By MARIANA UPEGUI
Corea del Norte, libertad en medio de la división.
En 1948, con el final de la segunda Guerra Mundial, miles de años después de que la pangea se hubiera dividido y las fronteras estaban casi establecidas, un muro de alambre dividía de nuevo a un país en dos. La nueva frontera de Corea se llamaba Paralelo 38 y separaba a dos potencias mundiales, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que tomó el control de la parte Norte, y el ejército de los Estados Unidos, en el Sur.
En las calles de lo que podía llamarse República Popular Democrática de Corea, asentados en el Norte, y bajo el poder de Kim Il-sung y la URSS, las trincheras se esparcían sobre las calles como montículos llenos de hormigas.
El caos comenzó el 25 de junio de 1950. El primer golpe lo dio Corea del Norte sobre el sur, separando así un reino que había estado unido por más de mil años. Seúl, la que fue la capital de Corea durante 600 años, y que ahora era la ciudad principal del Sur, se encontraba en llamas. Cientos de soldados del Ejército Popular de Corea (KPA) sobrepasaron el paralelo. El respaldo soviético y la presión del mandato de Kim Il-sung fueron fundamentales para atacar. Los habitantes de la nueva Corea del Sur estaban acorralados.
Carrotanques y aviones de combate unían fuerzas para atacar el Sur del que alguna vez fue un solo país. Dada la división, desde 1948 Kim Il-sung fue puesto como líder sustituto por la Unión Soviética con el fin de establecer una sociedad comunista pro-URSS en Corea del Norte, y eliminar fuentes opositoras para la consolidación gradual de la autoridad de Kim.
La cifra de fallecidos aumentaba, Corea del Norte, a pesar de que era una de las zonas más industrializadas del país, parecía retroceder en el tiempo; edificaciones en el piso, reducción de la población debido a las altas cifras de combatientes caídos, una economía famélica y el terror en las calles por la limpieza política de los opositores de Kim Il-sung. Los dos gobiernos se deterioraron a ambos lados del Paralelo 38.
Luego de meses de ataques a Seúl, Pusán y otros territorios en el sur, Estados Unidos intervino con el ánimo de conseguir la victoria por parte de occidente. Se produjeron entonces bombardeos intensivos sobre el Norte, sacando a las fuerzas militares del KPA y posteriormente invadiendo Pyongyang, capital de Corea del Norte. La Organización de las Naciones Unidas consideró la situación y declaró la guerra como una invasión, permitiendo el auxilio de fuerzas externas.
Las calles eran una combinación de matices verdes, café y rojo, solo se escuchaban los pasos de los hombres que ponían el pecho para que sus mismos compatriotas los hirieran. El campo lucía como campo sin quien lo cultivara, pues todos estaban en la guerra, las ciudades se veían construidas sobre polvo y arena.
El acuerdo de cese al fuego llegó el 27 de julio de 1953, luego de tres años de repudio, saboteo y miedo. Ambas partes sufrieron las consecuencias de las divisiones políticas externas que influyeron en su separación. En medio de las ruinas y un panorama de incertidumbre y opresión, los planes de reconstrucción comenzaron en Pyongyang, capital de la nueva Corea comunista.
Para fortuna del Norte, la mayoría de las centrales eléctricas y de las instalaciones industriales estaban localizadas en las regiones remotas de la península. Esto le dio a Corea del Norte la esperanza para aventajarse sobre el Sur. Vagamente, las familias que sobrevivieron comenzaron a reconstruir la ciudad. Aún se sentía el paso de las tropas, las alertas de bombardeo, también la humedad y podredumbre que se desprendía del lodo y los cuerpos ya en descomposición. El gobierno lo llamaba libertad, los habitantes de Corea del Norte, destrucción.
Para 1958 la agricultura, la industria artesanal y el micro-comercio fueron nacionalizados, concluyendo así la llamada “socialización de las relaciones productivas”. El establecimiento de organizaciones cooperativas agrícolas hizo que Corea del Norte se enfocara en modernizar sus equipos para elevar la productividad. El deseo creciente por impulsar la agricultura y las industrias motivaban a los norcoreanos y los alejaba de la idea de estar bajo un mandato opresor y genocida.
Con el fin de los enfrentamientos bélicos entre los dos nuevos estados, en 1961 se construye en Pyongyang la Chollima, uno de los símbolos más representativos de Corea del Norte. Con soberbios 46 metros de altura, la estructura se levanta sobre la Colina Mansu y era el recordatorio que todo coreano en ese lado del hemisferio necesitaba para entender su lugar en el país, abajo.
Basados en la leyenda del pegaso que volaba a velocidades estrepitosas, los norcoreanos sobrevivientes asimilaron la idea de tener que reconstruir lo que otros habían destruido. En cada persona debía estar representado el pensamiento Chollima que el presidente Kim Il-sung predicaba: “Correr con la velocidad de Chollima”.
Sin sorpresa alguna, la economía norcoreana llegó solo a un nivel básico de industrialización a pesar de las políticas previas que se concentraron en las industrias pesadas, tales como la fabricación de maquinarias, además de la agricultura. La ausencia de “los otros” había dejado la mesa coja e ignorar este hecho solo lo hacía más evidente. La vida se pasaba entre lo módico y lo poco, una sociedad apenas industrializada compitiendo contra los más grandes en las economías del mundo.
La separación de una economía que se comportaba como siamesa dejó un malestar del que ahora Estados Unidos y la URSS se desentienden. Durante 70 años el mundo ha conocido dos Coreas que comparten frontera pero que han estado al borde de una nueva guerra entre ellas, la polarización política e ideológica entre ambos gobiernos coreanos ha impedido la reunificación del país asiático.