sol. Creo que por eso detesto tanto la madrugada. 

El cielo comienza a aclararse. Se van los últimos animados que se quedaron hasta bien tardecito, se cierran las discotecas y Provenza muere hasta una nueva noche de rumba, lo que para mí se siente casi como un lustro… ¿Y yo? Vuelta mierda, imagínate. Me siento más enguayabada de lo normal, y eso que ni tengo que tomar para sentirme tan maluca. Botellas y latas adornan mis orillas: Coronitas, Pilsen, Four Loko, Aguilitas, pregunte por lo que no vea. En todo caso, se van amontonando con el paso de los días. Supongo que podrías llamarme ‘acumuladora’: qué te digo, ya no me acuerdo cómo era la vida antes de tanto chéchere entre mis piernas, perdón, entre mis piedras. Si no te molesta el mal olor, puedes asomarte: junto con las botellas y latas tengo pedazos de icopor, bolsas, pedazos de tela, pares de zapatos, bolas de tenis, que no sé ni cómo llegaron ahí. Y así, pero si me pongo a hacer cuentas, pues acá me quedo.  

 Me da pena que me veas así de desorganizada y fea. Créeme, habría tratado de ponerme linda para recibir la visita, pero últimamente, con tanta basura encima, ya no tengo cómo. Además, si todo esto no se queda atrancado entre mis piedras, termina donde mi papá, y todos sabemos que él no está para aguantar más. Ay, pero qué más da. Es obvio que la próxima vez que crezca mi corriente, esta cantidad de desperdicio va a terminar allá de todos modos. ¡Pobre de mi papá, pobre del río Medellín que me recibe en sus brazos! Pero bueno, podré estar sucia de cuerpo, pero limpia de alma, pues a misa nunca falto.  

 La parroquia La Divina Eucaristía está allí, abajito en mi recorrido, ya cuando las calles de Provenza comienzan a fusionarse con el parque Lleras. Es una parroquia chiquita, por lo cual ya les conozco las caras a varios de los católicos que van a diario a la Eucaristía. Incluso, caras familiares, de aquellos que rumbeando me voltean a mirar para lanzar una botella a mis aguas o exclamar sobre lo maluco que huelo. “¡Huele a mierda!”, dicen ellos con el tufo alborotado. Y ahora, después de comulgar, hacen muecas y se tapan la nariz . 

 El párroco lee el evangelio según nosequién, al salmo respondemos, todos reciben un “la paz sea contigo” menos yo. Con amargura, deseo que el sacerdote me mencione en su sermón. Quisiera que les recordara que la Biblia tanto habla de amar al prójimo, y que yo también cuento como una de sus hermanas, y entonces al fin me observarían, me extenderían la mano, y quizás, solo quizás, me sanarían. Muchos de ellos buscan la salvación, y todavía no saben que la tienen garantizada si me salvan a mí primero. El párroco nos deja ir en paz, pero Dios sabe que yo me voy en discordia.  

 A veces quisiera pensar que los humanos no son tan malos como se ven. Sí, han sido muy injustos conmigo, pero mira este parque lineal tan bonito que hicieron en mi honor. Puedo ver niños jugando, gente trotando y un montón de perritos tomando el sol. Sí, todavía se quejan mucho de mi mal olor cuando pasan por los diferentes puentes que me cruzan, ¡pero tengo todo un parque para mi solita! Tienes que entender lo mucho que significa eso para mí: supuestamente me llamo La Presidenta y rara vez tengo este tipo de protagonismo, ¡Qué honor por Dios! 

 Mientras bajo por los senderos, llego a mi parte favorita; bajo la sombra de unos árboles, justo al lado de la reja que separa mi parque del lujoso hotel Dann Carlton, está la Virgencita milagrosa, decorada con flores y placas de agradecimiento por sus muchos milagros. Pero, lo que más la hace especial es ese fuerte olor a porro todo el día. Pase a la hora que pase por aquí, el aroma a marihuana se impregna a ella y a sus oraciones. Menos mal los que vienen a visitarla se dan un viajecito protegidos y en paz, ¡Ve con Dios amigo, al infinito y más allá!  

 Mirando la carita piadosa de la Virgencita, me echo la bendición y le dedicó un “Ave María”. Como todos los días, le pido por mi salud, que los humanos me cuiden y me libren de ese maldito color tan feo que me tiene tan maluca. Por favor, si intercede por mí le pongo una plaquita de agradecimiento. “Amén”, digo mientras saco un porrito y comienzo a fumarlo en silencio. Me sale una tosecita por el humo, pero eso no me importa. Se siente mejor toser por la traba que me voy a pegar y no por la contaminación que en mí está.  

 Muy marihuanera y todo, pero definitivamente mi peor versión no sale a relucir en esos viajecitos, sino más bien cuando el agua llega. ¡Ahí sí, sálvese quien pueda! Y es que si me vieras en un aguacero … ¡Ja! Ni estarías aquí escuchándome. Me odiarías. Me temerías por las piedras que traigo de la montaña y lanzo con todas mis fuerzas, por los árboles que arranco desde sus raíces, por cómo me meto en todas partes sin que me inviten y me llevo todo lo que frente a mí se atraviese. Me meto en las casas, en los bares, entre los carros y, si estás muy de malas, me meto dentro de ti, en tus pulmones, hasta quizás dejarte sin respirar. Es verdad, como un cuerpo de agua soy la representación de la vida, pero así como soy vida, soy muerte. Soy cementerio viviente, por la muerte que me llena y las muertes que causo con mi ira.  

Llegando a Patio Bonito, me quedan poquitas razones para vivir. Dejé atrás la música, el trago, el olor reconfortante a porrito y la Virgencita que me acompañaba, la misma Virgencita que para este punto siento que me ha abandonado del todo. Aquí solo tengo el humo gris de los carros y los ojos de todas las personas que pasan caminando al lado mío. Los siento desviando la mirada, ignorando la manera en que me han maltratado. Resignada, voy en camino a reencontrarme con mi familia: con mi hermanita La Poblada por los alrededores del Éxito, y ya de su mano, a ver a mi papá. Estaremos todos juntos, mis hermanas, mi papá y yo. Cuando nos unimos en una sola corriente, se me hace un poco más fácil acordarme del pasado y de lo feliz que era nuestra familia. Esa época ya no existe y ahora estamos vueltos mierda, pero algunas de mis hermanas creen que nos curaremos, que saldremos del cemento y encontraremos nuestros cauces de antes. Yo no quiero ilusionarme, pero debo admitir que, aunque duele pensar en el pasado, quisiera pensar que algún día lo recuperaremos, sea con ayuda de los humanos o por nuestra propia cuenta.