Aunque dicen que el nuevo coronavirus ataca de manera más agresiva a los más viejos, el Festival Vallenato parece ser inmune. Con sus 53 años, en lugar de confinarse y fallecer, ha sobrevivido al año de la pandemia y seguirá vivito y parrandeando cada año sin falta. No da indicios de que se haya contagiado ni de que vaya a ser internado en una UCI, al contrario, con cada nueva edición, esta música, que es patrimonio inmaterial de la humanidad, gana fuerza y se expande como un bicho alegre y bullicioso por todo el mundo.
El Festival de la Leyenda Vallenata vio la luz por primera vez en medio de una parranda a la sombra de un palo de mango en la plaza Alfonso López Michelsen, en Valledupar, por allá en los sesenta, según cuentan los más antiguos en el oficio de representar el folclor que nació con esta música.
En su quincuagésima tercera edición realizada en 2020, casi no se escucharon los silbidos, vítores y aplausos que lo caracterizan. Tampoco se vivió el mismo ambiente festivo de esos cinco días, en los que el acordeón es rey y la caja y la guacharaca son dueñas y señoras de los sonidos que llenan el aire. La pandemia le ha quitado a todo y a todos un poquito de su esencia.
Hay algo de la cultura de esta ciudad que facilita la realización de eventos como el Festival Vallenato: la gente es jovial, amable, recochera y disfruta del caluroso clima, que es casi un combustible para el ánimo de los habitantes de estas tierras. Ñeco Montenegro, por ejemplo, tocaba el rayador a los nueve años, como si fuera una guacharaca, y desde entonces, este instrumento y la vena musical que ha heredado de sus mayores, lo han llevado a participar de muchos eventos. Se ha ganado el Festival en más de cinco oportunidades y ha viajado a países como Perú para mantener en alto lo que él llama “el folclor vallenato auténtico”.
Personajes como él se cuentan por centenares, y no porque sea alguien del común, sino porque esta música ruidosa y alegre tiene algo poderoso que encarreta hasta al más simplón. Esto se hizo notar desde los primeros años del Festival, cuando poco a poco se iba expandiendo y atrayendo a gente de todos los rincones del departamento del Cesar. Lo que empezó debajo de aquel palo de mango en la plaza Alfonso López, pronto se volvió un acontecimiento regional, luego nacional y ahora, más de cincuenta años después, hay incluso participantes de otros países que vienen a demostrar su amor por los aires vallenatos.
El chiste de todo el evento es ofrecer un homenaje a la música de esta tierra, y cómo no podía ser de otro modo, dado el espíritu competitivo de los cesarenses, concursar para demostrar quién es el más tocado, el acordeón, la caja o la guacharaca. Así, el Festival añadió concursos y categorías a medida que crecía, y se expandió hacia otras locaciones dentro de la ciudad: la Feria Ganadera, la Casa de la Cultura, el Parque La Provincia, solo por mencionar algunos.
En cada uno de estos lugares, se lleva a cabo una de las
competencias de piquería, canción inédita y acordeoneros, todascon sus diferentes categorías, y hacia el final del Festival, se elige al Rey Vallenato. El paso del tiempo ha traído cambios al Festival, y la ejecución de la fiesta muestra también la adaptabilidad y amplitud del folclor vallenato. Desde hace algunos años se incluyeron categorías femeninas en todos los concursos.
En ediciones anteriores, cuando no había que llevar mascarilla, ni desinfectarse las manos, ni hablar de lejitos con todo el mundo, en el mes de abril el ambiente de esta fiesta llenaba los hoteles de Valledupar con turistas de todo el país y las esquinas se poblaban más que de costumbre con gente que se rebuscaba vendiendo; el chuzo de carne asada, la empanada caliente o la arepa de huevo, las cervezas y gaseosas, sombreros y toda clase de souvenirs. En cambio, la edición del 2020, que se llevó a cabo entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre, se vivió a puerta cerrada.
