En guerra con la mente
Vivir la guerra fuera del campo de batalla es una de las luchas constantes que viven cientos de soldados. En temas de salud mental la generalización queda suelta, todas las personas de alguna manera afrontan momentos difíciles en sus vidas de manera diferente.
Hace 70 años, 5100 soldados colombianos fueron enviados a Corea del Sur para apoyar a Estados Unidos en su ataque contra el comunismo. Una vez firmado el armisticio en 1953 entre Corea del Sur y del Norte, 4461 jóvenes colombianos regresaron al país. Ellos, como muchos de sus compañeros en otras divisiones, afrontaron solos las consecuencias después de la guerra.
La evolución del concepto de trastorno de estrés postraumático (TEP) y los estudios acerca de las consecuencias que puede dejar la guerra en los soldados se extendió más allá del espectro físico, y llegó al cerebro. Anthony Bowlby, oficial del ejército británico, cirujano y patólogo, concluyó en 1901 que la excitación de la batalla, que generalmente seguía al estrés y a la fatiga del combate, podía producir una forma de neurastenia que se caracterizaba por la aparición de síntomas funcionales nerviosos.
Para afrontar estos trastornos, el Ejército Nacional de Colombia cuenta con el Centro de Doctrina del Ejército (CEDOE), unidad encargada de la construcción y entrega de una doctrina militar actualizada que constituye la base para la optimización de los procesos operacionales, administrativos y académicos del Ejército. En esta unidad trabaja el cabo primero Carlos Andrés Montoya Hurtado, quien quedó ciego después de un ataque en combate. Luego de esto, a los 23 años, ingresó a la Universidad Pontificia Bolivariana en la ciudad de Medellín para estudiar psicología, hoy es magíster en salud mental. Desde una mirada psicológica y otra un poco más personal, el cabo primero habla de las principales secuelas de la guerra.
¿Qué secuelas emocionales o psicológicas puede dejar en un soldado estar una guerra?
“Esa es una pregunta muy amplia, se debe tener en cuenta una variable que es muy importante y es que todas las personas no elaboran las situaciones límite de la misma forma. Por ejemplo, usted está en un medio de transporte y sufre un accidente donde hay heridos y fallecidos; cada uno de los sobrevivientes va a expresar algo totalmente diferente del accidente. Entonces partiendo de ese principio, son aleatorias las consecuencias que pueda tener una situación en un sujeto, no necesariamente el estar en un conflicto hace que vaya a tener secuelas. Si lo miramos desde el psicoanálisis, hay que tener en cuenta cuál es ese interés que moviliza a esa persona de estar ahí, pueden ser sus valores, su patriotismo, y puede eso estar muy instaurado en la persona. Si eso pasa, lo más probable es que tenga pocas secuelas ya que su participación en ese conflicto básicamente tiene una motivación, en pocas palabras, tiene un significado, cuando existe un significado, hay menos probabilidades de que una persona sufra alguna secuela importante”.
¿Qué es el síndrome del superviviente?
“El síndrome del superviviente es aquel el cual aqueja a la persona que sobrevive y que quisiera estar en la posición de sus compañeros que no lograron, esa persona se culpa por haber sobrevivido. Por eso reitero, hay que analizar caso por caso, es muy difícil hacer una generalización de cómo se ve cada persona afectada”.
¿Qué tan relevante puede ser para un soldado el reconocimiento después de su servicio?
“El reconocimiento no es solo importante para los solados, el reconocimiento es importante para cualquier persona que haga algo que supone un esfuerzo extra, cualquier labor que se realice, aunque entre comillas, no se debería esperar ningún tipo de felicitación por lo que se tiene que hacer, pero de manera implícita sí es importante saber que hay un reconocimiento. Todos necesitamos que haya un reconocimiento. Depende de lo que la persona haga es lo que espera. Claramente cuando se está en una institución que es de carácter nacional, se esperaría el cariño del pueblo por el que la persona lucha, pero hay ocasiones en las que a los soldados los tildan de asesinos, de corruptos, los tildan de muchas cosas, y eso puede afectar la salud mental de una persona que cree que está haciendo las cosas bien por su país”.
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Alrededor de 4.800 soldados colombianos regresaron al país desde Corea del Sur entre 1953 y 1956. Muy pocos continuaron con la vida militar, en su mayoría, regresaron a su entorno familiar, a buscar trabajo y sin ningún tipo de auxilio ni reconocimiento por parte de Estado.
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¿Es razonable hablar de un regreso a la sociedad como civil luego de años de batalla?
