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Ana María Bozón Velásquez

La salud mental se ha vuelto un tema tan recurrente como la salud física, pues se ha visto altamente afectada durante el confinamiento… Míresele por donde se le mire, estamos todos sumergidos de lleno en el virus.

Llevamos varios meses viviendo una película, a veces de terror, a veces de suspenso, a veces de comedia y otras, postapocalíptica. Algunos hemos estado encerrados desde marzo de 2020, otros solo de manera parcial y algunos otros no lo han estado en absoluto.

Para aquellos que sí lo hemos estado, estos meses han sido un vaivén de emociones: desde el miedo que trajeron los primeros días, que se convirtió en incertidumbre constante, pasando por la ansiedad de ser productivo y aprovechar al máximo este “tiempo de sobra”, a la pereza por la monotonía y la rutina o el estrés por la falta de equilibrio entre el trabajo y el ocio.

Para mí la cuarentena empezó desde el viernes 13 de marzo de 2020 y, a excepción de unas cuantas ocasiones especiales, perdura hasta el día de hoy. Hace un par de días me sorprendí por la falta de conciencia del tiempo que tenía. Las clases universitarias se han convertido en mi única referencia temporal y, aún así, a veces me fallan. Me he sorprendido un domingo pensando que es jueves, un lunes pensando que es sábado.

La salud mental se ha vuelto un tema tan recurrente como la salud física, pues se ha visto altamente afectada durante el confinamiento. La falta de interacción social, la presión que ejercen las redes sociales por no desperdiciar un solo segundo del día, la falta no solo de actividad física, sino de movimiento en general y otros factores externos, han sido detonantes para el deterioro de esta.

Ya no están esas distracciones que teníamos antes para minimizar nuestros problemas personales, llámese ir a rumbear, al centro comercial, salir a comer, ir a la universidad, al trabajo o al cine. Ahora toda esa ansiedad, depresión, estrés o lo que sea que usted, mi querido lector tenga con que lidiar, sale a flor de piel; y nadie está listo para esto, no creo que nadie llegue a estarlo nunca, pero nos guste o no, es momento de dejar de minimizarlo y enfrentarlo.

Entre los países más afectados por el virus, China, Irán y Estados Unidos han reportado un incremento del 35%, 60% y 40% de la angustia, respectivamente, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). No solo la incertidumbre que genera vivir con el virus ha aumentado estas cifras, factores como la crisis económica mundial que se vive en conjunto con la del coronavirus, el aumento de la inseguridad en algunas zonas, el exceso de información, fake news alarmantes y los medios de comunicación que no han tenido otro tema desde marzo, son factores que juegan un papel importante en términos de salud mental.

Una alternativa para “huir” de todo esto podrían ser las redes sociales o plataformas de streaming, pues en estas somos nosotros quienes escogemos qué tipo de contenido consumir, pero ni allí se encuentra refugio. La productividad se ha puesto de moda, y todo el contenido de las redes sigue la idea “ahora que tenemos más tiempo…”.

“Ahora que tenemos más tiempo, aprovechemos y hagamos 3 horas de cardio en ayunas, corramos 20 kilómetros, montemos bicicleta todos los días hasta el pueblo más cercano y volvamos, hagamos ayuno de 2 días y bajemos 20 kilos”. “Ahora que tenemos tiempo, leamos mínimo 3 libros al día y escribamos mínimo 1 a la semana”. “Ahora que tenemos  más tiempo libre, montemos un negocio, invirtamos en otros 2  y demos TedTalks una vez a la semana”. “Ahora que tenemos más tiempo, aprendamos 5 idiomas por semana”. “Ahora que hay más tiempo, no pare ni un solo segundo del día, haga mil cosas al mismo tiempo para no desperdiciar esta nueva oportunidad de hacer lo que siempre ha querido, ya descansará después”.

No sé de dónde sacan que tenemos más tiempo libre, porque así mismo como las redes lo han pensado, lo han pensado en las universidades y trabajos. Hace poco un profesor de mi universidad nos dijo: “chicos, ahora que tenemos más tiempo, voy a acortarles el tiempo de entrega y así mismo, incrementarles el trabajo” y siguiendo ese orden de ideas, los demás profes también lo han hecho. Mi mamá está trabajando desde la casa y notoriamente tiene mucho más que hacer, antes su jornada laboral terminaba a las 5:00 p.m., pero ahora, se alarga hasta que se va a dormir, y al igual que nosotras dos, esta historia se puede repetir en muchos hogares más.

Las plataformas de streaming también se han “contagiado”; en el primer mes de confinamiento, los primeros 10 más vistos en Colombia eran películas o series sobre virus, pandemias, parásitos o escenarios postapocalipticos en los que un enemigo externo amenazaba con destruir la humanidad. 

Míresele por donde se le mire, estamos todos sumergidos de lleno en el virus. Sumado a todo esto, la relación de las personas con la comida y sus propios cuerpos también se ha visto afectada, ya que según un informe del Ministerio de Salud,  los trastornos alimenticios subieron un 37%, sumado a un 56,2% de aparición de síntomas ansiosos. “El aislamiento social preventivo podría aumentar los disparadores relacionados con los trastornos alimentarios y plantear un ambiente retador para personas con anorexia nerviosa, bulimia o trastornos por atrancones de comida” (Hensley, 2020; McMenemy, 2020; Shah et.al., 2020).

Hay alrededor de 60 millones de casos reportados en el mundo, pero me atrevería a decir que hay muchos más. ¿Qué pasa con aquellos cuya mente se ha contagiado? Y no me refiero a los hipocondriacos a quienes les da coronavirus tres veces a la semana, me refiero a aquellos cuyas mentes se han visto afectadas, los que hacen parte de las cifras que he mencionado, los que físicamente están sanos, pero mentalmente infectados. Creería yo que estamos lidiando con dos pandemias al mismo tiempo.

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