Aunque la reactivación económica iniciada por el Gobierno Nacional permitió la asistencia de público reducido, los participantes de los concursos tuvieron que presentarse remotamente, a través de videos para evitar al máximo las aglomeraciones. Así, los quince de cada categoría preseleccionados por los jueces para competir en los escenarios, exceptuando las categorías infantiles, que se suprimieron por causa de la pandemia, tuvieron que mantener los ánimos, aunque su público expectante solo fuese el personal de logística. Es una diferencia enorme, claro, pero el amor por la cultura vallenata todo lo soporta.
Para la Fundación que organiza el Festival es claro que la virtualidad a la que se tuvieron que someter este año tiene también sus ventajas. Sergio López Gómez, periodista oficial del Festival Vallenato, cuenta que los comentarios que se recibieron sobre los eventos emitidos vía streaming fueron en general positivos, y que gracias a esta nueva modalidad, el Festival cumplió con un cometido importante: reunir a las familias.
Ñeco concuerda. Cuando se le pregunta por el antes y el después del Festival, marcado por las circunstancias actuales, dice que todo tiene sus ventajas: “Hay gente a la que le gusta el calorcito y disfrutarse los eventos con una cervecita o con cualquier gaseosa, pero hay otros que se lo gozan más desde la casa”, porque, dice él, la boleta que esta vez costaba 35 mil pesos y que le daba acceso a todos los de la familia, en un Festival presencial no baja de 60 mil.
Los costos reducidos por la virtualidad les abren cancha a los eventos y llevan el vallenato a instancias que antes no se alcanzaban. “Esta vez nos escucharon hasta en la China”, dice Ñeco con una sonrisa.
Para López, como miembro del equipo organizador, la edición de este año supuso una rareza, tanto para él como para el público en general. Los afanes de madrugar para cubrir todo lo que pasa entorno al evento, el trasnocho típico de cuando hay que terminar montañas de trabajo, el afán de los colegas por recibir información de lo que se está haciendo y el “roce con la gente”, prácticamente desaparecieron. Se trabajó menos y más cómodamente, pero siempre con la misma pasión. De aquí en adelante el Festival no será el mismo y, probablemente, a diferencia de esta edición, las que están por venir continuarán con el crecimiento natural de los años previos, porque la virtualidad llegó para quedarse, así que habrá que desarrollar tanto los eventos presenciales como su parte digital.
Las circunstancias impuestas por la COVID-19 obligaron a cambiar muchas cosas, pero uno de los cambios más importantes para el Festival es el que tiene que ver con las herramientas disponibles para ensanchar los alcances del mismo. Las plataformas de difusión que esta vez se utilizaron por obligación, habían sido ignoradas durante mucho tiempo, pero, ahora que están presentes, seguramente se añadirán al Festival de manera permanente.
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Toda música tiene sus ritmos o aires, estos a su vez, su danza y la misma, una coreografía cuya planimetría debe ser evidente, lo que permite determinar: “no hay ritmo sin danza, cuando este no la tiene, es porque no existe”.
El Vallenato es un género musical autóctono de la costa caribe colombiana, es una riqueza cultural, histórica y musical, el cual goza de tener varios ritmos musicales dentro de su género, los cuales conocemos cómo aires vallenatos estos definen la canción según su ritmo.
Creció en el barrio Sicarare, en una casa humilde, junto a sus primos, tíos, padres y abuelos, rodeada desde muy pequeña de música vallenata. A los 7 años, Wilmar Patiño, su padre, le enseñó a tocar el acordeón.
No obstante, desde hace ocho años, el encargado de pulirla en este arte fue Jairo Suárez Reales, un valduparense de 64 años, acordeonero, cajero, guacharaquero, conguero, timbalero, cantante y compositor.
Desde muy joven, se evidenció el gusto de Nataly por este instrumento, pues la enseñanza de su padre fue clave en su vida, a tal punto, que rápido comenzó a ganar concursos, uno tras otro. En 2007, se impuso frente a los otros cuatro finalistas del Concurso de Acordeoneros Infantiles del 40º Festival de la Leyenda Vallenata, y obtuvo así la primera corona que se haya otorgado a una mujer en este Festival. A partir de allí, se ha sentido orgullosa al demostrar que las mujeres también pueden ser intérpretes de este género y sus diferentes aires.