“Eso es muy complejo, porque cuando se está en la guerra, la persona forja lazos de amistad que no se logran hacer en ninguna otra parte, entonces si no hay un buen acompañamiento, puede haber complicaciones a la hora del regreso”.
¿Ese regreso debería tener un apoyo psicológico?
“Claro, cuando se vive algo tan intenso, es necesario descargar esa emoción, porque la persona concentra toda su fuerza y toda su energía en la guerra. Cuando eso se pierde, no se sabe qué hacer con esa energía y esa fuerza. Si trata de hablar con los que están cerca, no le van a comprender, o lo que normalmente hacen los que están alrededor es decir: no sea bobo, no se preocupe, eso ya pasó, pero todo vuelve al punto de partida, no todos elaboran y procesan las situaciones de la misma forma, puede haber personas que sencillamente llegan y no les pasa nada”.
¿En qué clase de comportamientos se ve reflejado el Trastorno de Estrés Postraumático?
“Hay algo que es muy elemental y desafortunadamente es muy general y son los sueños, en los sueños se evidencia mucho ese estrés, también hay personas que no pueden dormir en la cama y tienen que dormir en el piso, hay otros que no pueden dormir con la luz apagada o mantienen un estado de alerta permanente. En ocasiones se trata de canalizar esos estados en el consumo de sustancias como alcohol y drogas. También puede haber violencia intrafamiliar”.
¿Cómo se ve afectada la vida familiar?
“Primero, hay que tener algo en cuenta, los soldados que fueron a Corea no eran personas muy adultas, la gran mayoría eran chicos de 17 o 18 años. Hace 70 años era muy diferente la composición familiar, había unos comportamientos que eran normales y que se aceptaban, como el patriarcado o la sumisión de la mujer, entonces es algo complicado hacer una comparación con lo que se vive actualmente.
Así pues y encontrando un punto en común, cuando esa persona llega su casa y habla de forma diferente, se siente incomprendido por ese núcleo familiar, cuando explota con facilidad porque se vuelve una persona irritable, son esas conductas las que rompen cualquier tipo de lazo. Por ejemplo, estar casado con alguien y esperar a esa persona uno o dos años y al llegar le gritan, le tiran las cosas, difícilmente puede quedarse ahí por más amor que haya. Esto teniendo en cuenta que estamos hablando de personas que, por decirlo así, llegaron intactas, porque también la guerra puede afectar físicamente a las personas: amputaciones, pérdida de sentidos como la vista o el olfato, en esos casos se dificulta todavía un poco más el regreso a la vida. Además existe un pensamiento permanente al sentirse incomprendido por su familia, decir: ‘yo estoy así por defender la libertad de todos los que están a mi alrededor, y sin embargo mire cómo me tratan: no me hablan, me aíslan, me tratan como un bicho raro’”.
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De acuerdo con el manual de Diagnóstico de Desórdenes Mentales de la American Psychiatric Association, el Trastorno de Estrés Postraumático (TEP) surge tras la exposición a una situación traumática, como la muerte o la amenaza de muerte a un ser querido o a uno mismo.
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¿Es posible asegurar que todos, o la mayoría de los soldados, pasan por una neurosis de la guerra?
“Ese término generaliza mucho y en cuestiones mentales no se puede generalizar, no habría forma de poder decir sí o no”.
Algunos soldados aseguran haber ido a la guerra porque querían morir o escapar de la realidad en la que vivían, ¿qué ocurre cuando una persona que desea morir no lo consigue y sobrevive?
“No todos los que están en el ejército tienen esa conducta al límite, hay personas que viven buscando la muerte en su día a día y no precisamente de forma consciente. El que busca la muerte algún día la encuentra. El colombiano que entre al ejército porque diga que va a morir o porque quiere morir está perdiendo el tiempo, porque nosotros difícilmente estamos en esas situaciones, le iría más bien entrando a una banda, ahí si corre más riesgo. Las estadísticas de la muerte en combate de nuestros hombres son muy bajas”.
¿Qué protocolos tiene la psicología para atender a personas que han participado de la guerra como combatientes?
“Desde una mirada general, hay que hacer una valoración, un diagnóstico y un seguimiento. Lo ideal es que el seguimiento sea permanente. Ese seguimiento, lastimosamente por nuestro sistema de salud, va más ligado a la necesidad del paciente que al deseo de la institución por acompañarlo, es decir, si la persona quiere seguir yendo a consulta, se le da, sino simplemente no se le hace nada”.