Por: Mariana Caicedo Ángel
Un sábado de enero decidí, junto con mis amigas, tener una noche de shots y rumba en Icono Club, un lugar que ya conocíamos desde antes y donde teníamos la fiesta asegurada; ese día en especial no celebrabámos nada importante, simplemente queríamos salir a divertirnos y a compartir. El lugar tiene muy buena atmósfera, se llena de personas con buena energía y amantes a la música electrónica, hay luces de todos los colores, excelente ambiente, la gente se anima a bailar, los tragos encienden la fiesta y la noche logra ser inigualable, tal y como la esperabámos.
Esa noche fue muy notorio para los que estábamos en el lugar, la energía y la soltura con la que bailaba una trans era muy evidente que se tenía confianza y que disfrutaba sentir y moverse al ritmo de la música. Su cabello era rubio y rizado, sus ojos maquillados con azul celeste, en sus hombros brillaban las mirellas y pese a que tenía unos tacones blancos altos, con taches plateados, sabía mantener su ritmo.
Nos llamó mucho la atención, a mi grupo de amigas y a mí, que quien acompañaba a la chica trans era un extranjero muy atractivo y quien, además, se veía muy interesado en ella. Hacían muy buena pareja y se notaba cómo disfrutaban la rumba, bailando y coqueteando sin reservas. A medida que transcurría la noche, era evidente la química y atracción entre los dos, pues se besaban con tranquilidad en el lugar e, incluso, el extranjero pidió a los djs con un gesto cariñoso, una canción para bailar junto a la chica trans que se robaba las miradas del sitio.
Finalmente, antes de que la noche acabara, notamos que el extranjero salió rápidamente con la chica trans, ambos cogidos de la mano y con prisa. Mis amigas y yo seguimos disfrutando la música y compartiendo alrededor de la fiesta que estábamos teniendo. La anécdota me pareció llamativa, pero no trascendió hasta que tiempo después, mientras trabajaba en el Hotel Diez, me encontré recibiendo en una noche cualquiera a “Michelle” quien me dijo su nombre en la recepción, la misma chica trans de la fiesta en Icono Club, pero esta vez, estaba con otro extranjero. Llegaron evidentemente alcoholizados, ella tenía un vestido negro con lentejuelas y su maquillaje violeta con mirellas estaba disperso en su rostro a causa de la lluvia, llevaban prisa y el besarse y mostrarse cercanos en el hotel no representaba ninguna molestia para ellos; él solicitó una de las más bellas y apetecidas suites del hotel, yo los atendí mientras ambos se manifestaban afecto y hablaban de lo que habían hecho momentos antes de llegar al hotel. Una vez les entregué la tarjeta de acceso a la habitación, Michelle tomó la delantera como si ya conociera el lugar y ambos subieron hacia la suite que habían reservado. La Gran Suite está amoblada con tres ambientes, sala comedor, cocina y una habitación con terraza con vista a la ciudad.
Durante la noche, Michelle me llamó para que les llevara una botella de ron y distintos snacks, cuando me disponía a entregarle lo encargado, me sorprendieron los gemidos que ella desde el interior de la habitación.
Cuando recibió su encargo, parecía estar bajo el efecto de alucinógenos. Su mirada era evasiva y su comportamiento errático. Ya en la mañana, noté que el extranjero salió primero que Michelle, un poco avergonzado, con prisa se aventuró a salir del hotel. Ella, en cambio, salió muy bien arreglada y con su mirada altiva. No olvido que se despidió de mí al salir.
Esa mañana me correspondió organizar y preparar la habitación donde ambos se hospedaron. Fue una total sorpresa encontrar tantos elementos esparcidos por el lugar, incluso el olor que había en la habitación era muy fuerte, desde preservativos, hasta latas de energizantes, botellas de cerveza, una caja de cigarrillos sin acabar, colillas por doquier, las almohadas tendidas en el suelo y con marcas de labial, charcos de agua que salían del baño, e incluso estaba el bolso de Michelle, que al parecer había olvidado, por lo que lo guardé en recepción.
Unos quince días después, Michelle llegó al hotel y se alegró mucho cuando le mostré el bolso, pues pensaba que lo había perdido del todo. Esa noche no parecía estar alcoholizada, pero noté que en su nariz tenía rastros de alguna sustancia (parecía cocaína). Pidió una habitación para ella y para un nuevo acompañante, quien al parecer no le molestó en lo absoluto saber que Michelle ya había estado allí. Él era un hombre fornido y esta vez colombiano, ambos jugaban con sus manos y se miraban coquetamente, cuando les entregué la tarjeta de su habitación, ella nuevamente tomó la delantera.
Al día siguiente, me sorprendió ver a Michelle llorando, ella con más confianza en mí, por reconocerme de la veces anteriores, me dijo que se sentía humillada y ultrajada. Su acompañante, que ya había salido de la habitación, se fue sin haber cancelado por sus servicios. Mientras sollozaba, le ofrecí una aromática y ella sonrió, me dijo que habían días buenos y días malos, que se recuperaría de esa situación, que ella era fuerte y amaba lo que hacía.
Esa fue la última vez que la vi