Al pasar el tiempo, Nataly comenzó a cumplir otro tipo de objetivos. Desde la época del colegio, ya era destacada entre las mujeres digitadoras, puesto que empezó a ganar madurez y a presentarse en concursos y festivales más exigentes. Uno de ellos es el Festival de la Leyenda Vallenata, al que se ha presentado en ocho oportunidades. Nunca ha logrado clasificar, pero se ha mantenido en su preparación para representar al género femenino dentro del folclor vallenato. Justamente ese era su objetivo este año, que resultó tan calaminoso. Por tal motivo, ensayó durante mucho tiempo para poder presentarse en una nueva oportunidad, pero esta vez, de una manera diferente. En esta edición, estaría de forma virtual, debido a la pandemia.
Entonces recibió una noticia que la devastó. Se trataba de su mamá, Karina Amaris Vega, quien había sido internada en una clínica por cuenta de un cáncer de seno, fue diagnosticada en 2018. Las cosas no fueron fáciles, no obstante, Nataly, a lo largo de su vida, ha demostrado valentía y fe, que la han llevado a salir victoriosa en muchas oportunidades. Para ella, iniciaba una nueva batalla.
El objetivo era ganarse la corona de Acordeonera Mayor, título que aún no estaba en la vitrina de trofeos de esta joven. Ella continuaba avanzando en el concurso, mientras que su madre seguía en la clínica viendo los videos que le enviaba su hija, su mayor orgullo. Pero, llegó el viernes y una situación cambió por completo el panorama de toda una familia. La participante fue notificada de que la salud de Karina, se había agravado. Por ello, abandonó sus ensayos y se dirigió hacia el centro médico donde estaba su mamá. Salió de aquella habitación con el alma destrozada al ver cómo su madre estaba agonizando, perdiendo la batalla contra el cáncer.
Ese mismo día, con un nudo en la garganta y los ojos humedecidos, tuvo que continuar con su participación en el evento, tomó fuerte su acordeón, fijó su pisada y sollozando hizo sonar la puya “Comenzó el Festival”, seguido del son “El derecho de las mujeres”, piezas musicales a las que le impregnó toda su energía para hacerlas escuchar como el mejor de los sonidos, en honor a su madre.
Tuvo que sacar fuerzas de donde no las tenía, pero de algo sí estaba segura, que solo Dios y el alma de su madre le permitirían ofrecer una presentación impecable. “Pensé que no iba a poder, mis lágrimas rodaban por el acordeón, pero a la vez cerraba los ojos y me imaginaba la sonrisa de ella que siempre me acompañó en las presentaciones”.
El veredicto se dio a conocer minutos después. Jeimi Arrieta se coronó como Acordeonera Mayor. El segundo lugar fue para Nataly, quien reconocía que no había perdido, sino ganado un ángel más en el cielo y fuerzas para seguir adelante.
Naví, Román, Elberto y Álvaro López, los cuatro reyes de esta dinastía vallenata, han sido sus influencias y le han ayudado de manera indirecta a construir su propio estilo, con el que se presentó ante los jurados en medio de los nervios y la extrañeza de no tener a su familia apoyándolo frente al escenario, porque ni siquiera hubo público. Solo con sus compañeros de grupo, en un cuarto cerrado y con los jurados al frente.
La presión era mucho mayor que en años anteriores, y el sentimiento de tocar no era el mismo. Hay “más nervios de lo normal”, según cuenta Augusto. Al final, todos estos obstáculos terminan siendo una especie de impulso para dar lo mejor que tenía y bajarse de la tarima preocupado pero contento, relajado pero ansioso… Y todo se resolvió tras la espera del veredicto. Entonces, todo fue alegría y orgullo de agrandar un poco más el legado de los López y “un fresquito” de por fin haber logrado lo que esperó por siete años.
“Tuve sentimientos encontrados”, explica el nuevo Rey con una sonrisa tímida. Por un lado estaba el sentimiento de triunfo y que todo el esfuerzo valió la pena, y por otro, el recuerdo de toda la espera y el sufrimiento de los fracasos temporales, que para él, son como pequeñas victorias, porque “me enseñaron a tomar el mejor camino y a prepararme como era para hoy tener este gran triunfo de ser Rey Aficionado del Festival”.
Productora ejecutiva / Diseñadora de contenidos.